as universidades públicas son espacios naturales para la apertura y la tolerancia. Pero también están obligadas a ser baluartes del rigor académico.
Por eso resulta alarmante ver que aparecen en diversos medios de nuestra máxima casa de estudios, o asociados a ella, mensajes donde se promueve el pensamiento anticientífico al presentar terapias seudomédicas carentes de toda utilidad terapéutica como si fueran válidas, y se ataca a la medicina científica.
El ejemplo más notorio fue el artículo “Todo lo que no es alopatía…”, de Paulina Rivero Weber, directora del Programa Universitario de Bioética (PUB) de la UNAM, publicado el 19 de abril en un espacio institucional del propio PUB en Animal Político.
Rivero se dedica a defender, contra la que ella llama “medicina alópata”, a terapias “alternativas” como la homeopatía y la acupuntura, entre otras. Y lo hace, por desgracia, desde la más profunda ignorancia. Los argumentos que ofrece son lamentables: van desde evidencia anecdótica al argumento de autoridad y a la falacia de popularidad.
La doctora Rivero pasa así por encima de cientos de investigaciones clínicas rigurosas, llevadas a cabo en instituciones médicas de prestigio de todo el mundo, que han encontrado que la homeopatía, la acupuntura y tantas otras “terapias alternativas” carecen de cualquier efecto terapéutico real, por lo que no son reconocidas por la comunidad médica.
Pasa también por encima del conocimiento científico actual, que entra en franca contradicción con los fundamentos teóricos de ambas disciplinas. La homeopatía supone que sustancias que normalmente producen un efecto, al ser diluidas infinitesimalmente, pueden producir el efecto contrario, y que su “potencia” aumenta conforme se diluyen (lo cual va contra todo el conocimiento químico actual). Y la acupuntura supone que existe una “energía vital”, el chi, que fluye por unos canales llamados “meridianos”, y que la inserción de agujas corrige problemas en su flujo (ni el chi ni los meridianos han sido jamás detectados).
Sin embargo la popularidad de estas terapias es grande. Tanto que en algunas dependencias de la propia UNAM, como las Facultades de Estudios Superiores Cuautitlán y Zaragoza, se imparten ya cursos de éstas y otras terapias “alternativas”, y en las redes sociales universitarias se difunde, como si fuera motivo de orgullo, la aplicación de “acupuntura veterinaria” por egresados de la UNAM.
El problema de cómo distinguir ciencia de seudociencia no es sencillo, y ha ocupado por décadas a los filósofos de la ciencia. Pero el criterio que rige es el consenso de los miembros de la comunidad de expertos relevantes.
Preocupa que la directora del Programa de Bioética de una Universidad Nacional se erija como defensora de seudoterapias que, al carecer de efectividad ponen en peligro e incluso dañan la salud de los pacientes, lo cual implica un evidente conflicto ético.
Y preocupa que en la UNAM se impartan y se difundan seudociencias médicas, porque se daña así la imagen y confiabilidad de la Universidad de todos los mexicanos.
Ojalá que las autoridades de la UNAM tomen medidas para garantizar el rigor académico del conocimiento que se difunde en nombre de la institución. De otra manera, la reputación de nuestra Universidad Nacional podría verse erosionada.