Éxodo venezolano
La salida de 5,000 migrantes por día hacia países como Colombia y Brasil, podría provocar una de las peores crisis de refugiados en Latinoamérica.
Cientos de inmigrantes venezolanos esperan sentados para comer en el Refugio Divina Providencia, auspiciado por la iglesia católica, de la población fronteriza de Villa del Rosario, en Colombia. Son las agotadas víctimas de la peor crisis migratoria de América Latina en años. Algunos huyeron de la escasez de alimentos, la hiperinflación, una economía que se desmorona, enfermedades, violencia y evitando la deportación.
Mientras los ojos del mundo se centraban en la crisis de los refugiados sirios y en el éxodo de musulmanes de Birmania, el desastre humanitario de Venezuela pasó inadvertido. Pero el gran número de personas que huyen del país empieza a cambiar esta situación. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) afirma que 5,000 migrantes salen cada día; a ese ritmo, este año 1.8 millones de personas, más de 5% de la población de Venezuela, dejarán el país.
La Cruz Roja y las Naciones Unidas hicieron llamados el mes pasado, y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) realizó una primera donación a lo que probablemente se convierta en el fondo de ayuda humanitaria más grande.
“Esta crisis en Venezuela, que ahora se propaga por una región más amplia, es hecha por el hombre”, dice Mark Green, director de USAID.
La situación no siempre fue así. Durante décadas, Venezuela fue un importador neto de personas, atrayendo a europeos al sector de petróleo. Una generación atrás, era el país más rico de Latinoamérica. Cuando Hugo Chávez llegó al poder en 1999, algunos venezolanos adinerados abandonaron el país, pero la mayoría se quedó y disfrutaron de los beneficios de los programas sociales que se financiaron mediante el petróleo. Los venezolanos no empezaron a abandonar masivamente el país hasta hace poco.
“Podemos encontrarnos ante la mayor crisis de refugiados de nuestro hemisferio en la historia moderna”, dice Shannon O’Neill, catedrático emérito para América Latina del Consejo de Relaciones Exteriores en Nueva York.
Los migrantes crecen
Muchos venezolanos se dirigen a Colombia, que emerge de un largo conflicto civil propio, y que no está preparada para recibirlos. Hay más de 600,000 venezolanos en Colombia, el doble que hace un año. En las calles de la ciudad de Cúcuta hay venezolanos por todas partes, venden cigarrillos en los semáforos, ejercen la prostitución o duermen a la intemperie.
“Me pasé la primera semana vendiendo arepas en la calle, luego empanadas y después botellas de agua; cualquier cosa para ganar algo de dinero”, dice Yamileth Medina, de 27 años, quien dejó Venezuela en julio con su hijo y esposo. La familia solicitó la condición de refugiados. “No puedo soportar la idea de regresar”, dice. “Odio la idea de que mi hijo crezca en ese entorno”.
Si bien Colombia carga la parte más pesada del éxodo, no es el único país. La ACNUR dice que 40,000 venezolanos llegaron a Perú en los primeros dos meses del año. Miles más a Panamá, Ecuador, Chile, España, Estados Unidos y otras partes. Hay barcos que transportan migrantes venezolanos que llegaron a islas del Caribe. En enero, se volcó uno en Curazao, un territorio autónomo del Reino de los Países Bajos, accidente en el que murieron, al menos, cuatro personas.
El número de venezolanos que solicitan asilo en el extranjero se disparó 2,000% desde 2014. Brasil es otro de los países que reciben
más migrantes. En total, autoridades y organizaciones internacionales calculan que unos 70,000 venezolanos huyeron a Brasil. “Nos morimos de hambre”, dice Purificación Rivero, una mujer de 52 años quien viajó 700 kilómetros hasta Boa Vista en Brasil. “Tres miembros de mi familia — un nieto, un hijo y una tía— ya murieron de hambre”.
El colapso del sistema sanitario venezolano llevó a que vuelvan enfermedades que habían desaparecido hace tiempo. El gobierno dejó de proporcionar datos médicos confiables, y cuando la ministra de Salud reveló que los casos de malaria aumentaron 76% en un año, las muertes relacionadas con el embarazo subieron 66%; y la mortalidad infantil 30%, fue destituida de inmediato.
El sarampión, que quedó erradicado en gran parte de América Latina, está de vuelta. De los 730 casos confirmados en la región el año pasado, todos menos tres ocurrieron en Venezuela. En su huida, la gente se lleva la enfermedad consigo. “La gente huye pues si se quedan, mueren porque no tienen suficiente comida, porque se enferman de malaria y no tienen tratamiento, porque necesitan diálisis y no pueden recibirla”, dice Dany Bahar de la Brookings Institution en Washington.
Los que sobreviven y salen del país afrontan grandes retos. En Colombia, la mitad de los inmigrantes llegan a Norte de Santander, una de las áreas más anárquicas del país. Aunque la guerrilla de las FARC entregó las armas, dos grupos más pequeños, el ELN y el EPL, luchan al norte de Cúcuta, y dos bandas criminales, los Rastrojos y los Urabeños, pelean por el control de las rutas de contrabando de entrada y salida de Venezuela. Las organizaciones no gubernamentales dicen que por desesperación, muchos venezolanos entran al crimen organizado en Colombia.
La ironía de la migración masiva de Venezuela a Colombia no pasa desapercibida para los residentes locales. Durante décadas, la situación fue al contrario. A lo largo del conflicto civil de Colombia, hasta cuatro millones de personas huyeron al entonces estable y próspero país de Venezuela. Ahora, muchos regresan.
A medida que aumenta el número de inmigrantes, crecen las tensiones con la población local, sobre todo en el norte de Brasil donde las poblaciones fronterizas son demasiado pequeñas para absorber el gran volumen de llegadas. Se calcula que hay 40,000 venezolanos en Boa Vista, la capital del estado de Roraima. “Esta es la primera vez que tenemos ese tipo de flujo de gente en la frontera provocado por una crisis política en un país vecino”, dice Doriedson Silva, coordinador de Defensa Civil del estado de Roraima.
También en Colombia aumenta la animosidad contra los venezolanos y en febrero el gobierno endureció los controles fronterizos. Pero la frontera tiene 2,200 kilómetros de largo y es casi imposible vigilarla adecuadamente. “El endurecimiento de la frontera no va a disuadir a la gente en Venezuela”, dice Francisca Vigaud-Walsh, abogada de Refugees International en Washington, solamente “va a aumentar el índice delictivo, el tráfico, incluido el sexual y el contrabando”.
Es difícil ver qué podría cambiar en Venezuela para frenar el éxodo. La economía se contrajo 40% en cinco años y el pronóstico es que eso siga ocurriendo. El FMI estima que la inflación llegará a 13,000% este año. Hay elecciones presidenciales el 20 de mayo, pero es probable que Maduro vuelva a ganar. Se niega a permitir que entre ayuda humanitaria al país, lo que significa que sus ciudadanos se seguirán saliendo.
Ante esta realidad, las organizaciones internacionales de ayuda centran sus esfuerzos fuera de Venezuela. USAID prometió 18.5 millones de dólares ( mdd) para ayudar a los inmigrantes en Colombia y ACNUR apeló por un monto inicial de 46 mdd. La Cruz Roja solicitó 2.3 mdd para ayudar a 120,000 venezolanos en Colombia. Brookings calcula que el costo de la atención de los inmigrantes de Venezuela se encuentra entre 2,800 y 5,200 mdd, dinero que todavía no se recauda.
Las elecciones desvían la atención
Tratar con la crisis migratoria de Venezuela es difícil, pero la perspectiva de las inminentes elecciones presidenciales no solo en Venezuela, sino también en países como Colombia y Brasil lo hacen aun más difícil.
Los venezolanos asistirán a las urnas el 20 de mayo. Una semana después, los colombianos votarán por un nuevo presidente. Y más tarde, en octubre, será el turno de Brasil.
Tal vez hay un rayo de esperanza: una vez que queden atrás las elecciones en estos países, se podría convencer a los nuevos presidentes de tomar el relevo venezolano. Al menos hay espacio para un nuevo enfoque.
“El endurecimiento de las fronteras no disuadirá a la gente en Venezuela, solo aumentará el índice delictivo, el tráfico, incluido el sexual y el contrabando”,
Francisca Vigaud-Walsh, abogada de Refugees International.