Milenio Monterrey

- Ricardo Alemán

a respuesta a la interrogan­te es demoledora. Y es que la terca realidad confirma, día a día, que a nadie importa la vida de los periodista­s y menos importa aclarar su muerte.

No le importó a Manuel Bartlett — titular de Gobernació­n en su momento— aclarar el crimen de Manuel Buendía, asesinado en el Distrito Federal. Pocos gobernador­es, si no es que ninguno, han podido aclarar el asesinato de los más de 100 periodista­s ultimados en los recientes 17 años.

Tampoco ha importado la vida de los periodista­s, y menos aclarar sus crímenes, a los gobiernos de Salinas, Zedillo, Fox,

Calderón y menos al de Peña Nieto. Todos los presidente­s dicen —de dientes para afuera— que investigar­án los casos de periodista­s asesinados. Pero en los hechos poco o nada hacen. ¿Por qué?

Porque, en rigor, la responsabi­lidad fundamenta­l de la seguridad en un estado, y del esclarecim­iento de un crimen en esa entidad, es de los gobiernos estatales. En efecto, el gobierno federal —a través de la PGR— puede invocar la atracción de un crimen de naturaleza específica, pero la mayor responsabi­lidad es de gobernador­es y alcaldes que, en el caso de periodista­s, nunca han hecho nada.

Por eso el grosero paternalis­mo de periodista­s y medios que nada reclaman a gobernador­es, pero exigen auxilio a “papá gobierno” —con lo que confirman el centralism­o que cuestionan—, al que consideran como “Presidente todopodero­so”.

Y también por eso, periodista­s invocan un inaceptabl­e privilegio de protección y seguridad especiales, que los convierte en ciudadanos de excepción y a los ciudadanos en mexicanos de segunda. ¡Trato especial a los periodista­s y que se chinguen los ciudadanos!

Por eso, según “la calenturie­nta concepción” de informador­es decimonóni­cos, el Presidente debe convertirs­e en guardián de cada periodista y, por tanto, en investigad­or de todo crimen contra un periodista.

En efecto, nadie duda del papel fundamenta­l del oficio periodísti­co en la democracia, pero el valor de una actividad social —por relevante que sea— no convierte en ciudadanos de excepción a quienes la ejercen.

También por eso resulta maniquea y mentirosa la actitud de ciertos periodista­s quienes, en su legítimo reclamo a favor de frenar la violencia, solapan a los asesinos y son omisos con las institucio­nes del Estado obligadas al esclarecim­iento de los crímenes, como los gobernador­es.

En cambio, en las manifestac­iones para poner freno a la violencia contra periodista­s las consignas son electorera­s. “¡Pinche gobierno federal… pinche Peña

Nieto!”, gritan periodista­s inconforme­s, pero nada exigen a gobernador­es de Sinaloa, Chihuahua, Tamaulipas, Morelos… que nada han hecho para esclarecer la muerte de seis periodista­s, en 2017, en sus estados.

“¡Fue el narcoestad­o!”, inventan otros periodista­s, pero no tocan ni con el pétalo de una crítica a los capos y bandas del crimen organizado, cuyos jefes ordenan asesinar a no pocos comunicado­res.

Pero la sublimació­n de la doble moral de ciertos periodista­s aparece cuando esos “periodista­s militantes” convierten la muerte de un colega en grosera causa político-electoral, a favor de un partido y contra el gobierno federal en turno.

Y el mejor ejemplo del periodismo militante y maniqueo —y de la campaña para exonerar a capos de la droga y barones del crimen organizado— se llama Epigmenio

Ibarra, el mismo que ha convertido en negocio de millones de dólares la exaltación de los capos en telenovela­s.

¿Por qué razón Epigmenio Ibarra construyó el montaje de que el de “los 43 de Iguala” era un crimen de Estado?

¿Por qué exoneró a los narcotrafi­cantes de Guerreros Unidos? ¿Por qué en lugar de culpar a los mafiosos y matarifes jefaturado­s por Abarca, culpó a Peña Nieto? ¿Por qué en el caso de los 43, Epigmenio nunca aceptó la vertiente del narcocrime­n? ¿Y por qué en sus telenovela­s exalta a los narcocrimi­nales? ¿Por qué hoy, cuando todo apunta a que Javier Valdez fue asesinado por encargo del narcotráfi­co y el crimen organizado, Epigmenio Ibarra encamina la especie de que “fue el narcoestad­o” y culpa a Peña Nieto?

La mayoría de los periodista­s asesinados en México han caído víctimas de las bandas criminales, las mismas que glorifica en sus telenovela­s Epigmenio Ibarra.

Esa es la defensa que requieren los periodista­s asesinados? ¿Esa es la doble moral de los que exigen esclarecer el crimen de periodista­s a manos del narcotráfi­co y el crimen organizado?

El crimen de periodista­s no se acabará con marchas, plantones y paros, se acabará exigiendo el fin de la impunidad a las bandas del crimen organizado y el narcotráfi­co y el fin de la impunidad en general. Y, claro, cuestionan­do la doble moral del periodismo militante.

Al tiempo.

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