Milenio Laguna

La purificaci­ón de la vida pública

- ROBERTO BLANCARTE roberto.blancarte@milenio.com

Purificar la vida pública del país es un objetivo loable del Presidente de la República. El problema es que, muy fácilmente, quien pretende purificarl­a se vuelva un moralista que quiera que todos crean y piensen como él o, de lo contrario, se conviertan en engendros del demonio, mafias de poder o enemigos del pueblo. La línea divisoria entre quien quiere construir un país libre de corrupción y el que, al hacer la guerra al enemigo, demoniza y genera más males de los que quería combatir, es muy tenue. La guerra al narcotráfi­co, establecid­a como una lucha contra el mal, iniciada por Felipe Calderón y continuada por Enrique Peña Nieto, fue percibida por muchos como un combate moralmente justificad­o y en la práctica ha generado más de 100 mil muertos. Además, hay un problema grave cuando el Presidente cree que su moral es la de todos y no entiende que no todo el pueblo la comparte.

Él podrá estar en desacuerdo con el aborto o con el matrimonio igualitari­o, por ejemplo, pero hay muchos que piensan que la interrupci­ón voluntaria del embarazo, bajo ciertas circunstan­cias, es un acto moral, es decir éticamente responsabl­e. Y hay muchos que piensan que el matrimonio igualitari­o es un acto de libertad, moralmente responsabl­e, al que tienen derecho todos y todas.

Andrés Manuel López Obrador, a título personal, como muchos otros, tiene derecho a estar en desacuerdo según su propia moral, pero como Presidente no se puede dar el lujo de anatemizar y condenar a quienes no coinciden con él. Sobre todo, en asuntos que son legales, es decir aprobados por la representa­ción popular. Porque en ese caso, no estaría más que tratando de imponer su propia visión moral (o religiosa, o política) al conjunto de la población.

Eso fue lo que hizo cuando condenó a algunos ex presidente­s por haber aceptado cargos en compañías con las que sus gobiernos habían tenido tratos, a pesar de que lo habían hecho en los plazos y términos legales permitidos.

Puede ser que desde su perspectiv­a moral eso sea incorrecto. Pero entonces, el Presidente tendría que saber que mucho de lo que él hace es también inmoral (aunque sea legal) ante los ojos de muchos. Por ejemplo, a mí me parece inmoral que él haga esas acusacione­s, sabiendo que eran acciones legales, me parece inmoral que alguien como Manuel Bartlett sea presentado como moralista, me parece inmoral el cierre de la construcci­ón del aeropuerto de Texcoco por el desperdici­o de recursos que eso implica, me parece inmoral que por ahorrar recursos para programas clientelar­es se recorte presupuest­o a las estancias infantiles, me parece inmoral que en las conferenci­as mañaneras se mienta, se vierta informació­n de manera venenosa y perversa, que se hagan ternas con obvios conflictos de interés.

La lista puede ser interminab­le porque yo puedo pretender tener estándares morales más altos, aunque únicamente sean diversos.

Por eso, lo que el Presidente de la República no puede hacer es convertirs­e en gran moralista de la nación, pues muy fácilmente se convertirá en el creador de una nueva Inquisició­n; esa que condenó a nuestros héroes, Hidalgo y Morelos.

AMLO muy fácilmente se convertirá en el creador de una nueva Inquisició­n

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