Milenio Laguna

“En “E la cultura del PRI, el ‘dedazo’ era el centro de la transición”

- Roberto Blancarte

Por las razones que sean, es un hecho que el proceso de sucesión presidenci­al ya se inició. La pregunta que me hago, observando los acontecimi­entos recientes, es si realmente nuestra cultura política ha cambiado al respecto. López Obrador insiste en que las cosas ya no son como antes y ciertament­e, algunas cosas han cambiado, aunque no por él. Es verdad que las cosas ya no son como antes, desde hace mucho, simple y sencillame­nte porque el sistema político se ha venido transforma­ndo, en gran medida democratiz­ando, lo que ha cambiado las formas y modos posibles de actuación política. Por dar un ejemplo de a que me refiero, el nombramien­to de Enrique Peña Nieto como candidato del PRI a la presidenci­a ya no fue por dedazo, por el simple hecho de que el presidente en turno era panista. Así que la designació­n del candidato se hizo a partir de una correlació­n de fuerzas dentro del ese partido. Curiosamen­te, la noción del dedazo, es decir de la designació­n del candidato a partir de la voluntad omnímoda de una persona, ha vuelto por sus fueros con la 4T y el presidenci­alismo centraliza­dor de AMLO. Lo cual fortalece la idea de aquellos que piensan que Morena no es más que una continuaci­ón del PRI y sobre todo de sus prácticas; en suma, que la 4T es la heredera de una vieja cultura priista, con los defectos, pero sin las virtudes que, como quiera que sea, desarrolló a lo largo de 70 años en el poder.

En la cultura política desarrolla­da por el PRI “el dedazo” era parte central del proceso de transición. Al dedazo le seguía “la cargada”, algo de lo cual vimos renacer en día pasados, con el grito de “presidenta, presidenta”. Antes, los posibles sucesores permanecía­n callados y “sin moverse” demasiado, pues cualquier intento de presión podía provocar reacciones contraprod­ucentes. Después de esperar sumisament­e ser el elegido, si la decisión no era la esperada, no había mucho que hacer; no había derecho de pataleo y el que se inconforma­ba con el resultado enfrentaba el ostracismo. Ahora, las cosas parecen haber cambiado, aunque no totalmente, pues los posibles candidatos continúan el proceso de sumisión total al presidente, aunque, esperando una señal, se atreven a decir “yo también quiero”. Pero en el fondo, saben que todo, o casi todo, depende de la voluntad del líder. Y en ese espacio, no creado por ellos, sino por el proceso de democratiz­ación general del país, es que quieren todavía hacer su juego. Si no son los elegidos se pueden ir a buscar la candidatur­a por otro partido; ya no tienen mucho que perder. Porque contrariam­ente a antes, cuando uno de los sectores del partido anunciaba la candidatur­a, se sabía que el juego había terminado. Pero ahora el partido dominante no tiene la solidez, la estructura y la cohesión necesarias para un ejercicio similar. La paradoja es que, si bien erosionada

tributario._ por el proceso de democratiz­ación y la alternanci­a, la cultura política de antaño sigue bien arraigada. López Obrador, es el mejor ejemplo de ello, pues, contrariam­ente a lo que dice, es alguien que todavía sigue inmerso en esa cultura, de la que salió y a la cual le sigue siendo felizmente

La noción del dedazo ha vuelto por sus fueros con la 4T y el presidenci­alismo centraliza­do

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