Maruan Soto
México, país de políticos pequeños
El único miedo legítimo, por no decir aceptable, es el de fracasar. No hay peor fracaso que perder el tiempo o más bien, no tomarle a la vida, a la circunstancia, al destino o a lo que sea, la oportunidad de trascender, lo que es no pocas veces, simple fantasía.
El miedo anula e inmoviliza. El país vive con una oposición y factores de poder pasmados por el miedo. Por sentimiento
de culpa o por debilidad, los actores que deben participar en la contención al abuso o en el escrutinio al poder no están haciendo su parte. En buena parte, la calidad de un gobierno es la de quien se opone. No es un juego de palabras eso de lo que resiste apoya, es lo fundamental del juego democrático. A nadie se le ha escriturado la construcción de un mejor destino para el país, a pesar de que quien gobierna así lo sienta, antes, ahora y después. Es tarea de todos construir un mejor futuro. Disentir es fundamental para un mejor país.
En el grupo en el poder también se percibe que hay miedo a su jefe; se requiere autocrítica y con miedo nunca ocurrirá, incluso se corre el riesgo de defenestrar a quien lo intente. Sí hay quienes lo están haciendo y de manera inteligente y constructiva, todos desde el ámbito legislativo: Ricardo Monreal, Porfirio Muñoz Ledo o Alfonso Ramírez Cuéllar, pero esto debe ampliarse.
El equívoco del secretario de Hacienda, Arturo Herrera, en reconocer de primera instancia su encuentro con dos de sus antecesores sólo se explica por el miedo. Nada hay de irregular en el evento, justo lo contrario, es una expresión de madurez el diálogo entre visiones, no importa que existan diferencias profundas. Es malo que el secretario Herrera tenga miedo a la opinión pública, y todavía peor sería que el miedo fuera hacia el presidente López Obrador. El secretario es un factor en la construcción de confianza y debe asumirse como tal, sobre todo, porque hay buena opinión de él en importantes sectores, casi siempre alienados del gobierno y de sus decisiones económicas.
Hay que tomarle la palabra al Presidente en el sentido de que las cosas ya no son como antes, que ahora sí hay tolerancia, libertades y respeto para el escrutinio al poder. También hay que minimizar su descalificación a la crítica. Él se asume con derecho a debatir y, aunque no le corresponde, afirma que su ánimo no es el de la represión a quien disienta. Por tal consideración los medios no deben inhibirse de ejercer su responsabilidad de ejercicio de la libertad de expresión. Por lo que se advierte en la asignación de publicidad oficial, no hay favor, pero tampoco castigo y eso sí es una diferencia nada menor respecto al pasado.
El miedo bien es la trampa mayor para impedir el tránsito virtuoso a los nuevos tiempos de la política. Los opositores deben ser claros en cuanto a lo que está bien y especialmente a lo que se rechaza. El PAN ha tenido mayor consistencia, aunque debe resultarle muy embarazoso el desempeño de sus diputados locales en Baja California. De la misma manera el PRI queda muy comprometido por el voto de sus diputados federales avalando la reforma constitucional para la ratificación de mandato. Se requiere valor para coincidir y, desde luego, también para disentir.
El PRI renueva dirigencia. De su proceso interno se deriva un tema menor que se pretende hacer mayor: la relación con el presidente López Obrador. Es menor porque la dificultad que tiene el tricolor no es qué hacer con el Presidente, sino qué hacer con la asociación del partido con la corrupción. Por malos gobernadores y mal gobierno nacional, el PRI fue severamente castigado en 2016, 2018 y 2019 y así puede continuar si no advierte que ese es el tema; lo demás será irrelevante, incluso, qué postura tomar con el Presidente y con muchos de los problemas heredados y que ahora se están agravando.
Los opositores deben ser claros en cuanto a lo que está bien y especialmente a lo que se rechaza