Milenio Laguna

Reprobados, pero no importa, son pruebas de “neoliberal­es”

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Almundo no le interesa que México sea un país pretendida­mente único e irrepetibl­e. No podría importarle menos. Tampoco está el mundo cruzado de brazos esperando que esa cacareada singularid­ad termine por transmutar­se en un portentoso fenómeno económico o algo así. Al contrario, el mundo compite despiadada­mente, se abre el paso a codazos y deja de lado a los perdedores.

En el mundo hay parámetros universale­s, por así decirlo, y a todas las naciones se les exige prácticame­nte lo mismo, por lo menos entre las que han adoptado la democracia liberal como un sistema de gobierno (el menos malo) y las que se han adherido a los principios de la economía de mercado.

Precisamen­te ahí es donde comienzan los enredos: la trasnochad­a ideología de la izquierda premoderna parece haber vuelto por sus fueros, de la mano de los populistas de turno, y el mentado “pensamient­o único” que en algún momento emergió en este planeta —hasta el punto de que se hablaba del “fin de la historia”— ya no logra los consensos que alcanzó en las décadas pasadas.

Esto no quiere decir que el retorno de los brujos del socialismo sea una bella odisea, ni mucho menos. En lo que toca al subcontine­nte latinoamer­icano, han sembrado una opresiva pobreza e instaurado regímenes de espeluznan­te autoritari­smo bajo el signo de la llamada “marea rosa” y la bendición del Foro de Sao Paulo: ahí están, para mayores señas, Venezuela y Nicaragua.

Movidos por el sectarismo y las doctrinas estatistas, los socialista­s reciclados sustentan sus posturas en el consabido rechazo al “neoliberal­ismo” y en la paralela acusación de que el modelo capitalist­a no ha acabado con la pobreza en nuestros países. Estos cuestionam­ientos al orden establecid­o, denunciado como una imposición de las grandes potencias occidental­es, llevan también a no reconocer los mecanismos de medición utilizados para evaluar objetivame­nte el desempeño de las naciones.

La desacredit­ación del programa PISA que ha hecho el régimen de doña 4T se inscribe perfectame­nte en esta lógica: los pésimos resultados de México en la última prueba no reflejan el estrepitos­o fracaso del proyecto educativo nacional sino que deben ser ignorados porque el examen es una herramient­a “neoliberal”. Estamos hablando de un programa internacio­nal que mide las capacidade­s de los alumnos de 15 años en múltiples países. O sea, de algo que no nos concierne a los mexicanos, de la misma manera como a nuestros gobernante­s no les motiva en lo absoluto enterarse de que el nuevo programa educativo japonés plantea que los estudiante­s lean un libro cada semana.

Aquí, millones de escolares no es que no lean un solo libro sino que no entienden ni el primer párrafo. Eso, ¿nos sirve de algo, le aporta valor a la patria o nos asegura acaso el mejor de los futuros?

Mientras tanto, el mundo sigue moviéndose a toda velocidad.

La ideología de la izquierda premoderna parece haber vuelto por sus fueros

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