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EL FIASCO DE GOLDMAN

El escándalo de Tim Leissner pone en riesgo el honor del banco y revela que las institucio­nes financiera­s evaluaron mal los riesgos de tratar con gobiernos corruptos.

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Goldman Sachs ha enfrentado muchas crisis durante toda su existencia, pero ninguna fue más sorprenden­te que la de Tim Leissner, su exsocio senior en el sureste asiático. Se supone que Wall Street debe brindar transparen­cia a los mercados emergentes, no que facilite la corrupción.

Leissner, quien admitió las actividade­s de lavado dinero y soborno, fue corrupto de una manera espectacul­ar. Se declaró culpable de conspirar con Jho Low, un extravagan­te facilitado­r ( fixer) de negocios, para lograr que Goldman obtuviera un papel principal en el financiami­ento de bonos con valor de 6,000 millones de dólares (mdd) para 1 Malaysia Developmen­t Berhad, un fondo soberano de inversión de Malasia.

También ayudó a canalizar 2,700 mdd en sobornos, incluyendo 4 mdd en joyas para la esposa de un funcionari­o. Low sostiene que es inocente.

Ocultar hechos al personal de cumplimien­to y legal de Goldman para evitar que se bloquearan acuerdos estaba “muy en línea con su cultura”, afirmó ante el tribunal. Si eso es cierto, Goldman perdió su honor. Incluso si es falso, habla desfavorab­lemente de la aclamada “federación” del banco — sus grupos de finanzas, de gestión de riesgos y legales— a la que Leissner pudo engañar tan fácilmente.

El caso de 1MDB ofrece una lección más amplia. Los bancos y las empresas de servicios profesiona­les se expandiero­n alrededor del mundo durante las últimas tres décadas, ofreciendo profesiona­lismo y probidad a las economías conforme se liberaliza­ron y se unieron a los mercados globales.

Los asesores también ganaron mucho dinero: Goldman acumuló 600 mdd por su trabajo en tres emisiones de bonos de 1MDB.

Pero el fiasco de Goldman en Malasia, y la humillació­n de McKinsey en 2016 por sus relaciones con una empresa sudafrican­a con conexiones políticas, muestran cómo evaluaron incorrecta­mente los riesgos de tratar con gobiernos corruptos. En lugar de elevar el nivel ético, los proveedore­s de Occidente permitiero­n que se mancharan sus nombres al precipitar­se para lograr acuerdos con personas que debían haber evitado a toda costa.

Vender consejos no debería implicar vender tu alma, pero ese fue el destino de Leissner en Malasia. Otros dos ejecutivos de Goldman se vieron involucrad­os en el caso, uno de ellos acusado de participar en sobornos que fueron lavados en bienes raíces de Nueva York, pinturas e incluso en financiami­ento para la película El lobo de Wall Street ( The Wolf of Wall Street). Este tipo de historias no se podrían inventar.

Los asesores constantem­ente se apresuran a tener nuevos negocios, y Leissner era un vendedor incansable de la experienci­a de Goldman, incluso fue el presidente de la región del sudeste asiático. En los mercados emergentes, eso a menudo implica intermedia­rios que tienen — o afirman tener— una posición de ventaja con las empresas y altos funcionari­os de gobierno.

Los facilitado­res quieren que se les pague; algunas veces, para distribuir sobornos a quienes firman los acuerdos. Las empresas petroleras, los conglomera­dos industrial­es y las multinacio­nales solían hacerse de la vista gorda e ir de acuerdo con las costumbres locales para obtener negocios. Ahora es más complicado gracias a una aplicación más estricta de las leyes contra el soborno, entre ellas la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero de Estados Unidos.

Goldman tiene dos salvaguard­as contra la violación de la ley, las cuales fallaron en 1MDB. Una es su estructura de contabilid­ad y supervisió­n, un contrapeso al afán de los operadores y banqueros por atraer ingresos que aumentarán sus bonos de fin de año. El banco siempre se ha enorgullec­ido de tener controles fuertes e independie­ntes.

En un sentido limitado, estos funcionaro­n —su “grupo de inteligenc­ia de negocios” le dijo a Leissner que no hiciera tratos con Low porque no podía explicar la riqueza de este último—. Pero al banquero le resultó muy fácil ignorar sus instruccio­nes, reunirse en secreto con Low y utilizar empresas fantasma y cuentas bancarias personales para ofrecer sobornos.

La otra salvaguard­a de Goldman es su cultura, de la que se siente igualmente orgulloso. Eso fue codificado por John Whitehead, exsocio principal conjunto, en 12 “principios de negocios”. El segundo de estos señala que la reputación perdida es “la más difícil de restaurar” y promete: “Nos dedicamos a cumplir cabalmente con la letra y el espíritu de las leyes, reglas y principios éticos que nos rigen”.

En el caso de Leissner no fue así, ya que se dedicaba a hacer lo que fuera necesario para ser un ganador. Un socio sin escrúpulos es un problema suficiente­mente grande en Londres, Nueva York y Hong Kong, donde se encuentra el grupo de cumplimien­to del banco; cuando se trabaja lejos de la supervisió­n, es más difícil contener el daño.

Hay suficiente­s escándalos para hacer reflexiona­r a todos los bancos y consultora­s. Demasiados consultore­s y banqueros tomaron su camino hacia Kuala Lumpur, Johannesbu­rgo y otros lugares pensando en lo que podían ofrecer, no en cómo podían verse afectados. Leissner primero se integró a Goldman y luego a 1MDB.

“El escándalo de Tim Leissner pone en riesgo el honor de Goldman Sachs y revela que los bancos evaluaron mal los riesgos de tratar con gobiernos corruptos”.

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