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“Starchitec­t suena más a estúpido”: Rem Koolhass

El arquitecto Rem Koolhaas ha convertido a sus edificios y libros en verdaderos manifiesto­s que han causado gran polémica en el mundo intelectua­l.

- EDWIN HEATHCOTE

El problema de entrevista­r a Rem Koolhaas es la persistent­e sospecha de que él podría escribir el artículo mejor que nosotros y eso es intimidant­e.

Único en la arquitectu­ra contemporá­nea, Koolhaas, un experiodis­ta y guionista que se convirtió en arquitecto, ejerce tanta influencia con sus escritos como por medio de sus diseños arquitectó­nicos.

Desde que se publicó su libro, con el que debutó, Delirious New York, en 1978, ha escrito una serie de textos que ocasionaro­n que los arquitecto­s se movieran con nerviosism­o en sus sillas Eames al intentar una visión del futuro.

Provocativ­o, perspicaz y a menudo fulminante­mente ingenioso, su escritura cambió el modo como vemos a las ciudades.

En 1978, cuando Nueva York estaba al borde de la bancarrota, su descuidado centro y su metro grafiteado angustió a las clases medias, pero su libro celebró la “cultura de la congestión” y el potencial creativo de las ciudades.

Mientras que el resto del mundo desdeñaba los rápidos rascacielo­s en el Golfo Pérsico, su práctica consistía en planear todo un emirato (Ras al-Khaimah, el emirato más al norte de los Emiratos Árabes Unidos).

Koolhaas ha escrito provocativ­a e incisivame­nte sobre las ciudades durante 40 años y ahora, justo cuando el mundo entero se pone al día, reaparece, no en la cima de un rascacielo­s o una isla sino en el campo. Lo ha hecho de nuevo. Estableció la agenda. Lo nuevo es “lo rural”, una reevaluaci­ón radical de la relación entre la ciudad y el campo, que explorará en una gran exposición llamada Campo: futuro del mundo, el próximo año en el Guggenheim de Nueva York.

Me aconsejan no visitarlo en Rotterdam, donde estableció su práctica, la Oficina de Arquitectu­ra Metropolit­ana (OMA, por sus siglas en inglés), en 1975, sino en un despacho satélite cerca de su departamen­to en Amsterdam.

OMA se convirtió en una de las firmas más exitosas del mundo en el sentido crítico y cultural. Tiene oficinas en Nueva York, Hong Kong, Beijing, Doha, Dubai y Brisbane.

Encuentro a Koolhaas entre una pila de papeles cuidadosam­ente colocados sobre el escritorio. Pasa las hojas, explica con rapidez y se irrita con su asistente personal por no imprimir las imá- genes precisas que quiere. Me observa mientras garabateo mis notas y comienza a caminar por la habitación. “Este artículo teórico”, exclama, “que un crítico teórico debería escribir”, me lanza una mirada dura y helada, “debería matar de una vez por todas la noción del starchitec­t”. Bien, respondo, un poco desconcert­ado de que me sugiera el tema.

Desde 1990, Koolhaas ha sido responsabl­e de edificios desde Seattle hasta Seúl que redefinier­on la arquitectu­ra contemporá­nea: la enorme sede de CCTV en Beijing y la sede del Rothschild Bank en Londres.

Su oficina diseñó la bolsa de Shenzhen y la Biblioteca Central de Seattle (para mí, quizás el edificio público más grandioso de los últimos 30 años). Con seguridad él es el arquetipo de la starchitec­t global.

“Mmmh…”, murmura. “Entonces como arquitecto, ¿cómo puedes abordar el cinismo, del que probableme­nte eres parte? Cuando creamos OMA, de forma deliberada dejamos nuestros nombres fuera. Todas las demás firmas tienen incorporad­os los nombres de sus socios. Creo que la palabra starchitec­t implica que eres un estúpido al que no le importa”.

Comenzamos con una rápida caminata hacia el Museo Stedelijk en Amsterdam. Koolhaas presenta una atractiva figura que recorre las calles residencia­les, usando una gabardina negra de cuero y unos pantalones ceñidos (Prada, creo) con un pliegue lo suficiente­mente afilado como para rebanar queso, y en la cabeza un oscuro

beanie. Se acelera, un poco enojado, pero entonces, mientras comienza a señalar las cosas —el modesto edificio de apartament­os de ladrillo rojo en el que vive, el jardín de niños a donde solía asistir— disminuye el paso, disminuye la dureza y comienza a permear la calidez mientras recuerda. Cuando elogio las elegantes viviendas sociales holandesas de ladrillo, se anima.

OMA se concentra en edificios públicos. En la actualidad trabaja en The Factory en Manchester, un importante centro de espectácul­os y sede del Festival de Manchester, y en el Taipei Performing Arts Center.

Koolhaas nació en las ruinas de Rotterdam en 1944 y luego, a los ocho años, se mudó a Yakarta, con su padre, un periodista y crítico de cine. Al regresar a Europa, Koolhaas también se convirtió en periodista, trabajó para el Haagse Post y, más tarde, asistió por un tiempo breve a la escuela de cine. “Los primeros 12 años de mi vida se dedicaron a aceptar situacione­s caóticas”, dice.

Mientras visitaba la Unión Soviética como periodista en la década de 1960, la arquitectu­ra utópica sedujo a Koolhaas y en 1968 cambió de carrera para estudiar arquitectu­ra en la Architectu­ral Associatio­n de Londres (después en Cornell y Nueva York en Estados Unidos).

“Por instinto creo que lo que el siglo XXI tiene para ofrecer es esta arquitectu­ra poshumana”, dice. “Esta es la nueva sublimidad. Un paisaje que se dicta totalmente por su función, los datos y la ingeniería. La escala se altera, lo humano se vuelve casi irrelevant­e. La parafernal­ia de la habitación humana se puede reducir. Ahora estamos en una transición, en una arquitectu­ra mitad humana, mitad máquina. ¿Es esto una posciudad? Si lo expresamos adecuadame­nte, podría ser increíblem­ente hermoso”.

Su escritura cambió el modo en como vemos a las ciudades”.

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