Reprobados, pero no importa, son pruebas de “neoliberales”
Almundo no le interesa que México sea un país pretendidamente único e irrepetible. No podría importarle menos. Tampoco está el mundo cruzado de brazos esperando que esa cacareada singularidad termine por transmutarse en un portentoso fenómeno económico o algo así. Al contrario, el mundo compite despiadadamente, se abre el paso a codazos y deja de lado a los perdedores.
En el mundo hay parámetros universales, por así decirlo, y a todas las naciones se les exige prácticamente lo mismo, por lo menos entre las que han adoptado la democracia liberal como un sistema de gobierno (el menos malo) y las que se han adherido a los principios de la economía de mercado.
Precisamente ahí es donde comienzan los enredos: la trasnochada ideología de la izquierda premoderna parece haber vuelto por sus fueros, de la mano de los populistas de turno, y el mentado “pensamiento único” que en algún momento emergió en este planeta —hasta el punto de que se hablaba del “fin de la historia”— ya no logra los consensos que alcanzó en las décadas pasadas.
Esto no quiere decir que el retorno de los brujos del socialismo sea una bella odisea, ni mucho menos. En lo que toca al subcontinente latinoamericano, han sembrado una opresiva pobreza e instaurado regímenes de espeluznante autoritarismo bajo el signo de la llamada “marea rosa” y la bendición del Foro de Sao Paulo: ahí están, para mayores señas, Venezuela y Nicaragua.
Movidos por el sectarismo y las doctrinas estatistas, los socialistas reciclados sustentan sus posturas en el consabido rechazo al “neoliberalismo” y en la paralela acusación de que el modelo capitalista no ha acabado con la pobreza en nuestros países. Estos cuestionamientos al orden establecido, denunciado como una imposición de las grandes potencias occidentales, llevan también a no reconocer los mecanismos de medición utilizados para evaluar objetivamente el desempeño de las naciones.
La desacreditación del programa PISA que ha hecho el régimen de doña 4T se inscribe perfectamente en esta lógica: los pésimos resultados de México en la última prueba no reflejan el estrepitoso fracaso del proyecto educativo nacional sino que deben ser ignorados porque el examen es una herramienta “neoliberal”. Estamos hablando de un programa internacional que mide las capacidades de los alumnos de 15 años en múltiples países. O sea, de algo que no nos concierne a los mexicanos, de la misma manera como a nuestros gobernantes no les motiva en lo absoluto enterarse de que el nuevo programa educativo japonés plantea que los estudiantes lean un libro cada semana.
Aquí, millones de escolares no es que no lean un solo libro sino que no entienden ni el primer párrafo. Eso, ¿nos sirve de algo, le aporta valor a la patria o nos asegura acaso el mejor de los futuros?
Mientras tanto, el mundo sigue moviéndose a toda velocidad.
La ideología de la izquierda premoderna parece haber vuelto por sus fueros