Milenio Laguna

La moraleja resulta obvia

- LUIS AUGUSTO MONTFORT

Lo he dicho y ahora lo reitero, creo que el comportami­ento vial delosmiemb­ros de una comunidad, es un fiel reflejo del grado de civilidad de sus habitantes, o en otras palabras; es un claro indicador del nivel de desarrollo entre nuestra condición humana y nuestra irreparabl­e condición animal.

Conducir por estas calles nuestras, es como una gran oportunida­d de asistir aun laboratori­osocial en el que in ter actuamos toda clase de especímene­s. La sensación de poder que genera el acelerador y el volante aunados al relativo anonimato que nos da la cabina, con frecuencia hacen del conductor un ser completame­nte distinto al que es cuando le toca ser peatón, sin que esto signifique que los peatones estén exentos de culpa en muchos percances vialesde los cuales resultan victimas ocausantes.

El choque era inevitable

En el entramado vial se conjugan una gran cantidad de actitudes de personas con nombre y apellido, pero para efectos ilustrativ­os de la siguiente narración, los llamaré simplement­e como personajes de una obra que se definen por sustantivo­s que los describen: Así pues, resulta que circulando por una saturada avenida percibí por el retrovisor cómo rebasando por el carril derecho se aproximaba La Estupidez a gran velocidad, mientras que en el crucero próximo desde el carril central La Distracció­n se disponía a girar hacia la derecha. El choque era inevitable dado que La Estupidez parecía venir huyendo de algo o alguien, cosa común en estos inciertos tiempos de“transforma­ción ”. Yo percibía todo en fracciones de segundo como en una proyección en cámara lenta, con la dolorosa certeza de que pronto aparecería La Tragedia,yaque elimpactoe­ntre la veloz Estupidez y la inexperta Distracció­n sería muy fuerte. Por fortuna vi cómo La Prudencia en el carril central percibiend­o claramente la situación, frenó para hacer un espacio para que La Estupidez (segurament­e acompañada de La Juventud por la cachucha que llevaba vuelta hacia atrás) pudiera girar hacia carril central para así esquivar por escasos centímetro­s a La Distracció­n. La moraleja resulta obvia, no hay que explicar la ,¿ o sí?

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