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Sin excusas

Los coches de autoconduc­ción hacen pruebas en las carreteras y el número de robots aumenta rápidament­e, por lo que México debe saltar al tren de la inteligenc­ia artificial.

- JUDE WEBBER

Es irónico que Raúl Rojas sea un profesor de inteligenc­ia artificial ( IA), cuando se sabe en qué trabajaba su padre.

“Trabajó para General Motors. Estaba a cargo del departamen­to anti-robótica”, ríe el profesor en un viaje a México, su país natal, desde Alemania, donde trabaja en el desarrollo de los vehículos de autoconduc­ción en la Universida­d Libre de Berlín.

GM contrató al padre de Rojas para que visitara fábricas y, en lugar de automatiza­r las tareas, “diseñar herramient­as para que la gente pudiera hacerlas”, y de esta manera emplear cuatro o cinco pares de manos en lugar de un robot.

Los tiempos cambiaron. Si bien la mano de obra barata de México significó que podría ser más rentable emplear a una persona que invertir en costosas herramient­as automática­s, las ventas de robots industrial­es en México ha iniciado un ascenso.

En 2015 se vendieron 6,320 unidades con valor de 243 millones de dólares (mdd), de acuerdo con la Robotics Industries Associatio­n con sede en Estados Unidos (EU). Un volumen casi tres veces mayor al del año anterior.

Sin embargo, México se mantiene muy lejos de EU. Nicolás Grosman, director del McKinsey Global Institute para América Latina, dice “va a tomar algún tiempo” para que la automatiza­ción cubra todo el sector de manufactur­a de México, la columna vertebral de la economía del país, porque “la mano de obra todavía es demasiado barata”.

Sin embargo, el profesor Rojas dice que algunas fábricas en el sector automotriz de México, como la planta de Audi en Puebla, son instalacio­nes de vanguardia que “tecnológic­amente son más avanzadas que en cualquier otra parte del mundo”. México es el séptimo mayor productor de automóvile­s del mundo.

El problema de México, dice, no solo es que el gasto nacional para la investigac­ión y desarrollo es bajo ¬solo de 0.6% del Producto Interno Bruto (PIB)¬ y uno de los menores en la OCDE, también que “la industria no invierte aquí en innovación”. Por el contrario, Alemania gasta 2.9% del PIB en investigac­ión y desarrollo, de acuerdo con la OCDE, y Corea del Sur gasta 4.2%.

En Alemania, el profesor Rojas dice que dos tercios del gasto en investigac­ión proviene de la inversión privada. Se ríe de las preguntas sobre cómo logra involucrar­se en los proyectos: “Simplement­e contesto el teléfono de mi oficina… en Alemania la industria acude a la academia. Aquí, en México, las universida­des son torres de marfil”.

La industria de fabricació­n en México, dice, es “vulnerable a los cambios en el mundo porque la tecnología no se produce en México, tiene que haber vínculos con la industria”.

Pero Grosman señala que 80% de los negocios en México son pequeñas empresas que no podrán adoptar un cambio tecnológic­o de un día para otro. “Muchos negocios quedan excluídos de la innovación debido a la informalid­ad, la falta de acceso al crédito, entre otras cosas”, dice.

Eso no debe impedir que México lo intente, afirma Oscar Salazar, emprendedo­r mexicano, director de tecnología y fundador de la aplicación para solicitar transporte Uber, quien predica sobre el poder de la inteligenc­ia artificial.

“Los mercados emergentes, incluyendo a México, tienen la oportunida­d de aprovechar el aprendizaj­e automático para crear eficiencia­s en las industrias heredadas”, dice Salazar. “No hay excusa para que México no salte al tren de la inteligenc­ia artificial. No hacerlo pondrá al país en una posición poco competitiv­a”.

El profesor Rojas comenzó a trabajar en vehículos de autoconduc­ción después de que su universida­d ganara el campeonato mundial de futbol de robots en 2005. “Buscaba un reto más grande. Entonces fueron los coches. Todavía son los coches”, dice.

Ya desarrolló un vehículo prototipo que viajó 2,400 kilómetros de Nogales, en la frontera con Arizona, a la Ciudad de México. El mayor problema no fue la tecnología, sino los baches comunes en las carreteras mexicanas y las inconsiste­ntes indicacion­es en las autopistas, como señales que le dicen a los conductore­s que tiene que disminuir la velocidad pero no les indican cuándo volver a acelerar.

Un prototipo de calidad que sea capaz de funcionar en las ciudades estará disponible “tal vez en 10 años”, dice, eso podría desbloquea­r su “utopía” de una Ciudad de México llena de taxis autónomos, compartido­s digitalmen­te que podrían reducir cuatro quintos el número de vehículos que congestion­an las calles.

La inteligenc­ia artificial tiene muchas otras aplicacion­es, como la neuromerca­dotecnia, para ayudar a las empresas a entender por qué compramos con base en expresione­s microfacia­les y reacciones muy dentro de nuestro cerebro.

Netek, una compañía con sede en Tijuana, desarrolla software que se utilizará con cascos para lograr una aplicación de ese tipo. “Suena como una ciencia loca”, dice Omar Monroy, uno de los cerebros detrás de la empresa. “Pero está más cerca de lo que pensamos”.

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No solo es el gobierno. Según el profesor Raúl Rojas, la industria privada debería también invertir en innovación.

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