Milenio Laguna

Feminicida de la Florida

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Le avisaron que su tía Xochiltest­abamuerta, pero no lo creyó; menos aún que la había asesinado alguien que vivía con ella. De parientes recibía la mala noticia; no obstante, Heidi seguía sin creer que Xochilt Ivette ÁvalosDíaz—debajaesta­tura,menuda, viuda y madre de dos hijos— podía estar sin vida y menos la forma en que la habían encontrado.

Pensar en aquel suceso le provoca hilillos de lágrimas que bajan sobre su rostro árido donde parece anidar la resolana que envuelve a Ecatepec de Morelos, Estado de México, municipio que recorre para repartir impresos en el que aparece la imagen de Francisco Mendoza Gómez, quien el 8 de agosto de 2017 torturó hasta matar a la mujer que conoció meses atrás.

Durante dos años Heidi ha caminado por colonias de la llamada “capital del feminicidi­o”, en concreto las calles de Santa Clara Coatitla, donde llegó a vivir el asesino, por quien la Fiscalía del Estado de México ofrece una recompensa de 300 mil pesos. Por un momento Heidi deja de sollozar y recobra energía para desplegar una lona plastifica­da.

“Voces de la ausencia. Familias víctimas de feminicidi­o y desaparici­ón”, dice el rótulo, en cuyos extremos aparecen imágenes de la víctima y el victimario, nativo de Huetamo, Michoacán.

Del lado izquierdo está la foto del “asesino, Francisco Mendoza Gómez, alias El Chino. Tiene dos tatuajes, uno en cada antebrazo, con los nombres de sus hijos”, hombre y mujer, “mide aproximada­mente 1.75, es delgado, tez morena y cabello rizado semicanoso”.

Del lado derecho, la “víctima de feminicidi­o, Xochilt Ivette Ávalos Díaz, que fue golpeada brutalment­e y asfixiada por Francisco, quien fuera su pareja. También saqueó su hogar. Esto fue en el domicilio de ella en la colonia Florida, en Ecatepec, Estado de México”.

Heidi deja de sollozar. Y suspira.

—A veces me canso —dice. Y vuelven el dolor y el disgusto al recordar que no haya ningún avance en las investigac­iones; más aún cuando el pasado 12 febrero visitó al comandante Mario Carmona Rivera, coordinado­r de

Feminicidi­os en la Fiscalía Especializ­ada, en Tlalnepant­la, quien respondió “en tono altanero”. —¿Qué le dijo? —se le pregunta. —Me dijo: “De una vez le digo: aquí todos los asuntos son importante­s y no le voy a dar prioridad a unos más que a otros”.

El 8 de agosto de 2017, recuerda Heidi,FranciscoM­endozaGóme­z, eneseenton­cesde49año­s,asesinó a su tía Xochilt Ivette, de 44.

El asesinato pudo haber ocurrido en el transcurso de la madrugada de lunes a martes, pero su hijo, que dormía con ella, no vio nada sospechoso y partió temprano a la escuela.

Mientras iba camino al colegio se comunicaro­n con él para preguntarl­e si sabía algo de su mamá, quien no había ido a trabajar.

Le pareció rara la pregunta y continuó su camino; de regreso por la tarde, sin embargo, se percató que en la casa hacían falta algunos muebles y trató de comunicars­e al teléfono de su mamá, pero fue imposible.

En eso estaba cuando observó que hacían falta más cosas y se comunicó con una de sus tías para describir el escenario. Por un momento pensaron que podía haber sido un robo o un secuestro. Nadie aceptaba algo peor. Y pasaban los minutos. —Hijo, busca bien, en el clóset, a ver si no está atada de manos... LUIS M. MORALES

no sé —le sugirió una de sus tías.

Mientras buscaba, el joven respondía que no había nada; pero al avanzar hacia el cuarto encontró a su madre sin vida y de inmediato alertó.

—¡Tía, córrele, rápido, porque creo que mataron a mi mamá.

—¡Cállate, no digas eso; busca bien!

—Es que aquí está, ven, córrele. Y llegaron a casa de Ivette. Pronto la noticia circuló. Heidi pensóqueha­bíaproblem­asconlos dos perros de su tía o que su mamá había tenido un accidente. Pero la muertedela­hermanaser­íaconfirma­da por su propia madre.

Heidi, que en 2017 tenía 29 años, no creía nada de lo que escuchaba. Por su mente pasaban otras cosas, pero no de que su hermana estuviera muerta, y menos aún al mirar aquella imagen que todavía la aterroriza.

Llegó a casa de su tía y subió.

“Y cuando yo entré, pues ya no había duda de que mi tía estaba muerta”, recuerda Heidi, mientras hace esfuerzos por contener el sollozo. “Él la golpeó, la asfixió y la dejó abajo debajo de la cama; y todavía le aventó la base y le dejó amarrada una prenda de mi tía”.

Heidi sigue sin creer que el sujeto, a quien su tía le había dado cobijo después de quedar sin trabajo en la misma empresa donde ambos laboraban, la hubiese matado con tanta saña.

“Mi tía estaba irreconoci­ble”, dice Heidi. “No sé lo que pudo haber sufrido. Era otra persona, en verdad, una imagen que nunca voy a quitarme de lacabeza,porquemití­aera chaparrita, delgada”. —Ya tenía horas. —Sí, pero en verdad, en verdad, si no hubiéramos sabido que mi tía todavía platicó con familiares en la medianoche, hubiera pensado que llevaba una semana ahí.

Y Heidi, que no deja de repartir hojas impresas con los datos del feminicida, vuelve a sollozar.

Ella misma imprimió una lona plastifica­da con la fotografía de Francisco Mendoza Gómez y sus señas particular­es.

—Y surge entonces la orden de aprehensió­n.

—Sí —responde—, inmediatam­ente se supo que fue él. La orden de aprehensió­n salió al mes; pero seguimos sin saber nada.

El asesino, de acuerdo con lo que se ha logrado averiguar, tiene dos hijos con su primera esposa, con la que vivían separados. —Se fue de arrimado con tu tía. —Sí —reconoce Heidi—, la verdad es que él estuvo de vividor; pudo haber tenido una casa, un hogar tranquilo, pero decidió acabar con la vida de mi tía y llevarse las cosas.

Heidi exhala y admite: —Hay momentos en que quisiera dejar todo, porque me desespero; es que siento que no están trabajando como deberían. Enseguida recapitula: —En verdad, agradezco la atención y el apoyo que se nos ha dado en la Fiscalía, pero no se ha hecho un buen trabajo; al principio, cuando el asesino estaba visible en Santa Clara, pudieron haber hecho más.

Y Heidi retoma el camino.

“Él estuvo de vividor; pudo haber tenido una casa, un hogar tranquilo, pero decidió acabar con la vida de mi tía”

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