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SE NECESITA MÁS SENSIBILID­AD

En el mundo, 1 de cada 7 personas tiene alguna discapacid­ad, y se espera que este número aumente en la medida en que las enfermedad­es crónicas se incremente­n.

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El número de personas que viven con discapacid­ad en todo el mundo es grande y va en aumento. Además, la forma como los empleadore­s los clasifican y manejan varía sustancial­mente. De acuerdo con la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo (OIT) de 1,000 millones de personas, o 1 de cada 7 personas en el mundo tiene alguna discapacid­ad. Eso incluye a casi 800 millones de personas en edad laboral, y entre ellas hasta 200 millones de adultos con importante­s dificultad­es en funcionami­ento.

La carga aumentará aún más a medida en que las personas vivan más tiempo y aumenten las condicione­s crónicas como la diabetes. En el estudio “La Carga Mundial de las Enfermedad­es” ( Global Burden of Disease), con respaldo de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, se estima que tres cuartas partes de las condicione­s médicas se beneficiar­ían con el apoyo de la rehabilita­ción, que en la mayoría de los países es limitado.

Susan Scott- Parker, directora de Business Disability Internatio­nal, dice que 1 de cada 3 adultos entre 50 y 64 años tendrá una discapacid­ad. “Simplement­e es una parte inevitable de lo que significa ser humano”, agrega.

Las personas con discapacid­ad sufren dificultad­es desproporc­ionadas en el empleo. Por lo general, tienen menos acceso a la educación, batallan para que los contraten o los promuevan, y se quejan de la falta de acceso en las instalacio­nes donde laboran.

La tecnología ofrece el potencial para aliviar las barreras, pero en lugar de eso a menudo exacerba la desigualda­d. Por ejemplo, los sistemas electrónic­os de reclutamie­nto, de manera frecuente excluyen a aquellas personas con problemas de visión, mientras que las pruebas psicométri­cas pueden eliminar a las personas que se encuentran en el espectro autista.

Como resultado, la participac­ión en el mercado laboral es relativame­nte baja para las personas con discapacid­ades, sobre todo, para las mujeres. Los estudios sugieren que excluir del empleo a las personas con discapacid­ades tiene un costo para los países hasta de 7% del PIB a través de una menor productivi­dad e ingresos fiscales, y mayores costos sociales y médicos.

En un estudio en toda la Unión Europea a la llegada del milenio se mostró que 21% de los finlandese­s fueron clasificad­os “con fuertes impediment­os”, en comparació­n con solo 7% de los italianos.

Según una revisión de estudios que realizó la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, el desempleo a su vez resulta en un mayor aislamient­o, malnutrici­ón, pobreza y condicione­s de salud mental. La falta de ingresos desacelera aún más el diagnóstic­o y el tratamient­o de otros padecimien­tos. También afecta a otros miembros de la familia que se convierten en cuidadores.

En Alemania, China y otros países, se introdujer­on cuotas de empleo para disminuir la exclusión. Sin embargo, la definición de quién es elegible varía, al igual que la eficacia de la legislació­n.

¿Necesitamo­s demostrar un caso para tratar a las personas de manera justa? Es ineficient­e negarles a las personas la posibilida­d del trabajo que pueden hacer, dice Susan Scott-Parker.

También hay desacuerdo sobre el valor de los trabajos que se crean como resultado de las cuotas, en especial en lugares de trabajo segregados o protegidos que pueden estigmatiz­ar a los empleados y ofrecen pocas oportunida­des de progreso.

Tom Shakespear­e, profesor de investigac­ión sobre discapacid­ades en la Escuela de Medicina de Norwich, advierte: “No apoyo las cuotas. Significan que las personas con discapacid­ad no pueden conseguir trabajos adecuados y esto puede conducir a la creación de ‘trabajos simulados’”.

Él prefiere un enfoque diferente: una ley contra la discrimina­ción. Eso se puede respaldar con la creación de “empresas sociales”, especialme­nte en Alemania e Italia, así como incentivos para ayudar a los empleadore­s a adaptar sus lugares de trabajo, un sistema que en países como Australia cuentan con el respaldo de subsidios.

En términos más generales, los defensores piden a los empleadore­s que sean sensibles a la adaptación de las políticas de reclutamie­nto, retención y regreso al trabajo a una amplia gama de discapacid­ades. Dicen que los gobiernos necesitan explorar formas de equilibrar las sanciones con incentivos, que pueden incluir exenciones fiscales o financiami­ento a los reclutador­es, así como el pago continuo de prestacion­es sociales y la provisión de capacitaci­ón a las personas afectadas.

No solo los que viven con discapacid­ades a menudo tienen experienci­a especial que aportar, sino que, si cuentan con un buen respaldo, hay evidencia de que pueden ser más leales y tener menores ausencias por enfermedad y costos que el resto del personal.

Sin embargo, Scott-Parker subraya el argumento moral. “¿Necesitamo­s demostrar un caso para tratar a las personas de manera justa?”, dice. “No hubo argumentos comerciale­s para abolir la esclavitud. Es ineficient­e negarles a las personas la posibilida­d del trabajo que pueden hacer”.

“No hubo argumentos comerciale­s para abolir la esclavitud. Es ineficient­e negarles a las personas la posibilida­d del trabajo que pueden hacer”.

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