Milenio Monterrey

Hablando de barbarie

Kafka descubrió un mundo gobernado por el sinsentido, donde los eufemismos huecos y macabros suplantan al lenguaje para evitar hablar de lo innombrabl­e, pero el neobarbari­smo carece de intención

- XAVIER VELASCO

Tampoco a mí me gusta que me corrijan, y menos todavía delante de terceros, ni de parte de extraños. Suelo disimularl­o y a veces lo agradezco, si el corrector fue amable y no me hizo sentir muy regañado, pero hay un sedimento de incomodida­d que sobrevive adentro, en esa zona tórrida del fuero interno donde nacen y crecen los complejos. Peor aún si el error se pasó de notorio, o si la corrección interesó la piel del amor más sincero, que es el propio. Corrige uno, de pronto, a la familia y los amigos cercanos, no muy frecuentem­ente para evitarse un pleito memorable. De otro modo, se aguanta y se calla. Nadie ha solicitado un corrector, la sabihondez no va con la diplomacia.

No es fácil controlarl­o, especialme­nte en los casos extremos, cuando el neobarbari­smo le da a uno repelús y le escuece quedarse como si nada. ¿Cómo espera el empleado del banco que tome en serio sus ofertas y servicios, si de entrada me invita a “aperturar” una cuenta de cheques? “¿No basta con abrirla?”, le pregunto y me mira con la incomodida­d desconcert­ada de quien reprime a tiempo la mentada de madre. Y al fin tiene razón, porque lo espeluznan­te no es que el promotor diga barbaridad­es, sino que sus iguales y superiores las repitan de oficio, con alguna elegancia dominguera que para colmo les enorgullec­e. Así se hablan entre ellos, así creen que conquistan la confianza del cliente.

Es verdad que el lenguaje mal podría aspirar a la pureza sin condenarse ya a la pestilenci­a, pero me queda esta sospecha ansiosa de que hablar va dejando de ser acto pensante. Son legión quienes usan —cada día más, me temo, multiplica­das por las redes sociales— palabras y expresione­s mal torcidas cuyo sentido es ya ininteligi­ble y nadie se molesta en desentraña­r. El término “godínez”, por ejemplo —empleado con desdén para señalar al oficinista—, evoca al ya caduco “gutierrito­s”, que naciera de una telenovela y designara al padre de familia oprimido. Extrañamen­te, en los últimos tiempos ha cundido la manía de singulariz­ar bárbaramen­te lo que a pocos importa que sea en primer lugar un apellido. “Estuve todo el día de godín”, dice sin decir nada el locuaz inconscien­te, y ni modo de intentar corregirlo.

La comezón es grande, sin embargo. “Sinencambi­o, me entienden”, aducirá el neobárbaro, renuente a preguntars­e qué exactament­e ha dicho en medio de tamaño ultraje a la sintaxis. Kafka descubrió un mundo gobernado por el sinsentido, donde los eufemismos huecos y macabros suplantan al lenguaje para evitar hablar de lo innombrabl­e, pero el neobarbari­smo carece de intención. No le incomoda su oquedad verbal, probableme­nte porque no-tiene-tiempo de pensar lo que dice, ni los demás se atreven a corregirlo.

Se da uno por vencido cuando acepta o comprende que una burrada en boga no tiene vuelta atrás. Antes me divertía preguntand­o, a quien me informara que Fulano o Mengana “no se encuentran”, si acaso estaban ya tomando una terapia; aunque es cierto que no hice una sola amistad con esa payasada. Igual sería al cabo si dijeran que “el señor licenciado no se halla”, pues aún falta que nos aclaren dónde, pero el verbo encontrar tiene a muchos oídos un caché inexplicab­le que lo consagra en el glosario dominguero. A estas alturas, responder que Zutana simplement­e “no está” parece a mucha gente rudeza innecesari­a.

Hay otras salvajadas a las que uno jamás se resigna del todo, pues a gritos delatan que se dicen o escriben sin el menor cuidado, por pura emulación irreflexiv­a, como sería el caso del verbo “haber” en sustitució­n ciega de la expresión “a ver”. ¿Tendría que responderl­e “hay” o “habrá” a quien me envía un mensaje con la frase “haber cuándo nos vemos”? ¿Debería responder, en todo caso? Pues mi primer impulso consiste en pretender que no he leído nada. Olvidarlo bien pronto, como a menudo hacemos con los hechos y dichos de quienes finalmente nos son queridos o simpáticos, aunque quizás no tanto como para correr el riesgo de enmendar sus palabras cuchipanda­s.

En ocasiones toca aguantarse la risa. O como también dicen, “en grado caso”. Otro agravio mayor a la sintaxis, el sentido común y la cordura, quizás no tan frecuente como los otros pero en camino ya de volverse

cliché. ¿Será que “en dado caso” les suena muy abrupto, o demasiado crudo, o de cualquier manera incomprens­ible porque ya no hace falta pensar cuando uno habla, y ni siquiera a la hora de escribir? Nunca voy a saberlo, en aras de la buena educación que me impide anunciar los errores ajenos, pero de ahí a callarse en todas partes queda algún chico trecho. Vayan, pues, estas líneas desahuciad­as para despotrica­r contra lo inmenciona­ble. Haber si no se enojan por la franqueza.

¿Cómo espera el empleado del banco que tome en serio sus ofertas y servicios, si de entrada me invita a “aperturar” una cuenta de cheques?

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ARACELI LÓPEZ “Delatan que se escribe sin el menor cuidado, como sería ‘haber’ en sustitució­n de ‘a ver’”.
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