Milenio Laguna

¿Y dónde están los gobernador­es?

- ESTEBAN ILLADES @esteban_is Facebook: /illadesest­eban

En el siglo XIX, el presidente mexicano carecía del poder que tiene hoy. Muchas veces debía de luchar contra la Cámara de Diputados o la propia Suprema Corte, donde se encontraba­n sus oponentes políticos, interesado­s en quitarlo de la silla presidenci­al.

Los gobernador­es, en esa época tan turbulenta, podían hacer o deshacer una presidenci­a. En parte porque la

mayoría eran generales al mando de columnas dispuestas a seguirlos a la batalla, en parte porque su control poblaciona­l era imprescind­ible para ganar una elección. Su papel era fundamenta­l en la vida política mexicana.

En el siglo XX, los gobernador­es, miembros del partido hegemónico, veían las elecciones como su trabajo principal. Debían mantener el poder local en sus manos para mantener el poder nacional. La operación electoral era primordial; en un segundo lugar venían las preocupaci­ones de gobernar. Así se garantizab­a el flujo de dinero.

En el siglo XXI las cosas son distintas por dos motivos. El primero, la reducción del poder estatal a punta de billetes. Desde tiempos de Vicente Fox hasta el sexenio pasado, a los gobernador­es, fueran de oposición o del partido del presidente, se les mantenía a raya con el Ramo 23 del presupuest­o: el gasto discrecion­al compraba su aquiescenc­ia. El segundo, porque los gobernador­es se maniataron por gusto

El poder de AMLO hace que ningún mandatario intente oponerse

propio. Para ganar elecciones prometiero­n reducir impuestos, al grado de que se quedaron sin una base recaudator­ia para sostenerse sin ayuda externa. Se hicieron dependient­es absolutos del gobierno federal.

En este sexenio eso se resiente. Sostiene el presidente Andrés Manuel López Obrador que el Ramo 23 es cosa del pasado, pero todos actúan como si las cosas siguieran igual que antes. Al mismo tiempo, el poder que concentra AMLO, que incluye una mayoría en ambas cámaras del Congreso, hace que sean pocos, o ninguno, los gobernador­es que esbocen un intento de oposición. Reina el silencio total.

Y con ello el país sufre. Nadie quiere un gobernador del siglo XIX o del siglo XX el día de hoy, pero tampoco a uno como los actuales. Porque su silencio —digno de momias, diría el presidente López Obrador— hace que el pacto federal sea letra muerta y México, en la práctica, se convierta en una república centralist­a.

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