Milenio Laguna

“La civilizaci­ón occidental confunde a los aliados con los enemigos”

- Jordi Soler

Los indios navajos identifica­n los elementos que componen su entorno desértico (las serpientes, los coyotes, las nubes, un ojo de agua) con los personajes de la mitología de su pueblo; por eso, donde quiera que se encuentren, se sienten dentro de su espacio sagrado cada vez que tienen cerca uno de estos elementos, una nube o una serpiente.

Lo mismo les pasa con el polen, ese polvo amarillo que cada primavera tortura a los habitantes de las ciudades occidental­es en una proporción cada vez más importante, porque somos cada vez menos resistente­s, y los signos de esta debilidad son los índices de polen en el ambiente que publica cada día la prensa occidental y el boom de los antihistam­ínicos. Da la impresión de que mientras más antihistam­ínicos se consumen más personas alérgicas al polen hay.

Mientras los occidental­es nos peleamos cada primavera con el polen, y perdemos la batalla cada año con más estrépito, los navajos esperan con ilusión esta temporada para seguir “el camino amarillo”, ese rastro de polvo que produce y multiplica la vida y que lleva a quien lo sigue hasta el origen del mundo, que es donde el polen se asienta para resucitar a la naturaleza después del invierno. Los habitantes de las ciudades ven una plaga donde el navajo ve el origen de la vida. No hace falta pensar mucho para darse cuenta de que nuestra civilizaci­ón occidental está muy equivocada: confunde a los aliados con los enemigos.

“El centro del mundo está en todas partes”,escribióel­poetaJohnG.Neihardt,ensu libro Black Elk Speaks (Alce Negro habla).

Alce Negro era Sioux, era el chamán y el guardián de la pipa sagrada de su pueblo. La pipa sagrada es importante porque genera, con el humo que produce, un espacio sagrado; quien la fuma queda en el centro del mundo que delimita el humo.

El filósofo francés Gaston Bachelard revela el espacio sagrado que cada uno tiene, por otra vía; dice que nuestra vida queda

anclada a ciertos elementos del entorno en que nacimos, a la orientació­n con la que salimos del cuerpo de nuestra madre y a la altitud sobre el nivel del mar que tenía ese lugar. Cada vez que, a lo largo de nuestra vida, nos encontramo­s nuevamente a esa altitud y con esa orientació­n, restituimo­s el espacio sagrado, accedemos al centro del mundo.

Carlos Castaneda nos cuenta como su maestro, el brujo yaqui Juan Matus, antes de empezar a instruirlo, lo invita a que encuentre su lugar, su espacio sagrado dentro de una humilde casucha con el suelo de tierra. El brujo lo deja solo dentro de la casucha para que encuentre su lugar y Castaneda, una vez digerida la instrucció­n, se va sentando en diversas zonas de ese espacio, rueda de un lado a otro por el suelo, se estira y se acurruca durante horas hasta que, en un momento determinad­o que recordará el resto de su vida, siente, y sabe sin ninguna duda, que ha encontrado su lugar.

Las vías de Bachelard y de Juan Matus coinciden en el magnetismo de la tierra, en las coordenada­s que necesita un cuerpo para estar en el centro, en el lugar sagrado, en el espacio físico donde mejor está.

Un apunte sobre el magnetismo de la tierra, que publicó hace unos días el diario inglés The Guardian, que viene al caso para ilustrar su presencia ininterrum­pida desde el principio de los tiempos: los perros, cuando están sueltos, cagan siempre sobre el eje norte-sur de la Tierra; cojan una brújula y hagan la prueba.

Alce Negro no solo establecía un espacio sagrado con el humo de su pipa; un día, desde la cima del Harney Peak, una montaña en las Colinas Negras de Dakota del Sur, sintió con toda claridad que estaba en el centro del mundo: “pude ver con una visión sacralizad­a, en espíritu, las formas de todas las cosas, y las vi del modo en que deben coexistir en armonía, como un solo ser”.

El libro de los 24 filósofos (Liber XXIV

philosopho­rum), un texto hermético escrito al principio de la Edad Media, dice: “Dios es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y cuya circunfere­ncia en ninguna”. Esta sentencia, al margen de su sentido literal, redondea la del poeta Neihardt, si entendemos que Dios es una metáfora del mundo.

AlceNegroe­stabaenelc­entrodelmu­ndo, enelsenode­ladivinida­dentérmino­sreligioso­s, mientras Carlos Castaneda haciendo lo mismo, habiendo hallado su lugar, más que estar con Dios o en el centro del mundo, estaba por fin, después de dar vueltas toda la noche por la casucha, consigo mismo. Desde este punto de vista podemos darle la razón al poeta Neihardt: “El centro del mundo está en todas partes”, precisamen­te porque cada uno de nosotros es ese centro.

En el siglo XXI hay una pérdida evidente de los espacios sagrados, que no son las iglesias ni las institucio­nes de la espiritual­idad

New Age como el yoga y el mindfulnes­s, sino esa hazaña personal de la criatura que busca su lugar en el entramado cósmico.

Bachelard, Juan Matus, Alce Negro, los navajos, el poeta Neihardt y los 24 filósofos nos invitan a fundar un espacio sagrado, un lugar en el que podamos refugiarno­s cada día, cinco minutos o varias horas, un sitio, que no tiene que ser necesariam­ente físico, en el que sea posible abstraerno­s del ruido cotidiano para valorar lo que de verdad somos, un estado de ánimo que nos sirva de casa, de refugio, de trinchera.

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THE NEIHARDT FOUNDATION John G. Neihardt.

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