¿Quién es el Joker?
Dejar el cómic para convertir en humano al Joker, es la máxima virtud de la película de Todd Phillips. Lo saca del estereotipo para crear un personaje trágico en un drama actual. La verdadera representación de los malvados queda desnuda en un guion perfecto. No es poca cosa alejarse de la industria de la tecnología en el cine para acercarse al rostro ciudadano, ese que exige a las ideologías de izquierda o derecha equidad hacia los trabajadores sin más riqueza que su fuerza laboral.
El villano no es siquiera un remedo de malvado antes de saberse poderoso. El perverso nace hasta que dice basta con ayuda de sus defensores de la calle. Él pensaba matarse en público pero la insolencia del conductor de televisión que lo utiliza, lo perturba y cambia su idea. Es ese instante donde aparece la representación del mal. Pero, ¿cuál mal? Es una reacción defensiva de quien ha vivido los agravios de una sociedad que nada entiende de respeto a la diferencia, a la discapacidad, al de un psicópata con tintes epilépticos que causan la risa que altera a quienes la escuchan.
Dan ganas de ser ese Joker: no tengamos reparo en decirlo aunque resultemos incorrectos y existan lectores que se asusten como esos espectadores y críticos que piensan que la película influirá negativamente y pronto habrá disturbios en las capitales del mundo. Una noticia vieja: ¡ya están los disturbios y los asesinatos! Basta con leer o ver internet para mirar el mundo y observar que el “mal” es una respuesta contra políticos que han dirigido sus naciones con la insensibilidad de un autómata, con cabeza fría, sin un corazón ardiente —o al revés. Ayer Hitler, Mussolini, Stalin. Hoy sin temor a escribirlo Donald Trump, peleando con China, Europa, Corea del Norte, los países árabes y desde luego México, el rival más débil. Pero no es el único. Ponga los nombres que le venga en gana...
Cierta forma de anarquismo ya existe, no lo inventó el Joker. Nuestro Guasón no es más que una película que pinta a una sociedad en decadencia. El caos es un hecho. Los crímenes sin justicia, igual. Las reglas del comercio, casi rotas. La única política que se impone, la fuerza. Un espacio donde no cuentan cultura, educación, cuidado de la salud del cuerpo y la mente. Gente que llega al poder a través de redes sociales o mano alzada, no de una rigurosa elección donde lo que importa son las capacidades humanas. La frialdad con la que se sirven en eso que llaman democracia —o populismo—, donde sabemos el final de la película: la destrucción de toda civilización, y la naturaleza. No lo vemos en el filme de Todd Phillips pero sí entrevemos el fondo de la verdad que nos presenta el Joker. El arte del cine es eso.
¿Cuánto sufrimiento más en sociedades gélidas para el humanismo? ¿Hasta cuándo el respeto a la diversidad, a las razas, a las minorías? Joker, la película, la que interpreta en todas sus capacidades motoras y sensoriales Joaquin Phoenix —con una música y una fotografía que nos eleva a la catástrofe—, en una tragedia que extinguirá al planeta si no despiertan los guasones para intentar detener ese villano que hemos dejado entrar a nuestra casa por ignorancia.
No, Batman no vendrá a salvarnos.