Ciudadano Ortiz
José Agustín Ortiz Pinchetti tiene una columna en La Jornada que se titula: “Despertar en la IV República”. Es extraño. Si la cuenta va por constituciones, como en Francia, llevamos cuatro repúblicas federales y tres centralistas, o sea que esta sería la octava república –y eso si hubiese una nueva constitución, que de momento no parece. Podría querer decir “despertar en 1848”, pero sería un poco raro. Ese descuido de las formas parece ser la marca de la casa del nuevo equipo, y no es trivial.
La opinión del ciudadano Ortiz tiene interés porque es uno de los redactores de la próxima constitución moral del país. O sea, que es uno de los profesionales de la virtud en los que hay cifradas tantas esperanzas.
El texto del domingo pasado era una combinación del moralismo incandescente que está de moda, con un pragmatismo alicorto y un poco infantil. Era un alegato a favor de perdonar a “los corruptos”, poner “punto final” para que “se acabe la historia trágica de corrupción e impunidad”. La expresión es engañosa. Porque en realidad se trata de abrir un nuevo capítulo de impunidad: esta vez pública, explícita, oficial. Y a falta de un argumento, propone tres.
Dice que las “transiciones de terciopelo” para terminar con regímenes dictatoriales casi siempre “han otorgado perdón o amnistía”. Y menciona la república de Sudáfrica, España, Argentina, los estados satélites de la Unión Soviética.
Es notable sobre todo que escoja esos términos de comparación, que piense que esto ha sido equiparable al apartheid sudafricano, a la dictadura de Franco o la Albania de Ramiz Alia. Pero sería de veras interesante saber cómo se imagina nuestra Comisión de la Verdad –si no es que era una broma.
Se le ocurre otra cosa, más terrenal. No se podría investigar, juzgar y castigar a “los corruptos”, porque serían cientos de miles de casos, y “necesitaríamos estadios para alojarlos”. No nos ofrece la base del cálculo, ni se puede saber si piensa en 200 mil o 900 mil, que no es lo mismo. En todo caso, quedan advertidos todos los funcionarios de las últimas cuatro o cinco administraciones (con la amenaza de encerrarlos en un estadio –como en el Chile de Pinochet, por cierto). Y nos vemos en la consulta del 21 de marzo.
Pero hay algo más. Sería inútil intentarlo, porque “los presuntos corruptos estarán bien representados por excelentes abogados. Los tribunales son conservadores y garantistas”. Otra vez aparecen “los corruptos”, esos personajes fabulosos, enriquecidos a costa del pueblo, cientos de miles, que sin duda podrían pagarse excelentes abogados para defenderse de nosotros los honestos. Y llevarían las de ganar, porque los tribunales son “conservadores y garantistas”; imagino que lo de “conservadores” va por corruptos, amigos y defensores de la corrupción, pero lo más grave es lo otro, que les reproche que sean garantistas.
Me pregunto ¿cuál es la alternativa que tiene en mente el ciudadano Ortiz? Jueces no garantistas, supongo: revolucionarios, entrones y bragados, que vayan a lo mollar y castiguen sin miramientos. Así el pensamiento jurídico de la cuarta transformación. Promete.