QUÉ ME QUEDÓ CLARO DEL DEBATE
Hay mucho juego en las elecciones presidenciales de julio, el país debe aprovechar las estructuras actuales.
Me quedó muy claro que esta elección, en el fondo, es una decisión sobre el modelo de país que quieren los mexicanos. Por un lado, están aquellos que quieren mejorar el modelo actual, eliminando lo que se ha hecho mal y proponiendo mejoras; por el otro lado, un modelo totalmente distinto, que por una parte pretende regresar al pasado, y al mismo tiempo, mejorar lo que está mal, pero sin tener propuestas de cómo hacerlo, y con recetas mágicas en las cuales las cosas cambiarán por osmosis.
De un lado están Meade y Anaya con propuestas que vale la pena contrastar y que reconocen que tenemos problemas no superados, del otro lado, está López Obrador.
Los dos temas más importantes del debate: la seguridad y la corrupción, tanto Meade como Anaya hicieron propuestas que vale la pena consensuar, en tanto que López Obrador francamente se vio muy mal ya que dio sugerencias que no tienen ni pies ni cabeza. Darles amnistía a los criminales, lo que niega a pesar de haberlo anunciado muchas veces en los medios, y que hasta el día de hoy no puede explicar en qué consiste; así mismo, decir que la corrupción se acabará porque él no es corrupto, también sin poder explicar por qué esa condición no se cumplió cuando fue jefe de Gobierno, al estar plenamente comprobado que su gobierno estaba plagado de rateros. Pero lo importante aquí es que son dos modelos diferentes: uno — Meade y Anaya— no logra convencer a una parte importante del electorado, y el otro, López Obrador, que quiere cambiar todo
— aún lo que está bien hecho—, pero a pesar de que el modelo que propone está lleno de contradicciones, amén de que es anticuado y ya probó su fracaso en México en los 12 años que se implantó ( en los gobiernos de Echeverría y López Portillo), está teniendo más credibilidad que los otros dos candidatos. Probablemente la razón es que su patrón, a la luz de lo que estamos experimentando hoy, es producto de la falta de memoria de lo que vivimos en los años de Echeverría y López Portillo; o el hecho de que actualmente, tenemos muchos millones de jóvenes que no padecieron esos años.
En resumen, mucho se encuentra en juego; tener un país que aprovecha las estructuras actuales que están bien fundamentadas y está consciente que muchas otras tienen que cambiar, y así lanzarse a obtener mejoras sustantivas en beneficio de todos; o un modelo que aparenta ser nuevo, pero no es más que un refrito de otro anterior, que ya fracasó y que de implantarse de nuevo, solo traerá pobreza y marginación.