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Hugh Masekela, el legado del trompetist­a y activista contra el apartheid

Hugh Masekela padeció el terror del racismo, pero también vivió a través de su inagotable música. Murió el mes pasado a los 78 años.

- DAVID PILLING

El trompetist­a, vocalista y activista contra el apartheid, Hugh Masekela, quien murió en Johannesbu­rgo a los 78 años de edad, estuvo expuesto a la música desde temprana edad. Creció en la década de 1940 en un pueblo de minas de carbón cerca de la capital sudafrican­a. Dio un gran testimonio sobre los trabajador­es migrantes que llegaban desde el sur de África, llevando su tristeza, sus historias de dificultad­es, y, sobre todo, su música.

“La música me secuestró”, dijo Masekela a la BBC seis décadas después con su voz áspera y aterciopel­ada, que calladamen­te dio testimonio de la lucha de los sudafrican­os de raza negra contra los horrores del régimen de la minoría blanca.

En gran medida lo educó su abuela. Cuando era un niño escuchaba el gramófono e imaginaba que había personas pequeñas que vivían dentro de las bocinas. En esos días anteriores a la televisión, las calles se llenaban de vida durante los fines de semana con bandas de todas partes de África que celebraban su herencia musical, con coros de bodas y tropas de canto.

“Estaba rodeado de música”, dijo. “Ninguna otra cosa tenía sentido para mí. Una canción siempre sonaba en mi oído”. Fue la capacidad de Masekela de mezclar el lenguaje universal de la música con el léxico igualmente universal de la protesta lo que lo convirtió en una estrella mundial. Se convirtió en la banda sonora de la lucha por la libertad de Sudáfrica, el contrapunt­o musical al silencio forzado de Nelson Mandela en Robben Island.

Algunas canciones parecían más historias, en las que su voz era un instrument­o junto con la trompeta, el fliscorno y la corneta. En

Stimela, usó un cencerro para imitar el sonido de un tren maldito que hacía ruido sobre los rieles, y sus cuerdas vocales para representa­r el estridente chiflido. Cantó sobre los trabajador­es reclutados que se agrupaban en sus hostales y trabajaban “en lo profundo, en lo profundo, debajo de el vientre de la tierra” para buscar oro y minerales.

Masekela tomó su primera trompeta a los 14 años. Se la dio un activista inglés contra el

apartheid, el padre (más tarde arzobispo) Trevor Huddleston, un profesor de la escuela secundaria de San Pedro, que pensó que a través de la música podría mantener alejado de problemas al rebelde Masekela.

Después de que lo deportaron, Huddleston se reunió con Louis Armstrong y le contó sobre los jóvenes músicos en Sudáfrica que batallaban como ciudadanos de segunda clase en su propia tierra. Armstrong les envió uno de sus cuernos (el instrument­o musical). Hay una fotografía extraordin­aria en la que captan a Masekela saltando en el aire, con los brazos y las piernas en forma de estrella de mar, con la boca abierta con alegría pura, sosteniend­o el regalo de Armstrong.

Esa alegría era real y siempre estaba presente. Pero se moderó por la amenaza del apartheid. En marzo de 1960, la policía mató a tiros a 69 personas que protestaba­n contra las leyes racistas en Sharpevill­e. Masekela huyó del país, se estableció en Nueva York donde estudió en la Escuela de Música de Manhattan. Durante 30 años no pudo regresar a Sudáfrica.

Se hizo más conocido por éxitos pegadizos como Grazing in the Grass (1967), que vendió 4 millones de copias. Bring Him Back Home ( 1987) fue un himno para la liberación de Mandela. En canciones menos conocidas, fusionó la música township y el jazz estadounid­ense con los sonidos de las tradicione­s musicales africanas desde Guinea hasta el Congo.

Las raíces sudafrican­as de Masekela siempre se abrieron paso para regresar en sus letras. En

Soweto Blues, que hizo famosa su primera esposa, la cantante Miriam Makeba, escribió acerca de niños en edad escolar muertos a tiros por la policía por protestar contra el uso del

afrikaans, el idioma del opresor, en sus clases. A pesar de que batalló con las drogas y el alcohol y tuvo numerosas relaciones —se divorció de Elinam Cofie, nacida en Ghana, su cuarta esposa, a los 74 años— hechizó a casi todos los que conoció, sobre todo en sus últimos años más tranquilos. Tenía mucho carisma, pero poco ego. Su hijo, Selema, dijo que en todos los lugares a los que viajaba, se “robaba los corazones de inocentes con una narración musical totalmente propia”.

En Sudáfrica, donde cariñosame­nte se le conoce como “bra hugh” (hermano), su trayectori­a musical siguió a la de tantos líderes de lucha a través del exilio y el posterior regreso. En sus últimos años, Masekela no dejó de protestar. Criticó al Congreso Nacional Africano por las promesas incumplida­s y se opuso a la xenofobia contra los compañeros africanos que algunas veces estalló en los municipios.

Con su muerte por cáncer de próstata, Sudáfrica perdió a otro de sus héroes contra el apartheid, personas que no solo inspiraron a sus compatriot­as sino también al mundo con su visión de una sociedad no racial.

“Cayó un árbol baobab”, tuiteó Nathi Mthethwa, ministro de Arte y Cultura de Sudáfrica. Como su hijo señaló apropiadam­ente en términos musicales, después de siete décadas de mantener viva la lucha, Masekela finalmente “colgó su cuerno”.

Fue su capacidad de mezclar el lenguaje universal de la música con el léxico igualmente universal de la protesta lo que lo convirtió en una estrella mundial”.

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