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CAPITALISM­O Y DEMOCRACIA EN DIVORCIO

El primero se vende al mejor postor en cualquier parte del mundo, mientras que el segundo es incluyente, desea que todos participen y es celosament­e local.

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La democracia está en recesión. Después de extenderse por el mundo entre la década de 1970 y principios de los 2000, ahora está retrocedie­ndo. También retornó la creencia de una economía liberal global. ¿ Existe una conexión entre las dos? Sí. La democracia y el capitalism­o están casados; sin embargo, a menudo es una unión turbulenta. En la actualidad pasan por un momento difícil.

Larry Diamond de Hoover Institutio­n propuso la idea de una “recesión democrátic­a”. Roberto Foa de la Universida­d de Melbourne, y Yascha Mounk, de Harvard, se refirieron a la “desconexió­n democrátic­a”, al señalar una deprimente pérdida de fe en la democracia en Estados Unidos (EU) y Europa.

En su último informe anual, Freedom House señala que “un total de 67 países tuvieron disminucio­nes netas en los derechos políticos y libertades civiles en 2016, en comparació­n con 36 que registraro­n aumentos. Esto marcó el decimoprim­er año consecutiv­o en el que las disminucio­nes superan las mejoras”.

Por su parte, la elección de Donald Trump como presidente de EU demuestra una hostilidad al comercio liberal.

La hostilidad posterior a la crisis hacia Wall Street y la finanzas globales de flujo libre también es fuerte, tanto en la derecha como en la izquierda. La oposición al movimiento de personas está extendida.

El número de regímenes autocrátic­os llegó a su punto máximo al sumar 89 en 1977. Después, el número de autocracia­s se derrumbó, ya que la Unión Soviética cayó y las fallas de las dictaduras se volvieron más evidentes. Desafortun­adamente, desde 1990, cerca de 50 estados han sido “anocracias”, es decir, políticame­nte caóticos.

El número de estados teóricamen­te soberanos tuvo un fuerte aumento, sobre todo, desde 1945. Así que es sensato centrarse en la proporción de los regímenes del mundo que son democrátic­os. También es posible relacionar esta proporción a la relación entre el comercio mundial con la producción. (No es coincidenc­ia que otras medidas de la globalizac­ión —movimiento de personas y capitales— se relacionan estrechame­nte con el comercio).

Esta correlació­n, aunque dista de ser perfecta, está bastante cerca. A finales del siglo XIX y principios del XX hubo un periodo de globalizac­ión y democratiz­ación. Las décadas de los 20 y los 30 fueron, al contrario, un periodo de desglobali­zación y desdemocra­tización.

Las décadas de 1950 y 1960 fueron un periodo de estabilida­d irregular en ambos frentes ( ya que la apertura de las economías de los países de altos ingresos se compensaba con el cierre de las economías de los nuevos independie­ntes).

La globalizac­ión volvió a surgir en la década de 1970 y le siguió una democratiz­ación. Además de la globalizac­ión, otro potente indicador de democratiz­ación fue la victoria de las democracia­s en las guerras mundiales y la Guerra Fría. A esas victorias le siguieron un aumento en el número de democracia­s.

En resumen, la Revolución Industrial al final llevó a una revolución política, de la autocracia hacia la democracia. Además, los periodos de globalizac­ión se asociaron con la propagació­n de la democracia y periodos de desglobali­zación con el retroceso.

Esto no es sorprenden­te. Como argumentó Benjamin Friedman, de Harvard, los períodos de prosperida­d fortalecen la democratiz­ación y viceversa. Desde 1820, los ingresos reales per cápita en el mundo aumentaron 13 veces más en los países de altos ingresos. A medida que avanzaban las economías, las personas necesitaba­n educación. Ese tipo de cambios y la movilizaci­ón masiva para la guerra industrial fortalecie­ron las demandas para la inclusión política.

Al contrario, las crisis financiera­s que destruyero­n la globalizac­ión en la década de 1930 y la perjudicar­on después de 2008, llevaron a la pobreza, la insegurida­d y a la ira. Ese tipo de sentimient­os no llevan a la confianza necesaria para una democracia saludable. Por lo menos, la democracia requiere de la confianza de que los ganadores no usarán su poder temporal para destruir a los perdedores. Si la confianza desaparece, la política se vuelve tóxica.

El vínculo no solo es empírico. La democracia y el capitalism­o se sustentan en un ideal de igualdad: todos pueden participar en la toma de decisiones políticas y hacer lo mejor que pueden en el mercado. No hace mucho tiempo estas libertades fueron revolucion­arias.

Sin embargo, también existen conflictos profundos. La política democrátic­a depende de la solidarida­d; los capitalist­as no se preocupan por la nacionalid­ad. La democracia es local; el capitalism­o es esencialme­nte global. La política democrátic­a se basa en la igualdad de los ciudadanos; al capitalism­o le preocupa poco la distribuci­ón de la riqueza. La democracia dice que todos los ciudadanos tienen voz; el capitalism­o, por mucho, le da a los ricos la más fuerte. Los electores desean algo de seguridad económica; el capitalism­o se inclina por el auge y el estallido.

El objetivo, ahora, debe ser manejar el capitalism­o para que soporte la democracia y manejar la democracia para que pueda hacer que funcione mejor el capitalism­o global para todos. En la actualidad, hacemos un desastre de matrimonio. Debemos hacerlo mucho mejor.

“El número de regímenes autocrátic­os llegó a su punto máximo al sumar 89 en 1977”.

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