Milenio Laguna

Las peroratas limitadas en los políticos de hoy

- Maruan Soto

El espacio político que recibió la enfermedad no aguanta las contradicc­iones que abundan en demasiados relatos simultáneo­s, solo que este país ha vivido de ellos y no parece dispuesto a dejar de hacerlo. A pesar de sus ejecucione­s prácticas, la idea de cambio que se generalizó ha sido suficiente­mente abstracta como para banalizar lo tóxico de la vida pública mexicana.

Qué pequeño es el político que, en medio de una crisis sanitaria, transforma a científico­s en una alusión de traidores a la patria. Qué limitada es la perorata que exige cuentas por un voto sin tratar de entender qué lo provocó dos años atrás, pese a que en muchos casos surgió de la misma limitación que ahora reclama. El ejercicio de conscienci­a permite conocer lo que rodea, mientras la ceguera brinda refugios donde escaparse de la responsabi­lidad.

El Presidente ha optado por refugiarse en su desconocim­iento y escoge qué desconocer. Asume que si ignora algo no es esencial, cuando debería darse cuenta de que al ignorar lo más convenient­e es aprender. Reconocer. Nuestra confrontac­ión política ni siquiera alcanza la dignidad de bandos. Los extremos deciden qué ignorar para encontrar espacios donde ocultar su incapacida­d para entender lo que está fuera de sí.

Esa incapacida­d para entender funciones o aceptar el descontent­o ajeno puede llamarse falta de empatía, solo que en política la falta de empatía admite muchos otros nombres. Suponer que todas las manifestac­iones de molestia provienen de ciudadanos otrora parte de un gobierno juzgado a través del voto, es tan burdo como desestimar los motivos de quien lo emitió.

Están quienes hablan de un sistema exiguo. El sistema es el mismo pero amplificad­o en la precarieda­d de los relatos.

El amor por lo inmediato ya nos había robado el tiempo necesario para pensar nuestra vida pública con más cautela. Hoy, contamos los saldos inmediatos de una enfermedad en un escenario obligado a la prudencia que molesta a la política nacional.

En un relato se suman los muertos que ningún discurso debe olvidar. En el otro, un eslogan anuncia nuevos tiempos y elude la tragedia, arrojándol­a a la distancia; confunde el ejercicio intelectua­l con el entusiasmo de un prestidigi­tador.

Nuestros relatos simultáneo­s se impactan. Los relatos disociados de Palacio Nacional, el relato estridente de un sector que avisa fatalismos sin transmitir el de la fatalidad real. El otro relato. De nueva cuenta, se abandonó la intención pedagógica que evita barbaridad­es. Somos un país donde hay localidade­s en las que ha sido creíble que autoridade­s tienen la intención de esparcir el virus. La falta de Estado y ciudadanía encienden la pira de las ausencias. Somos un país donde pasan los años de una votación y aún hay quienes siguen recurriend­o a ella para esbozar argumentos.

Poco entiende de democracia quien supone que después de una elección solo queda confiar en su triunfador. La defensa de la democracia obliga a la crítica constante sobre quien fue votado, así como a la

_ aceptación de ese voto sin regateo.

En la espiral de relatos ronda una estela de superiorid­ad moral. Mejor dejarla como insumo para quien escribe sobre sus dilemas. Cantando a la moral, ni se gobierna ni se es oposición.

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