Un pacto conmigo mismo
Pocas cosas escapan a la demasiada violencia que nos envuelve. Nada que diga o propongan “los otros”, la otredad, aceptamos. Diariamente, a cada instante, algo es violentado o violentamos a alguien. Violentar esnuestro ejercicio cotidiano. Hemos hecho de la violencia nuestra forma de vida. Desde la casa, con la familia –con las excepciones de rigor- inicia la fuerza, la rudeza. La trasladamos a la calle, al trabajo, a la escuela, a las oficinas públicas o a los –infaltables
bancos. Es parte del diálogo con quien sea. Poco proclives a razonar, a la calma y serenidad, optamos por la violencia, recurrimos a un lenguaje áspero, confrontativo. Se trata de vencer “al otro”, a la otredad. Lo vemos en la política, en los partidos políticos, en los medios de comunicación y, desde luego, en las denominadas redes sociales. Incendiados como estamos, en automático incendiamos lo que sea y a quien sea para vencer, derrotar, aplastar y hasta desaparecer a quien no piensa ni ve las cosas como uno, como nosotros.
Los derechos del individuo –obvio: mujeres y hombrescada vez se estrechan más sin que nos demos cuenta, no estamos siendo conscientes de que con tal de salvaguardar un derecho específico, individualizado o gremializado, reducimos nuestro margen de acción, un derecho humano universal, natural, para conducirnos con libertad. El punto es delicado, debatible. Nos ganan las diferencias, las divisiones,
Diariamente, a cada instante, algo es violentado o violentamos a alguien
las visiones reduccionistas e, inconscientemente, el autoritarismo, esa dosis que todos llevamos dentro y ejercemos en determinados momentos.
Nos estamos olvidando peligrosamente de vivir nuestras emociones, nuestra soberanía e independencia personal y social. De mantener esta interpretación errónea –para mi- del vivir diario, al rato el estilo de vida globalizado nos arrumbará por ahí enfermos, decrépitos, ajenos al humanismo y al idealismo con que tendríamos que despertar y vivirlo. Por eso estos días he dejado que la nostalgia, la añoranza, el sentimentalismo, el amor a mi familia y a este país afloren juntos; quiero sembrar y cultivar en mi pensamiento otras coordenadas demi tiempo. Vale la pena ejercitar otras ideas menos enajenadas. Y pensar que desde una pausa reflexiva es posible construirme y construir un espacio no violento con los otros, con la otredad, un nuevo pacto conmigo mismo lo posibilitaría.