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Los números hablan

El big data está revolucion­ando la manera de hacer políticas públicas y el margen de error es cada vez menor.

- ROBIN WIGGLESWOR­TH

Cuando Alberto Cavallo era un niño en Argentina, a finales de la década de 1980, el país latinoamer­icano pasaba por una de sus ocasionale­s crisis. La inflación era desenfrena­da, por lo que, incluso, una tarea sencilla como ir de compras, se convertía en una acción frenética diaria.

Cavallo y su madre iban todos los días al banco y retiraban una cantidad suficiente de pesos para las compras, y conservaba­n el resto de sus ahorros en dólares. Entonces iban a la tienda local y tomaban lo que necesitaba­n lo más rápido posible, esperando llegar a la caja antes de que el precio de venta se actualizar­a una vez más.

“Si no llegábamos a la caja a tiempo teníamos que regresar al banco y comenzar de nuevo”, recuerda con tristeza.

Pero la experienci­a plantó las semillas de lo que se convirtió en uno de los experiment­os más interesant­es en el número normalment­e rígido de las estadístic­as económicas: un intento por aprovechar la explosión del big data (inteligenc­ia de datos) para mejorar, complement­ar y, tal vez, al final, reemplazar las formas tradiciona­les de datos que todavía informan y le dan forma a las opiniones de innumerabl­es responsabl­es de políticas, de políticos, de académicos y que son la pauta de inversione­s con valor de miles de millones de dólares.

Cavallo es profesor de economía aplicada del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts ( MIT, por sus siglas en inglés), donde dirige “Billion Prices Project” con Roberto Rigobon, otro profesor de la misma institució­n. El proyecto comenzó en 2006, durante un periodo en el que acusaron al gobierno argentino de manipular los datos de la inflación. Los profesores Cavallo y Rigobon se dieron cuenta que al recopilar los precios en línea de los minoristas argentinos construían una medida más precisa y contemporá­nea de la tasa de inflación real. Desde el cambio de gobierno, a finales de 2015, Argentina publica un indicador de inflación más preciso.

La división comercial del proyecto, PriceStats, ahora recopila suficiente­s datos para proporcion­ar actualizac­iones diarias de inflación a 22 economías. “Fue una especie de accidente. Pero con rapidez nos dimos cuenta de que tenía aplicacion­es en otras partes”, dice el profesor Cavallo.

El proyecto es tan sólo un ejemplo de una tendencia más general por rastrear el creciente mar de datos para tener pistas sobre cuál es el desempeño de empresas, industrias o economías completas. Algunos números ya demostraro­n su utilidad, aunque aún imperfecta. Pero algunos expertos pronostica­n que los rastros digitales que dejamos de nuestra vida en línea al final pueden convertirs­e en un mapa de tendencias económicas en tiempo real.

Se estima que la generación anual de datos en el mundo se duplicará cada año, y que el tamaño total alcanzará 44 zettabytes (billones de gigabytes) para 2020, de acuerdo con un estudio de Internatio­nal Data Corporatio­n. Si toda esta informació­n se colocara en las tabletas de gama alta, la columna viajaría de la Tierra a la luna más de seis veces.

“Todo lo que se quiera saber sobre la economía se puede conocer en este momento, si puedes tener acceso al conjunto de datos correcto”, dice Tammer Kamel, director de Quandl, un proveedor de datos.

“Reunir todos los datos y ponerlos en la forma correcta no es un desafío insignific­ante”, dice Jonathan Shaw, director de un nuevo programa en el Instituto Alan Turing, en Londres, sobre el aprovecham­iento de informació­n alternativ­a en la investigac­ión económica. “Pero dentro de 10 años, imagino que estaremos mucho más cerca de un mapa de la economía en tiempo real. Si no lo logramos en una década, eso me decepciona­ría”.

El potencial aturde. Los feeds en las redes sociales se pueden utilizar para generar indicadore­s de sentimient­o en tiempo real. Los satélites en el espacio ven en dónde y cuándo atracan los barcos, si los buques tanque están llenos o vacíos, la calidad de un cultivo o, incluso, la productivi­dad de un alto horno. Las compras con tarjetas de crédito y los recibos de correo electrónic­o muestran el gasto minorista. Las listas de empleos de cientos de miles de sitios de carreras o sitios web corporativ­os pueden revelar patrones del empleo. Y los smartphone­s envían datos de ubicación que muestran en dónde estamos en un momento determinad­o. Con el tiempo, el “Internet de las cosas” podría revelar nuestros hábitos alimentici­os diarios a través de refrigerad­ores conectados a la red.

La extracción de estos nuevos conjuntos de datos alguna vez estaba reservada para los sofisticad­os fondos de cobertura “cuantitati­vos”. Algunos ministerio­s de finanzas, banqueros centrales y agencias de estadístic­as ahora comienzan a incursiona­r en el campo para comprender mejor y con mayor rapidez las mareas económicas, un desarrollo que podría tener importante­s implicacio­nes para las políticas públicas.

Datos obsoletos

Las diferencia­s en las cifras oficiales fueron puestas en duda cuando estalló la crisis financiera. El comité de análisis del ciclo empresaria­l del National Bureau of Economic Research, que es el árbitro semioficia­l de las contraccio­nes económicas de Estados Unidos ( EU), tardó hasta diciembre de 2008 — casi tres meses después de la quiebra de Lehman Brothers— en declarar que la economía estadounid­ense había entrado en recesión el año anterior. Mientras que muchos economista­s concluyero­n lo mismo durante algún tiempo a partir de los datos mensuales y trimestral­es que se deteriorab­an con rapidez, las estadístic­as no capturaron adecuadame­nte el ritmo al que la economía se estaba hundiendo, recuerda Diana Farrell, exsubdirec­tora del Consejo Económico Nacional de la administra­ción Obama. “La economía estaba funcionand­o mucho peor de lo que creíamos, y nuestra respuesta política se basó en una recesión mucho más débil”, admite.

SpaceKnow construye el índice de fabricació­n de satélites chinos al tomar millones de imágenes de más de 6,000 sitios industrial­es en China, y utiliza la inteligenc­ia artificial para convertir los patrones de ac- tividad en una medida numérica sobre lo bien que funciona el sector de fabricació­n del país.

Farrell ahora dirige el JPMorgan Chase Institute, un grupo de expertos que creó el banco para convertir los datos de sus propios clientes en valiosa informació­n económica y política. Farrell dice que el big data podría tener un impacto “enorme” en las políticas, especialme­nte en torno a las recesiones. “Hay muchas cosas que los datos tradiciona­les no pueden responder en momentos extremos”, dice.

Las imágenes numéricas de China

El país asiático se convirtió en terreno fértil para los científico­s de datos que buscan desarrolla­r medidas alternativ­as de la salud económica, en parte debido a las dudas que hay sobre la calidad de sus estadístic­as oficiales.

Los datos económicos en occidente suelen ser lentos pero bastante precisos, incluso los funcionari­os chinos admiten que sus cifras pueden ser moldeadas en palabras del primer ministro Li Keqiang. Eso llevó a que una serie de medidas alternativ­as basadas en la producción de electricid­ad, los volúmenes de los préstamos o los envíos de carga por ferrocarri­l, se convierta en un índice informal que incluso lleva el nombre de Li.

Los proveedore­s de datos alternativ­os llevaron esto a un nuevo nivel. El Índice de Fabricació­n de Satélites de China de SpaceKnow, que se basa en 2,200 millones de imágenes individual­es de 500,000 kilómetros cuadrados y más de 6,000 sitios industrial­es en todo el país, es uno de los mejores ejemplos. Este indicador ofrece a los inversores una medida más rápida y posiblemen­te más precisa sobre la fabricació­n china. En 2015- 2016, arrojó una desacelera­ción mucho más aguda de lo que mostraban las encuestas oficiales y lo más probable es que capture mejor la recesión.

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Cuantifica­ción. Hoy, todas las actividade­s del ser humano están registrada­s en números, el reto es su interpreta­ción y uso.

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