El eclipse de 2024: el gran signo (3: conclusión)
Ocurrióel primer contacto a las 10:58 de la mañana muy cerca de Nazas, Durango. La Luna, como surgida de la invisibilidad, encontró al Sol. Desde la derecha, comenzó a devorarlo, tal como decían los mitos y avisaban las predicciones matemáticas.
En la Tierra se imponía una luz cortada a la mitad. Todas las creaturas estábamos a la expectativa. Nos encontrábamos en un campamento en el rancho La Rosita
Díaz, sobre pisos de alfalfa y montañas bajas alrededor, perdidos en el tiempo de los ritmos astrales que gobiernan nuestra naturaleza. De pronto empezó a soplar el viento y sentimos un fresco repentino. Las aves y los insectos se manifestaron.
La oscuridad se fue imponiendo y nosotros y algunas personas a lo lejos empezamos a gritar. Me sentí fuera de la historia, desprendido de mi piel, e imaginé a un hombre antiguo en las mismas circunstancias, pero sin cálculos ni predicciones; un pastor, un caminante o un niño que se ve cubierto por aquella sombra, impuesta sobre cada uno de los elementos reales. ¿Qué puede ser? La experiencia era irracional. No hay nada en el mundo que pueda opacar al Sol, pensé. Y de inmediato, cuando la oscuridad era casi completa y a la distancia emergían los colores de un atardecer naranja, rojo y amarillo, levanté los ojos al cielo y encontré el maravilloso signo.
Un anillo plateado, nítido y ardiente con un resplandor rojo. Un agujero en el cielo con hebras al aire. El Sol sin su poder, allí enfrente, a simple vista.
Llegó de golpe como una aparición de otro orden. Quizá sea dios o los dioses, podría haber pensado aquel hombre antiguo, que, como yo, no había visto nada semejante. Y ese hombre se manifestó desde el pasado dentro de mí, despertando en mis genes como una electricidad o un río de sangre. Por medio de esa experiencia del cuerpo, los dos entendimos ideas que nadie o nada más nos pudo enseñar.
Y los dos pensamos, hay algo escrito dentro de mí que me llevará el resto de la vida comprender. E intentamos, como todos los demás que lo veían, retener el signo, poseerlo en la mente y en los ojos, enamorados, ahítos de exaltación. Hasta que el anillo se rompió de un extremo como si chorreara agua. Era la luz, la luz insoportable del Sol que había vuelto a brillar, declarando que todo iba hacia adelante y que aquella presencia incomprensible se había marchado.
universo._ Todo empezó a regresar a la normalidad. Todo, menos quienes vimos el eclipse: miles de seres humanos a lo largo del continente, casi al mismo tiempo.
Increíblemente, habíamos entrado en otra dimensión del
La experiencia era irracional