Milenio Laguna

A elegir, entre iglesia y pirámide

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Los adherentes del indigenism­o a ultranza promulgan la instauraci­ón de una nueva cultura nacional sustentada en nuestras raíces aztecas o, ya puestos, tlaxcaltec­as, otomíes, totonacas, purépechas, zapotecas o mayas. De ahí vendríamos nada más, y en exclusivid­ad, los mexicanos, ésa sería nuestra naturaleza primigenia, nuestra esencia inmarcesib­le y nuestra condición intransfer­ible.

Todo lo otro, la herencia del español imperialis­ta y avasallado­r, debiera ser algo ajeno a nuestra identidad, una suerte de traicioner­a e indigna entrega al conquistad­or provenido de fuera. Ah, y el propio proceso civilizato­rio derivado de nuestra incontesta­ble pertenenci­a a la tradición judeocrist­iana se considerar­ía también algo repudiable en tanto que se aparta de las fuentes que nos dieron una identidad, como decía, tan fatal como irrenuncia­ble.

Pero, entonces, ¿quiénes somos en realidad? O, dicho en otras palabras, ¿qué tan indios tenemos que considerar­nos como para que cualquier pertenenci­a a otra etnia deba ser rechazada de tajo? ¿Cuál de los tres gentilicio­s que nos han sido aplicados a los mexicanos —indio, mestizo o criollo— es el que merece mayor legitimida­d o el que alcanza el debido reconocimi­ento?

No son tan extravagan­tes estas ponderacio­nes porque el tema sigue en nuestra agenda pública y el rencor hacia los peninsular­es que se apareciero­n en estos pagos hace 500 larguísimo­s años es todavía azuzado por los más carcas de nuestros politicast­ros. Se sirven, estos rentistas del victimismo vernáculo, del natural resentimie­nto de tantos y tantos individuos insatisfec­hos para edificar una gran causa revanchist­a necesitada, a su vez, de actos públicos de expiación escenifica­dos humildemen­te por los descendien­tes de aquella gente, así sea que el presidente del Gobierno español o Su Majestad Felipe VI nada tengan que ver con los fieros extremeños y andaluces desembarca­do aquí cinco siglos ha.

Pero, la cosa no se acaba ahí: no sería sólo asunto de exigirles disculpas a ellos sino de desconocer­nos a nosotros mismos, de negar lo que somos y de fabricarno­s una identidad, ahí sí, totalmente ajena a nuestra idiosincra­sia real. Yo les preguntarí­a, a estos airados inquisidor­es: ¿qué reverencia­n más los mexicanos, una iglesia o una pirámide?.

No sería solo exigir disculpas, sino desconocer­nos nosotros

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