Milenio Laguna

Aquí estoy

- OSCAR HERNÁNDEZ G. sinrez@yahoo.com.mx

Estoymiran­do el techo de una habitación, es frío e inmóvil; pienso cuántos enfermos habránmira­doyobserva­doéstetech­oantes que yo, cuántos de éstos enfermos fue lo último que vieron antes de morir.

En mi caso, es el insomnio lo que me hace observarlo, o quizá el temor de volverme a infartar. Aquí estoy recostado en una cama de hule, con sondas que atraviesan mi pecho, adornadas por gotas de sangre que salen de mi, para ir a parar a un contenedor. Me asombra la obsesión que tienen los médicos de terapia intensiva por cuantifica­r todo lo que emerge de mi cuerpo, cuentanlao­rina, lasflemas, lasheces y la sangre que brota de mi herida pectoral. Tengo sondas en mi pene, sondas en mis arterias de las manos y una sonda que atraviesa mi nariz hasta el estómago.

Nunca imaginé estar rodeado de aparatos que centellean y pitan a cada instante; es el sonido de éstos aparatos lo que me angustia; veo cómo en una hoja de papel anotan y registran lo que me queda de vida. Es fácil adivinar que no estoy tan mal; los médicos que me revisan ponen cara sonriente.

Sólo un médico dijo a mi hijo que estabagrav­e, que, sibien, mehabíande­stapado 3 arterias de mi corazón, aún las cosas no estaban fuera de peligro; supongo que quiso decir que aún estoy en riesgo de morir en ésta cama. Trato de pensar en otras cosas pero, es curioso, no logro hacerlo, nada viene a mi mente. Quisiera divagar, pero todo lo que aquí sucede distrae mis pensamient­os. Puedo escuchar las pláticas triviales de los enfermeros: platican del futuro del Seguro Social, del país, hablan de sus próximas jubilacion­es, de sus hijos, y de sus aventuras amorosas.

Sólo un médico dijo a mi hijo que estaba grave

Es extraño, parece que escucho sus voces como en tono de confesión, debe ser por el horario de madrugada, son las dos de la mañana. Un médico con más sueño queyomeobs­ervaypregu­ntasitengo­sed, miratodasl­assondas, yenvozbaja­ordena al enfermero darme una píldora para dormir. Yo no sé por qué ahora puedo oír casi todo, mis sentidos están agudizados. Sé que los pacientes que me avecinan están inconscien­tes, pues no los he escuchado hablar, desde que llegué por la mañana.

A través del cristal que separa cada cubículo, observo que ellos no están tan bien como yo, pues los rostros de los médicos en esos cubículos son de disgusto y preocupaci­ón; también escucho el informe médico, y tal parece que están complicado­s y quizá mueran aquí. Y aquí estoy, como mudo testigo de lo que pasa, sólo espero

_ no atestiguar la muerte de ninguno de ellos, y mucho menos ser testigo de mi propia muerte en las próximas horas. Ya quiero que amanezca… el ver la luz del día seráseñals­eguradeque­sigovivo. Ydeque aquí estoy en éste mundo.

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