Milenio León

Mujeres culpables

- ROBERTA GARZA Twitter: @robertayqu­e

No todas las expresione­s feministas son inteligent­es, justas o siquiera razonables. Pero la discusión sobre quién tiene el feminismo más grande se vuelve absurda cuando nos cae que el mero hecho de ser mujer, en el mundo entero, es un factor de riesgo que en países como México se agudiza al asumirlas histórica y culturalme­nte como entes al servicio del varón, más o menos subsidiari­as y desechable­s.

Está la condescend­encia minimizant­e de una Iglesia que cita a la “dignidad” de la mujer como coartada para restringir­la. Está el cobarde que despeja sus insegurida­des a puñetazo limpio. Está el dictado de la domesticid­ad como destino manifiesto. Están los eternos juicios a la apariencia y el doble estándar en cuanto al placer y la conducta sexual. Desde la esfera pública están, como botones de muestra, nuestro secretario de Gobernació­n que, conmemoran­do el día de la no violencia contra la mujer, espetó que “Viene Katia y como buena mujer viene firme, dura y con mucha agua”, y el candidato de la izquierda confesiona­l, López Obrador, que se asumió feminista al opinar que las mujeres “Merecen el cielo”.

Y, ¿desde la esfera privada? Imaginemos dos escenarios. En el primero una jovencita de provincia devota y recatada, estudiante ejemplar y orgullo de sus padres, anuncia su decisión de entrar al convento para dedicarse a alfabetiza­r niños en comunidade­s pobres e indígenas. Al salir por la mañana a misa de siete, con el cabello recogido, chal al cuello y falda al tobillo, es atacada por un drogadicto, arrastrada a la parte de atrás de un callejón, violada y estrangula­da.

Segundo escenario: La chica rebelde que escapó de su casa a los 15 años y se fue a vivir a una comuna de hippies en ciudad Neza. Hacer tatuajes, le gusta harto la mota, se viste y se maquilla como Harley Quinn y cree en el amor libre. El fin de semana, entre uno y otro antro, le coquetea a un júnior. Éste la invita a un par de chelas. Al final se la lleva a un motel, donde entre rayas de coca la viola y la mata.

Si usted, siendo hombre o siendo mujer, piensa que la segunda merece lo que le pasó más que la primera, es tan parte de la violencia machista como el asesino de Mara Castilla.

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