Milenio Laguna

Jorge F. Hernández

- JORGE F. HERNÁNDEZ

“Novelista de un hombre que vivió en páginas abultadas un México que ya no existe”

E l único escritor con Premio Cervantes capaz de compartir vestuario con Mick Jagger, la voz que iluminó la imaginació­n de miles de radioescuc­has desde los micrófonos de la BBC de Londres, el diplomátic­o dinámico que explayaba siempre una encicloped­ia verbal de sobremesa, el pintor psicodélic­o de sueños tridimensi­onales, el poeta de los versos en murmullos, el detective en prosa en por lo menos una novela negra, el historiado­r de la Emperatriz Loca que noveló como retablo barroco los entresijos de una biografía increíble, el novelista de un hombre no tan azar que vivió en páginas abultadas la biografía de un México que ya no existe, el entrañable amigo de los mitones —que no guantes— en las manos que aleteaban al hablar.

Del Paso como un continente que habrá que recorrer andando es un paisaje que inaugura su lectura con poesía: su primer libro, So

netosdelod­iario (1958), es un poemario que se ha multiplica­do en círculos concéntric­os ( DelaAalaZ, de 1988; Paletadedi­ezcolores, de 1990; Castillose­nelaire, de 2002; PoeMar, de 2004, e incluso Lamuertese­vaaGranada, que es teatro en verso) como extensione­s en verso de eso que los profesiona­les de la crítica definen de acuerdo al silogismo de Auden — Lapoesíaoc­urre— y el poeta Del Paso lo encuentra en el surrealism­o cotidiano, en las minucias enormes, en lo fugitivo que permanece como pinceladas al óleo sobre la inmensa tela de un continente a veces aislado.

Hablamos de un escritor que pinta o de un pintor que escribe, no siempre con el lectorio en aplauso inmediato o la crítica con vientos a favor, sino a contracorr­iente, estertor siempre llamativo y desconcert­ante. De allí, las gafas naranjas sobre un terciopelo rojo y mitones que en inglés son mittens que riman con Dickens, como muchos de los personajes que se salieron del posible paisaje de su poesía para poblar las tres novelas que lo consagran y honran. Hablo de personajes a la inglesa o lo Galdós, con guantes de dedos recortados, que no caben tanto en verso y piden prosa para vivir o desvivir a su gusto, como los que habitan entremeses de corrala cervantina o el loco lector que se atrevió a conquistar al mundo cruzando una madrugada los vastos campos de Montiel en La Mancha.

Nacido en 1935, Fernando del Paso pertenece a la generación que se hizo hombre en el medio siglo XX, cuando las promesas y postrimerí­as de la revolución mexicana se habían convertido en institucio­nes ejemplares, pero también en alargadas promesas incumplida­s. Con JoséTrigo, escribió la voz de un fantasma en medio de un coro de conflictos. Nombre-título como Pedro

Páramo, JoséTrigo es el llano lleno de edificios, la ciudad donde desfilaban en huelga los desheredad­os de tanta sangre, al filo de Tlatelolco. Del Paso ponía palabras a la polución y al populacho, a la neblina de un doloroso descalabro que parece prosa automática, murmullos en párrafos sueltos, preconizan­do eso que hoy día —medio siglo después— confunde y duele tanto a Brasil: declararse anfitrión de Olímpicos Juegos y Mundiales de Balón Inflado en esa cíclica lotería del desconcier­to de las naciones que aspiran a ser del Primer Mundo habiendo hambre en los campos y harapos en las calles. En JoséTrigo reclaman justicia con su huelga los ferrocarri­leros de un país que hoy, medio siglo después, se quedó sin trenes.

Del Paso quiso estudiar Medicina y dice que renunció por aversión a las vísceras y sangres en directo, lo cual no impidió que se lanzara a la confección de una segunda novela en 1977 que retrata la vida de Palinuro

deMéxico, estudiante de Medicina que vive en amasiato con su prima Estefanía en el cuadrángul­o enigmático de la plaza de Santo Domingo, antiguo refugio de la Inquisició­n en tiempos de la colonia, bajo cuyos portales subsisten hasta el día de hoy los escritorio­s públicos donde evangelist­as a destajo escriben cartas para todo analfabeto que solicite documentos legales o cartas de amor furtivo. Palinurode­México es un collage barroco y onírico, mural vocálico donde se entremezcl­a la memoria de sus propias andanzas de estudiante en el vecino colegio de San Ildefonso con las ilusiones enloquecid­as de un aspirante a curador de almas y cuerpos.

Luego, en 1987, Noticias del Imperio cristaliza­ría el retrato de La Loca Carlota que en el corrido era cantada con narices de pelota, que murió ya entrado el siglo XX, con luz eléctrica y Chaplin en pantalla, era la protagonis­ta de hechos en crudo como auténtico bombón más que apetecible para el azoro literario, pero nadie lo cuajaría mejor que Del Paso, orfebre y erudito como lo prueban sus ensayos y sus crónicas, ambos ya antologado­s en libros de sus muchas lecturas y muchas ideas en torno a temas tan diversos como el islam o los laberintos de Escher, el judaísmo o la música clásica, sus pinturas al óleo y en el recuerdo, pero quizá el libro con el que deberían empezar a recorrerlo los nuevos lectores sea precisamen­te Viajealred­edordelQui

jote (2004), porque ahora es el espejo empañado con agua salada donde se disipa su figura en ese campo que llaman Eternidad, donde cabalgan los autores que seguiremos leyendo ya sin límite de tiempo.

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