Tres de Unamuno
Unamuno, que era afecto a las etimologías, escrutaba con fervor las raíces de las palabras y solía decir, por ejemplo, que Dios no existía, porque existir es estar afuera y Dios está dentro del corazón de los hombres: Dios no existe; Dios insiste, esto es, vive dentro de nosotros.
Por eso también el origen maravilloso de la palabra entusiasmo: Dios adentro. Y es equívoco decir –segunda enseñanza- te extraño, porque extrañar otra vez es estar afuera. De modo que decimos amigo entrañable y nunca decimos amigo extrañable.
Por eso conviene decir de modo apropiado: te entraño, cuando queremos a alguien. La tercera lección tiene que ver con la frase bíblica que niega el acceso paradisiaco a los ricos: la moraleja del ojo de la aguja y el camello.
Unamuno, perito en griego, explicó que una mala traducción identificaba camelos como camello y que, en realidad, se trataba de un calabrote o cable grande, según explica María Moliner, a quien admiro y quien, por desgracia, perdió la memoria en su franja crepuscular. Aquí me detengo: tres de Unamuno, el búho de Bilbao.
Algo más: recomiendo fervorosamente el soneto “Redención”: propedéutica del vivir. ¿Se acuerdan? “Dios te conserve fría la cabeza,/caliente el corazón, la mano larga,/el oído con adarga,/y los pies sin premura y sin pereza”: cuatro de Unamuno, pues.