Milenio Laguna

El único argentino sin selección

- JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ GUTIÉRREZ DE QUEVEDO

El futbol pidió a Messi otra prueba de paternidad: le vistió de celeste y blanco, le colgó el diez de los dioses, lo llevó a Belo Horizonte, le enseñó una estadístic­a, le encerró en una semifinal, le puso a Brasil enfrente, le señaló el continente y le colocó el mundo en la espalda. Para algunos, el resultado

fue negativo; para otros, el análisis sigue siendo injusto. A Messi se le pide ganar con Argentina para ganarse el mundo. Pero imaginar en solitario lo que un equipo completo, durante una generación entera, ha sido incapaz de creer, es un tango: Argentina jugó con Messi, pero nunca jugó para él. Sin ningún sentido histórico, le dio un cuchillo para morder, un brazalete para amarrar, un territorio para cruzar y un balón para defender; después, una vez más, esperó que resolviera todo. Hay un patriotism­o poético en la dolorosa resistenci­a que demostró Messi en cada Mundial, eliminator­ia y Copa América que jugó en su selección. Lo que ningún rival había podido lograr, lo consiguió Argentina: hizo ver a Messi como un jugador más. La deuda no es del crack, es de su selección, que deberá pasar por una auditoría con el futbol comproband­o un desfalco patrimonia­l. Una enorme cantidad de talento individual fue utilizada como punching bag: si tienes al mejor futbolista del

Luchó, batalló, forcejeó, disparó, corrió, barrió, empujó y murió en la raya de siempre

mundo y pierdes, lo más cómodo es culpar al único, al diferente. Da la impresión que Messi, incubado e inmaculado en Barcelona, necesita un visado para jugar con su país. Mientras los brasileños han sabido reponer la ausencia de un dios poniendo le fe en su juego, los argentinos dieron la espalda al suyo, estirando la mano para recibir un milagro. Con dos jugadas de las antiguas, toque, movimiento, espacio y remate, el Brasil de Alves, viejo socio de Messi, resolvió la semifinal. Como la mayoría de sus comparecen­cias con Argentina, el partido de Belo Horizonte ofreció la versión más partisana de Messi dentro de otro escenario bélico: luchó, batalló, forcejeó, disparó, corrió, barrió, empujó y murió, en la misma raya de siempre. Lejos de ese juego angelical fue el mejor soldado de un batallón corriente. La Copa América de Brasil 2019 deja en el exilio a Messi: el único argentino sin selección.

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