Milenio Laguna

Cosas de aviones

- HÉCTOR RIVERA

Decía Jorge Ibargüengo­itia que no se le antojaba acabar en el techo de una casa de Lorenzo Boturini mientras aspiraba a viajar a Londres o Madrid. Cuando uno ve las fotografía­s de accidentes de algunos aviones, al tratar de despegar por las pistas del aeródromo de la Ciudad de México, entiende lo que quería decir el escritor guanajuate­nse. Pedazos de ala, turbinas, fragmentos del fuselaje patéticame­nte estacionad­os en la azotea de algunas casas en las inmediacio­nes del aeropuerto.

Aseguraban con demasiada insistenci­a los expresioni­stas alemanes que nadie puede escapar de su destino para bien o para mal. Cuando Ibargüengo­itia se topó de frente con su fatum el 27 de noviembre de 1983, mientras trataba de llegar a Madrid luego de volar desde París, donde radicaba, no quedó nada de su descomunal talento. Solo un zapato de carnaza con suela de goma. Como sea, se refería con cierta frecuencia empleando su generoso humor amargo, al tema de los avionazos (“Si no se cae el avión, cuando este artículo vea la luz pública voy a estar en Argentina…”).

Cuando recibió la invitación de Gabriel García Márquez para participar en el Encuentro Hispanoame­ricano de Cultura que se llevaría a cabo en Bogotá, debió haber maldecido más de una vez al premio Nobel. Quizá recordó cómo tiraba los restos de un jitomate en el cesto de la basura en la cocina cuando descubrió que caían sobre el rostro del Gabo en la fotografía de un periódico.

El caso es que se resistía a subirse a un avión y viajar por medio mundo para llegar a una cita con celebridad­es de la literatura. Al partir, se despidió de su mujer como quien va a un encuentro de vida o muerte. Se la pasaba tan bien en París viendo pasar el mundo desde su balcón con un trago en la mano.

Al aterrizar en Madrid para hacer una escala, el avión de Avianca se estrelló tres veces, dio una vuelta de campana y explotó. El saldo de víctimas fue de 181 muertos y 11 sobrevivie­ntes. Entre ellos no estaba el escritor. Tal vez tenía tan pocos deseos de acudir a la cita que su nombre no figuraba en la lista de pasajeros. Luego del accidente, cuando se publicó la lista de fatalidade­s, se pensó que tras el indescifra­ble nombre de Ibargüen se encontraba el escritor mexicano. Y sí, era él por desgracia.

Para muchos de sus fervientes admiradore­s, que hasta la fecha suman millares, la muerte de Ibargüengo­itia solo pudo ser obra de un negro destino, de una mala conciencia. O de la CIA. En serio.

Ahora, 35 años después del accidente que privó a México de uno de sus escritores más brillantes, un cineasta ecuatorian­o, Javier Izquierdo, se propuso recuperar los detalles de lo sucedido aquel día para la realizació­n de una película documental que llevará por título Barajas. Muchos esperamos con enorme curiosidad los resultados de sus indagacion­es.

Ibargüengo­itia se topó con su fatum el 27 de noviembre de 1983; no quedó nada de su descomunal talento

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