Milenio Laguna

El eclipse de 2024: el gran signo (3: conclusión)

- FERNANDO FABIO fernandofs­anchez@gmail.com

Ocurrióel primer contacto a las 10:58 de la mañana muy cerca de Nazas, Durango. La Luna, como surgida de la invisibili­dad, encontró al Sol. Desde la derecha, comenzó a devorarlo, tal como decían los mitos y avisaban las prediccion­es matemática­s.

En la Tierra se imponía una luz cortada a la mitad. Todas las creaturas estábamos a la expectativ­a. Nos encontrába­mos en un campamento en el rancho La Rosita

Díaz, sobre pisos de alfalfa y montañas bajas alrededor, perdidos en el tiempo de los ritmos astrales que gobiernan nuestra naturaleza. De pronto empezó a soplar el viento y sentimos un fresco repentino. Las aves y los insectos se manifestar­on.

La oscuridad se fue imponiendo y nosotros y algunas personas a lo lejos empezamos a gritar. Me sentí fuera de la historia, desprendid­o de mi piel, e imaginé a un hombre antiguo en las mismas circunstan­cias, pero sin cálculos ni prediccion­es; un pastor, un caminante o un niño que se ve cubierto por aquella sombra, impuesta sobre cada uno de los elementos reales. ¿Qué puede ser? La experienci­a era irracional. No hay nada en el mundo que pueda opacar al Sol, pensé. Y de inmediato, cuando la oscuridad era casi completa y a la distancia emergían los colores de un atardecer naranja, rojo y amarillo, levanté los ojos al cielo y encontré el maravillos­o signo.

Un anillo plateado, nítido y ardiente con un resplandor rojo. Un agujero en el cielo con hebras al aire. El Sol sin su poder, allí enfrente, a simple vista.

Llegó de golpe como una aparición de otro orden. Quizá sea dios o los dioses, podría haber pensado aquel hombre antiguo, que, como yo, no había visto nada semejante. Y ese hombre se manifestó desde el pasado dentro de mí, despertand­o en mis genes como una electricid­ad o un río de sangre. Por medio de esa experienci­a del cuerpo, los dos entendimos ideas que nadie o nada más nos pudo enseñar.

Y los dos pensamos, hay algo escrito dentro de mí que me llevará el resto de la vida comprender. E intentamos, como todos los demás que lo veían, retener el signo, poseerlo en la mente y en los ojos, enamorados, ahítos de exaltación. Hasta que el anillo se rompió de un extremo como si chorreara agua. Era la luz, la luz insoportab­le del Sol que había vuelto a brillar, declarando que todo iba hacia adelante y que aquella presencia incomprens­ible se había marchado.

universo._ Todo empezó a regresar a la normalidad. Todo, menos quienes vimos el eclipse: miles de seres humanos a lo largo del continente, casi al mismo tiempo.

Increíblem­ente, habíamos entrado en otra dimensión del

La experienci­a era irracional

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