Que no se lucre con la tragedia
No deja de azotarnos la desgracia. Si no es un nuevo escándalo de corrupción, sustitutivo del anterior, es un sismo que desmadejó una parte emblemática de nuestro país: ahora le tocó a Juchitán. La naturaleza del fenómeno se ensañó, en particular, con una ciudad orgullosa de sus símbolos, de su matriarcado, de su historia, de sus bellezas naturales, de su sólida identidad regional. Esa parte de Oaxaca que, a pesar del desastre, sigue tan vital como siempre. Así lo demostró un herrero, enarbolando la bandera mexicana para enviar un mensaje a su comunidad y al país entero: estamos de pie, pese a la adversidad. Un acto sincero que contrasta con los de aquellos que gobiernan este país, guiados por protocolos acartonados, sin espontaneidad.
El devastador sismo del 85 dejó una lección que el gobierno aprendió: no dejarse rebasar por la sociedad civil. Evocando aquellos lúgubres momentos de hace 32 años, la población del entonces Distrito Federal reaccionó con mayor prontitud que el gobierno federal, encabezado entonces por Miguel de la Madrid (1982-1988). Fue de tal magnitud la catástrofe que la gente común y corriente salió a rescatar, a ayudar, a proteger a quienes pudieran. Su cometido fue un éxito. Una probable consecuencia de la lenta reacción mencionada fue que dos años después, el partido en el gobierno se desprendió. En 1987, surgieron los Cárdenas y los Muñoz Ledo, los Hebertos. La ciudadanía capitalina definió un parámetro: la sociedad puede, en ocasiones, ser más eficaz en resolver problemas que el propio gobierno.
Las tragedias en México brindan con frecuencia las condiciones para que una clase política medre de ellas. Peña Nieto ya lo dijo: que nadie se aproveche de la desgracia. Solo las autoridades (o sea ellos) habrán de resolver el problema, aunque haya múltiples muestras de solidaridad. Ojalá sea así. Que no se repita, como lo ha demostrado la investigación de Animal Político y Mexicanos contra de la Corrupción y la Impunidad (MCCI), la indignante acción de la Secretaría de Desarrollo Social que de 500 mil despensas adquiridas solo repartió 35 mil, en los tiempos de Rosario Robles (2013-2014).
El desastre sísmico llegó en un inmejorable tiempo político para nuestros gobernantes: inicio de las campañas electorales, reacomodo de los grupos y el ungimiento de candidatos. Pero, sobre todo, el tiempo para encontrar y legitimar a líderes, tan escasos en estas tierras. Juchitán, y Chiapas, pavimentan las condiciones al respecto. Que se prometa ahora, al final de cuentas se cumplirá después. Que se invierta algo ahora, a pesar de que todo pueda quedar a medias, después. El devastador sismo del 85, en particular padecido por CdMx, puso en alerta a las autoridades federales para situaciones semejantes. Se empezó a indagar cómo era la protección civil en Japón y en Estados Unidos, entre otros países. Se supo que la solidaridad es un acto humano espontáneo, independientemente de la raza y del idioma. Que no todo depende de la autoridad. Pero, sobre todo, la clase política aprendió no dejar que la sociedad civil la rebase. Pronto se sabrá si la tragedia dejó algún lucro; y para quien.
El desastre sísmico llegó en un inmejorable tiempo político para nuestros gobernantes: inicio de las campañas electorales, reacomodo de los grupos y el ungimiento de candidatos