Milenio Laguna

Notre Dame de Díaz

- BRAULIO PERALTA

El edificio donde habito, en el Centro Histórico, por burro creía que era influencia española. Surgió la verdad al buscar la historia del mismo. Don Juan Cogordan llegó a México a inicios del siglo XX. Era un francés que vino a invertir en la industria textil. No le fue mal pues empezó a construir un edificio en República de Uruguay, al que dio su nombre.

Como don Juan muchos franceses fueron migrantes que llegaron a México a fundar bancos, comercios e industrias textiles; tiendas como Liverpool, Palacio de Hierro o Fábricas de Francia. Los Cogordan se quedaron en México.

La construcci­ón se sigue respetando por los herederos: caracterís­ticas de la fachada, las escaleras de hierro forjado, y sus interiores. Es patrimonio resguardad­o por el Instituto Nacional de Bellas Artes. Aunque ya no existen las tinas de baño antiguas conserva ese aire de grandiosid­ad por sus techos altos, piso de madera y puertas con cristal esmerilado y sus cerraduras de metal, aun con piezas originales.

Tenemos mucho que ver con Francia aunque siempre se piensa en España, por obviedad. Díaz logró esa otra mezcla extranjera. Diría que esas dos culturas le dieron a ciertos barrios de la Ciudad de México la belleza particular de su estilo mexicano, donde lo prehispáni­co aparece siempre en muchos detalles. (Olvidamos que la cultura indígena es la madre de los instintos nacionales. Un país sin historia no es un gran país, y menos podría tener una gran ciudad como la antigua Tenochtitl­án).

Hoy Ciudad de México puede presumirse —ya en serio—, cosmopolit­a. Compite con cualquier capital del mundo en su arquitectu­ra de 500 años, la que tenía con las antiguas culturas indígenas, la que creció y se fusionó en la época de la Colonia, y las demás arquitectu­ras que se sumaron cuando México entró a su modernidad (ojo,

Tenemos mucho que ver con Francia aunque siempre se piensa en España, por obviedad

hablo de arquitectu­ra, no de otros rubros). A Francia lo traemos atravesado en el corazón desde Porfirio Díaz, aunque nos pese (ya les perdonamos aquella batalla del Cinco de Mayo, por una guerra de pasteles: literal. Claro, falta que perdonemos a Díaz).

Al edificio Cogordan entra luz por todas partes pero no hay ruido, a pesar de que las calles del Centro son gritos y susurros. La arquitectu­ra del edificio es nostalgia pura, con sabor a vintage, tan de moda. Un edificio bien cuidado, a prueba de temblores, con un elevador como los viejos neoyorkino­s en el Soho. Afuera, las aglomeraci­ones, la demasiada gente haciendo compras, consiguien­do enseres para su casa, y en los interiorre­s, lejos del escándalo, como testigo privilegia­do sobre las formas de vivir y buscar la vida.

Cuando se quemaba Notre Dame pensé en Francia y escribí recordando. Casi nunca tomo fotos de mí o de los lugares a donde voy. Mejor recuerdo en el lugar donde estoy: Antonieta, su suicidio; caminata alrededor de la iglesia, con Dorothea Hahn; o sentarme solo en esas butacas, a pensar en el Jorobado de París. Todo eso desde el edificio Cogordan…

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