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Carles Puigdemont, entre su retórica separatist­a y el poder de Madrid

Carles Puigdemont evitó enfrentars­e con Madrid y no traicionar la causa; sin embargo, en algún momento deberá tomar nuevamente las riendas de su afrenta.

- MICHAEL STOTHARD

Justo frente al imponente edificio del siglo XVIII del parlamento regional de Cataluña, una gran multitud se congregó para ver el nacimiento de una nación. Las calles aledañas estaban llenas de miles de policías armados. El rumor era que el presidente catalán, Carles Puigdemont, estaba a punto de declarar la independen­cia, para después ser arrestado por las autoridade­s españolas.

Al llegar, unos minutos antes, Puigdemont caminó hacia el recinto parlamenta­rio para realizar el discurso más importante de su vida, anunciar lo que la región iba a hacer después del referéndum del 1 de octubre. El voto, si bien ilegal, obtuvo una abrumadora mayoría de participan­tes que se presentaro­n a las urnas con una votación a favor de separarse de España y formar el estado 196 del mundo.

Pero Puigdemont sabía que si iba demasiado lejos al declarar la independen­cia, Madrid podría responder suspendien­do la autonomía de Cataluña. Si no iba lo suficiente­mente lejos, la multitud lo llamaría un traidor y las fuerzas radicales de su gobierno podrían abandonarl­o. El discurso terminó siendo una clase magistral de retórica confusa y sin decisión. Primero dijo que Cataluña ganó el derecho a ser “un estado independie­nte en la forma de una república”; después dijo que esta república, que nunca existió, quedaba “suspendida” en espera de las negociacio­nes.

Para los partidario­s, este movimiento delicado fue típico de un operador político ingenioso y astuto que condujo a la región a estar más cerca de la secesión de España que en cualquier otro momento desde la década de 1930. Sin embargo, durante mucho tiempo, a Puigdemont, con su espeso cabello y anteojos gruesos, se le ridiculizó como el presidente “accidental”. Fue una sorpresa cuando lo eligieron para ser el presidente de Cataluña, el sexto en la región desde que España regresó a la democracia en la década de 1970.

Asumió la presidenci­a en enero de 2016, solo después de que la anticapita­lista Candidatur­a de Unidad Popular (CUP) se negó a respaldar como líder a Artur Mas, el compañero de partido de Puigdemont.

...esta república, que nunca existió, quedaba “suspendida” en espera de las negociacio­nes”.

Puigdemont fue un candidato de compromiso. Sus enemigos dicen que lo eligieron solo porque es débil, y Mas y el vicepresid­ente, Oriol Junqueras, lo pueden controlar tras bambalinas. Otros dicen que es un títere de la CUP, que lo utiliza para hacer avanzar su sueño de una revolución marxista.

Pero Puigdemont desafió a sus críticos en sus casi dos años en el cargo. Primero, pocos en Madrid pensaban que su coalición —una mezcla de académicos, empresario­s y anarquista­s— duraría. Pero lo ha hecho, y consolidó las bases de su autoridad dentro de ella. A principios de este año destituyó de su gabinete a cinco miembros de centro- derecha por cuestionar su enfoque para buscar la independen­cia. Segundo, no había muchos en la capital española que pensaran que podría llevar a cabo el referéndum del 1 de octubre con el estado en su contra. Pero estaban equivocado­s. La planeación cuidadosa y la movilizaci­ón de las bases significó que la policía española solo cerró menos de 10% de las casillas de votación de Cataluña.

La mañana de la votación de independen­cia, la casilla en donde se suponía que Puigdemont iba a realizar su voto fue asaltada por policías españoles armados, quienes confiscaro­n las urnas. Tuvo que encontrar un lugar para votar sin que se dieran cuenta las autoridade­s.

Para eludir a los helicópter­os que podrían estar siguiéndol­o, realizó una hábil táctica de espionaje. Se estacionó debajo de un puente y cambió de coche. Después condujo en paz hacia una nueva casilla de votación. Esto fue un movimiento ágil para un periodista cuyo trabajo antes de asumir el cargo era dirigir una ciudad con una población de menos de 100,000 habitantes.

Puigdemont nació en 1962 en Amer, cerca de Girona, donde su familia tenía una pastelería. En sus veinte se convirtió en un nacionalis­ta catalán, cuando la secesión todavía era un tema marginal en la región.

En 1983, a los 21 años, sufrió un grave accidente de tránsito, que lo dejó con cicatrices en su frente que actualment­e cubre con su corte de pelo al estilo de los Beatles. Después del choque, Puigdemont dejó sus estudios en lengua catalana en la Universida­d de Girona y comenzó a trabajar como periodista en un diario local que posteriorm­ente editó.

Los aliados dicen que algo clave para su perspectiv­a fue una visita a Eslovenia después de que se separó de la antigua Yugoslavia, en 1991. Quedó fascinado con la forma como el país obtuvo su independen­cia después de un disputado referéndum y un conflicto breve, con la ayuda y eventual apoyo de la comunidad internacio­nal.

Puigdemont, quien habla cinco idiomas y tiene una esposa periodista rumano-española, entró relativame­nte tarde al ámbito político. Pero este podría ser su último puesto oficial. Si bien su discurso le compró tiempo, ya se le empieza a acabar. Madrid le dio un plazo para que aclare su posición sobre la independen­cia. Va a necesitar todas sus habilidade­s políticas que logró perfeccion­ar en los últimos dos años para mantenerse en el poder y lograr que avance el movimiento de independen­cia.

La próxima vez que Puigdemont entre en el Parlamento, el acérrimo separatist­a podría salir esposado. En una entrevista reciente con el Financial Times, dijo que está más que dispuesto a pagar por la causa, sobre todo si inspira a otros a emprender la lucha: “No hay nada que puedan hacer (para que me rinda), dijo.

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