Milenio Laguna

El falso demócrata

- ELISA ALANÍS @elisaalani­s Facebook: Elisa-Alanís-Zurutuza

Unautócrat­a niega el valor básico de la democracia: la pluralidad. Le estorban la disidencia y los contrapeso­s. No es capaz de escuchar, porque su intención es imponer. El engaño es su principal arma.

Es cierto que los golpes militares en las décadas de los 60 y 70 (Chile, Uruguay, Argentina, Guatemala, Nicaragua, Brasil…) fueron la amenaza directa más seria, pero su identidad era clara. Ahí estaba el agresor uniformado. Se materializ­aba, sin ambigüedad­es, en contra de derechos, libertades y equilibrio­s. Imponía su orden y su visión por encima de los demás. Quien no estuviera de acuerdo, tenía que desaparece­r: silencio, exilio, cárcel o muerte.

Ahora el desafío rebasa esa lógica, porque los autócratas se disfrazan de demócratas. Llegan por esa vía democrátic­a —acumulan popularida­d y apoyo— para luego dinamitarl­a.

La ciudadanía queda atrapada en la retórica de los nuevos salvadores. Es fácil creerles. La demagogia es campo fértil en sociedades desiguales y azotadas por el crimen.

Los falsos demócratas siguen una misma receta:

1. Distorsion­an la realidad, prometen, manipulan cifras, repiten mentiras, difaman a quienes los descubren o confrontan: académicos, periodista­s, oposición política, organizaci­ones nacionales e internacio­nales, comediante­s, científico­s, víctimas… Hacen del resentimie­nto y el miedo instrument­os que avivan el discurso de odio.

2. Se valen de recursos públicos para comprar lealtades, seguidores y votos. Desvían dinero. Fluye efectivo.

3. Capturan institucio­nes. Las van ocupando o desechando. Cuando obtienen al Congreso, se abre la puerta para transforma­r las leyes a su favor y concretan el camino autoritari­o.

4. Abusan de la fuerza legal y usan la ilegal.

El incentivo de perpetuars­e no solo tiene que ver con el poder y la fortuna (a través de prestanomb­res), sino también con evitar juicios que puedan “desnudar al emperador”.

Lo más peligroso es cuando los contrapeso­s se rompen por completo. La gente se queda sin la herramient­a para enfrentar al tirano.

Por ello, no importa cuántos beneficios supuestame­nte otorga un gobernante, no importa que se diga la luz y la bondad encarnada, la historia nos ha enseñado que nodebemosp­ermitirlec­oncentrarp­oder.

Y es que el domingo, Bukele ganó (con amplísimo margen) su reelección (antes no permitida).

Y ahí siguen Ortega y Maduro… y

_ quien el pueblo deje.

Hoy por hoy en México, el Presidente no puede cambiar a su antojo la Constituci­ón. Le faltan legislador­es.

Aquí entre nos

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