Borges en todas partes
En cuanto a la obra de Jorge Luis Borges (Argentina, 1899- Suiza, 1986) parece que poco queda por decirse pero habría que continuar agradeciendo el legado. En un empeño de recuperar la impronta cultural latinoamericana acabamos a veces menospreciándola. Adoptamos un tono escéptico similar al de Samuel Beckett cuando afirma: “hice la imagen (...) ignoro de dónde saco estas historias, las saco y ya, en un día bueno sé nombrar. ¿Eso se llama ficción?”. Hemingway, por su parte, replica con mofa: “en estos tiempos, lo que más falta hace son el escritor desprovisto de ambición y el poema inédito realmente bueno”.
Simpatizar con Borges resulta una manera de reconocerse humano. Podríamos elegir a cualquier autor, inclusive realizar un listado. En lenguaje figurado, espantados de seguir resbalando en peñascos (cuándo queremos erguirnos firmes), al leer entre líneas algunos salvan de la caída, como él. Solamente donde el texto propone algo disponemos de la lectura.
Comparar a personas tan contrastables es algo que, por ejemplo, Zweig consigue hasta que adquieren una nueva identidad. Tendemos a ser reduccionistas pero hay una periferia de nombres y una posibilidad de doctrinas que en algún momento animan a continuar leyendo y empiezan con Borges, ocupándose de lo coyuntural hace la circunstancia un ejercicio verbal.
Frank O’Hara concluye en un manifiesto que lo importante está en el verso, y un día preocupado porque poetas pensaran que si una obra suya no era entendible a la primera lectura entonces él estaba confundido. Cualquier historia por inverosímil que parezca goza de un viso de verdad, al menos la certidumbre de que podría resultar así o comprenderse de tal manera. Borges libra de la ignorancia y muchos le debemos el primer conocimiento sobre la escritura
Un lector, per se, tendría que interesarse en la vida del genio. ¿Por qué apostamos por biografías cuando podríamos leer obra propia? Aunque sí hay testigos impecables para leer la voz del autor en pluma ajena como Borges (Destino, 2006), de Adolfo Bioy Casares, que revela el carácter de una amistad literaria muy compleja y líricamente complicada.
“¿Por qué di en agregar a la infinita/ serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana/ madeja que en lo eterno se devana,/ di otra causa, otro efecto y otra cuita?/ En la hora de angustia y de luz vaga,/ en su Golem los ojos detenía./ ¿Quién nos dirá las cosas que sentía/ Dios, al mirar a su rabino en Praga?”. Cuestiones que únicamente Borges sabría responder y nunca contestará.
Cualquier historia por inverosímil que parezca tiene algún viso de verdad