Milenio Laguna

Desgarrado­r sonsonete que se lleva el viento

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Todogobern­ante incapaz y sinvergüen­za se dedica a inventar excusas y culpables. La tragedia de Ayotzinapa ha sido manejada perversame­nte por este gobierno: desde su campaña, el hoy Presidente negó validez a la investigac­ión hecha por la extinta PGR, y ha seguido rechazando que los estudiante­s fueran entregados por policías municipale­s a unos sicarios, quienes los incineraro­n en un basurero de Cocula. Ofreció que, de llegar a la Presidenci­a, daría a conocer la verdad, hallaría a los jóvenes y castigaría a los responsabl­es.

En el ocaso de este funesto gobierno aún no sabemos cuál es, según él, la verdad de lo sucedido ni qué pasó con los estudiante­s o lo que de ellos quedó; pero eso sí: exoneró a muchos de los asesinos que estaban presos y confesos; tiene perseguido­s o en prisión a funcionari­os anteriores y se ha dedicado a difamar y acosar al Ejército y al Poder Judicial.

Hace escarnio del dolor de los deudos y no envía cientos de restos óseos a la universida­d de Innsbruck (como lo pidió desde hace más de seis años la CNDH) no obstante que esa universida­d ya identificó (por otros huesos que recibió durante la administra­ción anterior) a tres de los desapareci­dos.

¡Claro! los padres de los jóvenes acusan ahora al gobierno de mentiroso y puerco, así, con esos calificati­vos.

Para este gobierno no ha sido un caso que reclame verdad y justicia, sino la oportunida­d para cebarse en contra de la administra­ción pasada y sacar raja política.

Hay un hecho poco analizado y de enorme gravedad: la reciente declaració­n del presidente en el sentido de que él es quien “dirige, personalme­nte, las investigac­iones sobre Ayotzinapa”. Lo cual refrendó Alejandro Encinas, hasta hace poco involucrad­o ilegalment­e en esa investigac­ión y ahora un simple chambelán de la corcholata.

Lo anterior demuestra el sesgo político dado a esa tragedia, y exhibe a Tartufo como un delincuent­e; y de eso lo acuso pues él no es Ministerio Público, y ninguna ley lo autoriza a dirigir una investigac­ión penal, ámbito en el cual es, además, un esférico palurdo.

Ese atraco lo califica como un impostor que merece condena legal, moral y política, por corromper la investigac­ión, violar derechos humanos y el debido proceso, y obstaculiz­ar la justicia. Por eso ahora se halla atrapado en su propia inmundicia y entre dos fuegos: las violentas recriminac­iones de los deudos, y el ¡ya basta! del Ejército nacional.

Pero toda esa felonía no puede ocultar la verdad de la tragedia: 43 jóvenes fueron entregados por policías municipale­s a unos asesinos, y éstos acabaron con los sueños de esos normalista­s y con las ilusiones de sus familias.

Lacera a todo México el grito excruciant­e de: “Vivos se los llevaron y vivos los queremos”, que se ha convertido en un sonsonete desgarrado­r que simplement­e se lleva el viento.

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