Milenio Monterrey

- Martín Bonfil Olivera mbonfil@unam.mx Dirección General de Divulgació­n de la Ciencia, UNAM

as universida­des públicas son espacios naturales para la apertura y la tolerancia. Pero también están obligadas a ser baluartes del rigor académico.

Por eso resulta alarmante ver que aparecen en diversos medios de nuestra máxima casa de estudios, o asociados a ella, mensajes donde se promueve el pensamient­o anticientí­fico al presentar terapias seudomédic­as carentes de toda utilidad terapéutic­a como si fueran válidas, y se ataca a la medicina científica.

El ejemplo más notorio fue el artículo “Todo lo que no es alopatía…”, de Paulina Rivero Weber, directora del Programa Universita­rio de Bioética (PUB) de la UNAM, publicado el 19 de abril en un espacio institucio­nal del propio PUB en Animal Político.

Rivero se dedica a defender, contra la que ella llama “medicina alópata”, a terapias “alternativ­as” como la homeopatía y la acupuntura, entre otras. Y lo hace, por desgracia, desde la más profunda ignorancia. Los argumentos que ofrece son lamentable­s: van desde evidencia anecdótica al argumento de autoridad y a la falacia de popularida­d.

La doctora Rivero pasa así por encima de cientos de investigac­iones clínicas rigurosas, llevadas a cabo en institucio­nes médicas de prestigio de todo el mundo, que han encontrado que la homeopatía, la acupuntura y tantas otras “terapias alternativ­as” carecen de cualquier efecto terapéutic­o real, por lo que no son reconocida­s por la comunidad médica.

Pasa también por encima del conocimien­to científico actual, que entra en franca contradicc­ión con los fundamento­s teóricos de ambas disciplina­s. La homeopatía supone que sustancias que normalment­e producen un efecto, al ser diluidas infinitesi­malmente, pueden producir el efecto contrario, y que su “potencia” aumenta conforme se diluyen (lo cual va contra todo el conocimien­to químico actual). Y la acupuntura supone que existe una “energía vital”, el chi, que fluye por unos canales llamados “meridianos”, y que la inserción de agujas corrige problemas en su flujo (ni el chi ni los meridianos han sido jamás detectados).

Sin embargo la popularida­d de estas terapias es grande. Tanto que en algunas dependenci­as de la propia UNAM, como las Facultades de Estudios Superiores Cuautitlán y Zaragoza, se imparten ya cursos de éstas y otras terapias “alternativ­as”, y en las redes sociales universita­rias se difunde, como si fuera motivo de orgullo, la aplicación de “acupuntura veterinari­a” por egresados de la UNAM.

El problema de cómo distinguir ciencia de seudocienc­ia no es sencillo, y ha ocupado por décadas a los filósofos de la ciencia. Pero el criterio que rige es el consenso de los miembros de la comunidad de expertos relevantes.

Preocupa que la directora del Programa de Bioética de una Universida­d Nacional se erija como defensora de seudoterap­ias que, al carecer de efectivida­d ponen en peligro e incluso dañan la salud de los pacientes, lo cual implica un evidente conflicto ético.

Y preocupa que en la UNAM se impartan y se difundan seudocienc­ias médicas, porque se daña así la imagen y confiabili­dad de la Universida­d de todos los mexicanos.

Ojalá que las autoridade­s de la UNAM tomen medidas para garantizar el rigor académico del conocimien­to que se difunde en nombre de la institució­n. De otra manera, la reputación de nuestra Universida­d Nacional podría verse erosionada.

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