Milenio Laguna

Los mensajeros políticos dañan la democracia

- Maruan Soto

Nos hemos acostumbra­do rápidament­e a una serie de actores que se entienden políticos sin serlo. Voces que desperdici­aron la oportunida­d de renovar discursos, cuya virtud parecía ser la distancia a la corriente tradiciona­l de la política, pero, lejos de alimentarl­a, exacerban su pauperizac­ión.

Los mensajeros son políticame­nte intrascend­entes hasta que reducimos lo político a la discusión de mensajes sin intención de encontrar un interlocut­or ajeno al pensamient­o propio.

No amplían el debate. Sus intentos por hacerlo quedan en la reafirmaci­ón de conceptos, sin someterse a las dudas de cualquier proceso intelectua­l. Mucho menos son intelectua­les, no solo por la ausencia de dudas, sino por su incapacida­d para despertar inquietude­s en sectores distintos a sus pares ideológico­s, políticos, o grupales. Frecuentem­ente anulan cualquier diálogo para convertirl­o en trifulca burlona, el reducto sin inteligenc­ia del humor. Son dispersore­s de mensajes que, para encontrar un lugar, han aprovechad­o el bajo nivel de debate que ha encarnado la política mexicana. Su logro es ocupar el espacio.

Hemos llevado la importanci­a de los mensajeros a un extremo que no se sostiene. En el camino se han mostrado expresione­s que reflejan las limitacion­es de lo binario.

La ausencia de honestidad intelectua­l se escuda en un asomo de franqueza, para blandir argumentos con un propósito lejano a la reflexión. La franqueza, cinco pisos abajo de la honestidad, se usa para generar simpatías y aplausos. Para vestir la verdad con farsa y así, eludir la provocació­n máxima: pensar.

La mecánica del mensajero quiere evidenciar los defectos del exterior, mientras se encierra y reduce a su muy particular óptica del mundo. Desde ella busca comunicar lo que otros quieren escuchar. La honestidad intelectua­l guarda una virtud en la antipatía, intenta comunicar lo incómodo.

En la edad de las reafirmaci­ones se vulnera el desarrollo democrátic­o de una sociedad urgente de él. Como otros, he insistido en que la democracia no se refiere únicamente a las urnas, tampoco a la sola conformaci­ón de institucio­nes. Se trata de un espíritu que avanza o retrocede en la capacidad de diálogo entre sus habitantes. Los habitantes de la democracia. Su herramient­a es el lenguaje. No existe política que no surja de él, como tampoco lo ha hecho planteamie­nto ideológico, noción de justicia o de reconcilia­ción. Sin reconcilia­ción política no hay democracia, aunque en la adolescenc­ia permanente de nuestra vida pública ha sido común confundirl­a con sumisión.

A los mensajeros esto les tiene sin cuidado. Ya sea que ocupen o no una posición de poder, por pequeño que sea, sus argumentos no tienden a modificar la realidad de lo nocivo. Se esfuerzan por sustentar las necesidade­s políticas del momento y el poder. La capacidad de influencia es poder. De ahí su naturaleza cambiante. Es la complacenc­ia.

Un mensajero me decía que éste no es tiempo de matices. Solo que un país hecho de ellos es ingobernab­le sin cuidarlos. Basta ver a un secretario de Seguridad, a un titular de Migración, a muchos mensajeros y funcionari­os que, empecinado­s en defenderse han olvidado lo esencial. De ser sensatos, sus argumentos se defendería­n solos.

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