Nuevos y buenos ciudadanos
Existeun error teórico y práctico, al querer separar la ética pública y ética privada. La ética pública sería puramente de procedimiento y se agotaría en el cumplimiento de las normas constitucionales y en el respeto al derecho llamado positivo. En cambio, la ética personal se vería relegada exclusivamente al cerco privado, sin ninguna manifestación política o económica.
Sin embargo, lo cierto es que sólo hay una ética que presenta aspectos privados y aspectos públicos, que no son delimitablesentresí, nisedebenseparar. Sialguien noeshonradoolimpioensuvidapersonal o familiar, será muy raro que se comporte con honestidad en la esfera pública, porque le faltará el temple moral necesario para acometer acciones que sean a la vez justas, aunque arduas, o para evitar comportamientos que seducen por su encanto inmediato, pero acaban por corromper a las personas y perjudicar gravemente al bien común. Y, a su vez, si alguien no se conduce rectamente en el nivel público, ese desgarramiento existencial se traducirá en las relaciones más íntimas y personales, según se manifiesta en la inestabilidad familiar de no pocas personas que están obligadas (por la autoridad que representan) a tener una conductaintachableen el terreno personal.
La formación cívica presenta, por lo tanto, un carácter ético con proyecciones políticas, en el más amplio sentido de esta palabra. El hombre bueno ha de procurar, simultánea e inseparablemente, ser también un buen ciudadano. Lo que demanda la sociedad es una “nueva ciudadanía”, mucho más activa y responsable, en la que las personas no se conformen, que ejerciten con energía y decisión su libertad social, su responsabilidad cívica y su creatividad cultural. Los nuevos ciudadanos, quienes habrán de tomar el relevo de la cosa pública dentro de pocos años, tendrán el honor ylacargadeconfiguraresemundotandistinto al actual de una forma hondamente humana. Para ello necesitan aprender una asignatura que no está en los libros ni en los planes de estudio. La formación cívica se adquiere como por ósmosis en la familia, en el colegio, en la parroquia, en las relaciones de parentesco y de vecindad. Esto pone en primer término la necesidad del buen ejemplo. Sólo el que conviva con buenos ciudadanos aprenderá a ser un buen ciudadano. En esta disciplina, todos somos discípulos y maestros a un tiempo. Cada uno debe pensar: que no sea yo el que les falle.
Y quizá el verdadero cambio debería de comenzar por ser realmente buenos ciudadanos y buenos familiares, ya que mucho parecen buenos socialmente, pero son nefastos familiarmente, es decir cuidan las apariencias como verdaderos hipócritas modernos… Ojalá la vida nos libre de ellos.
Lo que demanda la sociedad es una “nueva ciudadanía”