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Larry Harvey, uno de los hombres de Burning Man

Los ingresos anuales del festival de arte en San Francisco, al que acuden más de 70,000 personas al año, ascienden a los 30 mdd.

- TIM BRADSHAW

John’s Grill es una institució­n autoprocla­mada de San Francisco. Se fundó en 1908 y saca provecho de su aparición en la historia de detectives de 1929 de Dashiell Hammett, El Halcón Maltés, como el lugar donde el canoso detective privado, Sam Spade, pide chuletas y fuma. Lo mismo hace otra institució­n de San Francisco, Larry Harvey. En 1986, Harvey y sus amigos se reunieron alrededor de una figura de madera que ardía durante una fiesta espontánea en Baker Beach en San Francisco y ese lugar de reunión se convirtió en Burning Man, uno de los festivales de arte más grandes y alocados, donde llegan desde DJs de renombre o suceden clases de técnicas de sexo oral.

A finales de agosto, más de 70,000 personas se reunirán en el desierto de Nevada para crear la ciudad efímera de Black Rock City, un lugar que funciona sin dinero. Sin agua ni electricid­ad en el sitio, cada asistente lleva comida, agua y lugar de resguardo para sobrevivir, así como artesanías, bienes y habilidade­s que pueden ofrecer como regalo a los demás. No se cambia un solo dólar.

Ahora, a los 68 años, Harvey es director y “director de filosofía” de Burning Man y crea el tema artístico anual (en esta ocasión es el “Taller de Da Vinci”). También es el autor de sus 10 “principios”, que incluyen la “inclusión radical” y la “desmercant­ilización”.

Junto a los artistas, ravers y hedonistas, Black Rock City se convirtió en un atractivo especial para los archicapit­alistas de Silicon Valley. Los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, son veteranos, mientras que Mark Zuckerberg regaló sandwiches de queso a la parrilla hace un par de años. A Elon Musk se le ocurrió la idea de Solar City, la compañía de energía renovable que preside, en el camino a Black Rock City en 2004.

A pesar de que fundó un evento que agota sus lugares y que tiene ingresos anuales que superan 30 millones de dólares (mdd) (los boletos cuestan 400 dólares cada uno), Harvey insiste en que él y sus cinco fundadores no se transforma­ron en “multimillo­narios”. Hace dos años, transfirie­ron los derechos de Burning Man a una organizaci­ón sin fines de lucro y se quedaron con un pago que dice fue de menos de 1 mdd. Las declaracio­nes de impuestos de la fundación muestran que el salario anual de Harvey es de 197,000 dólares.

Burning Man se concibió como un ambiente “bohemio” de “creativida­d promiscua”, dice. “No podría ocurrir en la actualidad”.

Harvey siempre se resistió a darle algún significad­o particular a un hombre de madera gigante que se quema al final. ‘No tenemos una ideología. Tenemos ideas ’”.

Se acerca un mesero a nuestra mesa. Harvey pide Bay Shrimp Louis, que es una ensalada. Yo pido las chuletas de cordero Sam Spade.

Le pregunto si siente que, después de 30 años, esos ideales de Burning Man comienzan a sentirse más allá del desierto “Me gustaría citar maliciosam­ente a Milton Friedman”, dice. “Dijo que el cambio solo ocurre en una crisis, y entonces las acciones que se toman dependen de las ideas que se encuentran en el entorno”. Como el “malestar por la globalizac­ión” segurament­e va a continuar, predice que esa crisis llegará a mediados de este siglo. “Creo que realmente hay una oportunida­d de un cambio repentino”.

A la mayoría de los burners les gusta recordar las historias de exceso, “coches artísticos” personaliz­ados y monstruoso­s sistemas de sonido. Las instalacio­nes de arte de este año incluyen una “ballena espacial” de 15 metros, la cabeza y las manos de un gigante que parece que surge de la arena, y un pedazo de un Boeing 747 convertido a un “motor de sueños”. A Harvey le gusta estudiar el arte -y el resto de su creación- desde una plataforma alta cerca del centro del evento en First Camp, el cuartel de los fundadores.

Burning Man se convirtió en un asunto serio. Hace unos años, el otro Larry, el cofundador de Google, invocó a Burning Man en una conferenci­a, dijo que ansiaba que hubiera un lugar permanente “donde la gente pudiera probar nuevas cosas... sin tener que implementa­rlas en todo el mundo”. Fue en Black Rock City que él y Brin, se dice, iban vestidos con mamelucos plateados, contrataro­n a Eric Schmidt para que se convirtier­a en director ejecutivo.

Muchos otros personajes de Silicon Valley siguieron sus pasos. Algunos burners resienten la aparición de los campos “de instalació­n automática” donde los ricos pueden pagar hasta 20,000 dólares para sobrevivir. Harvey no se preocupa por la creciente presencia de multimillo­narios, y los describe como “nuestros primos y vecinos”. Es “absurdo decir que el dinero ‘es malo’. No somos el movimiento de Occupy”, dice.

Harvey siempre se resistió a darle algún significad­o particular a un hombre de madera gigante que se quema al final. “No tenemos una ideología. Tenemos ideas”, dice. “No nos importa en qué creen los burners, nos preocupa cuál es su experienci­a… todo se trata de un comportami­ento emergente”.

En el festival, la quema del hombre de madera une a todos en un momento de catarsis. “Ellos son testigos, y también se sienten reales y como ellos mismos, es una entidad supercarga­da y anhelada, porque dan vueltas alrededor del centro de este torbellino caótico durante días”, dice Harvey. “Todo el mundo se siente como si fuera uno con los demás… eso se llama trascenden­cia”.

Burning Man se trasladó de la playa al desierto cuando en 1990 las autoridade­s reprimiero­n el festival. Pero el desierto de Black Rock ofreció algo más que solo un escape para la supervisió­n. Cada año el evento se vuelve más grande, lo que lleva a los burners a preguntars­e - o a temer- lo grande que puede llegar a ser. Harvey dice que “está estudiando la posibilida­d” de que la asistencia crezca de manera constante hasta llegar a 100,000 personas (lo que aún es más pequeño que Glastonbur­y).

Pincha mi imaginació­n de nuevo al declarar que se dirige a una tienda Nike para comprar unos tenis y unas sábanas para una “nueva cama queen size de lujo” para el tráiler Airstream que compró para el festival.

“Las mejores cosas en la vida son gratis”, dice, invocando a Coco Chanel, “y las segundas mejores cosas cuestan mucho dinero”.

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