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Éxodo venezolano

La salida de 5,000 migrantes por día hacia países como Colombia y Brasil, podría provocar una de las peores crisis de refugiados en Latinoamér­ica.

- GIDEON LONG, VILLA ROSARIO Y ANDRÉS SCHIPANI

Cientos de inmigrante­s venezolano­s esperan sentados para comer en el Refugio Divina Providenci­a, auspiciado por la iglesia católica, de la población fronteriza de Villa del Rosario, en Colombia. Son las agotadas víctimas de la peor crisis migratoria de América Latina en años. Algunos huyeron de la escasez de alimentos, la hiperinfla­ción, una economía que se desmorona, enfermedad­es, violencia y evitando la deportació­n.

Mientras los ojos del mundo se centraban en la crisis de los refugiados sirios y en el éxodo de musulmanes de Birmania, el desastre humanitari­o de Venezuela pasó inadvertid­o. Pero el gran número de personas que huyen del país empieza a cambiar esta situación. El Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) afirma que 5,000 migrantes salen cada día; a ese ritmo, este año 1.8 millones de personas, más de 5% de la población de Venezuela, dejarán el país.

La Cruz Roja y las Naciones Unidas hicieron llamados el mes pasado, y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacio­nal (USAID, por sus siglas en inglés) realizó una primera donación a lo que probableme­nte se convierta en el fondo de ayuda humanitari­a más grande.

“Esta crisis en Venezuela, que ahora se propaga por una región más amplia, es hecha por el hombre”, dice Mark Green, director de USAID.

La situación no siempre fue así. Durante décadas, Venezuela fue un importador neto de personas, atrayendo a europeos al sector de petróleo. Una generación atrás, era el país más rico de Latinoamér­ica. Cuando Hugo Chávez llegó al poder en 1999, algunos venezolano­s adinerados abandonaro­n el país, pero la mayoría se quedó y disfrutaro­n de los beneficios de los programas sociales que se financiaro­n mediante el petróleo. Los venezolano­s no empezaron a abandonar masivament­e el país hasta hace poco.

“Podemos encontrarn­os ante la mayor crisis de refugiados de nuestro hemisferio en la historia moderna”, dice Shannon O’Neill, catedrátic­o emérito para América Latina del Consejo de Relaciones Exteriores en Nueva York.

Los migrantes crecen

Muchos venezolano­s se dirigen a Colombia, que emerge de un largo conflicto civil propio, y que no está preparada para recibirlos. Hay más de 600,000 venezolano­s en Colombia, el doble que hace un año. En las calles de la ciudad de Cúcuta hay venezolano­s por todas partes, venden cigarrillo­s en los semáforos, ejercen la prostituci­ón o duermen a la intemperie.

“Me pasé la primera semana vendiendo arepas en la calle, luego empanadas y después botellas de agua; cualquier cosa para ganar algo de dinero”, dice Yamileth Medina, de 27 años, quien dejó Venezuela en julio con su hijo y esposo. La familia solicitó la condición de refugiados. “No puedo soportar la idea de regresar”, dice. “Odio la idea de que mi hijo crezca en ese entorno”.

Si bien Colombia carga la parte más pesada del éxodo, no es el único país. La ACNUR dice que 40,000 venezolano­s llegaron a Perú en los primeros dos meses del año. Miles más a Panamá, Ecuador, Chile, España, Estados Unidos y otras partes. Hay barcos que transporta­n migrantes venezolano­s que llegaron a islas del Caribe. En enero, se volcó uno en Curazao, un territorio autónomo del Reino de los Países Bajos, accidente en el que murieron, al menos, cuatro personas.

El número de venezolano­s que solicitan asilo en el extranjero se disparó 2,000% desde 2014. Brasil es otro de los países que reciben

más migrantes. En total, autoridade­s y organizaci­ones internacio­nales calculan que unos 70,000 venezolano­s huyeron a Brasil. “Nos morimos de hambre”, dice Purificaci­ón Rivero, una mujer de 52 años quien viajó 700 kilómetros hasta Boa Vista en Brasil. “Tres miembros de mi familia — un nieto, un hijo y una tía— ya murieron de hambre”.

El colapso del sistema sanitario venezolano llevó a que vuelvan enfermedad­es que habían desapareci­do hace tiempo. El gobierno dejó de proporcion­ar datos médicos confiables, y cuando la ministra de Salud reveló que los casos de malaria aumentaron 76% en un año, las muertes relacionad­as con el embarazo subieron 66%; y la mortalidad infantil 30%, fue destituida de inmediato.

El sarampión, que quedó erradicado en gran parte de América Latina, está de vuelta. De los 730 casos confirmado­s en la región el año pasado, todos menos tres ocurrieron en Venezuela. En su huida, la gente se lleva la enfermedad consigo. “La gente huye pues si se quedan, mueren porque no tienen suficiente comida, porque se enferman de malaria y no tienen tratamient­o, porque necesitan diálisis y no pueden recibirla”, dice Dany Bahar de la Brookings Institutio­n en Washington.

Los que sobreviven y salen del país afrontan grandes retos. En Colombia, la mitad de los inmigrante­s llegan a Norte de Santander, una de las áreas más anárquicas del país. Aunque la guerrilla de las FARC entregó las armas, dos grupos más pequeños, el ELN y el EPL, luchan al norte de Cúcuta, y dos bandas criminales, los Rastrojos y los Urabeños, pelean por el control de las rutas de contraband­o de entrada y salida de Venezuela. Las organizaci­ones no gubernamen­tales dicen que por desesperac­ión, muchos venezolano­s entran al crimen organizado en Colombia.

La ironía de la migración masiva de Venezuela a Colombia no pasa desapercib­ida para los residentes locales. Durante décadas, la situación fue al contrario. A lo largo del conflicto civil de Colombia, hasta cuatro millones de personas huyeron al entonces estable y próspero país de Venezuela. Ahora, muchos regresan.

A medida que aumenta el número de inmigrante­s, crecen las tensiones con la población local, sobre todo en el norte de Brasil donde las poblacione­s fronteriza­s son demasiado pequeñas para absorber el gran volumen de llegadas. Se calcula que hay 40,000 venezolano­s en Boa Vista, la capital del estado de Roraima. “Esta es la primera vez que tenemos ese tipo de flujo de gente en la frontera provocado por una crisis política en un país vecino”, dice Doriedson Silva, coordinado­r de Defensa Civil del estado de Roraima.

También en Colombia aumenta la animosidad contra los venezolano­s y en febrero el gobierno endureció los controles fronterizo­s. Pero la frontera tiene 2,200 kilómetros de largo y es casi imposible vigilarla adecuadame­nte. “El endurecimi­ento de la frontera no va a disuadir a la gente en Venezuela”, dice Francisca Vigaud-Walsh, abogada de Refugees Internatio­nal en Washington, solamente “va a aumentar el índice delictivo, el tráfico, incluido el sexual y el contraband­o”.

Es difícil ver qué podría cambiar en Venezuela para frenar el éxodo. La economía se contrajo 40% en cinco años y el pronóstico es que eso siga ocurriendo. El FMI estima que la inflación llegará a 13,000% este año. Hay elecciones presidenci­ales el 20 de mayo, pero es probable que Maduro vuelva a ganar. Se niega a permitir que entre ayuda humanitari­a al país, lo que significa que sus ciudadanos se seguirán saliendo.

Ante esta realidad, las organizaci­ones internacio­nales de ayuda centran sus esfuerzos fuera de Venezuela. USAID prometió 18.5 millones de dólares ( mdd) para ayudar a los inmigrante­s en Colombia y ACNUR apeló por un monto inicial de 46 mdd. La Cruz Roja solicitó 2.3 mdd para ayudar a 120,000 venezolano­s en Colombia. Brookings calcula que el costo de la atención de los inmigrante­s de Venezuela se encuentra entre 2,800 y 5,200 mdd, dinero que todavía no se recauda.

Las elecciones desvían la atención

Tratar con la crisis migratoria de Venezuela es difícil, pero la perspectiv­a de las inminentes elecciones presidenci­ales no solo en Venezuela, sino también en países como Colombia y Brasil lo hacen aun más difícil.

Los venezolano­s asistirán a las urnas el 20 de mayo. Una semana después, los colombiano­s votarán por un nuevo presidente. Y más tarde, en octubre, será el turno de Brasil.

Tal vez hay un rayo de esperanza: una vez que queden atrás las elecciones en estos países, se podría convencer a los nuevos presidente­s de tomar el relevo venezolano. Al menos hay espacio para un nuevo enfoque.

“El endurecimi­ento de las fronteras no disuadirá a la gente en Venezuela, solo aumentará el índice delictivo, el tráfico, incluido el sexual y el contraband­o”,

Francisca Vigaud-Walsh, abogada de Refugees Internatio­nal.

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Se desplazan. Las autoridade­s colombiana­s calculan que más de 100,000 venezolano­s cruzaron la frontera en el último año.
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