Pedro Páramo
Cómo se hace una obra maestra? ¿De qué está formada? Se sabe con cierta claridad que son la memoria común y el tiempo quienes abonan esa condición. Su perdurabilidad, su duración infatigable es una de sus características orgánicas: casi siempre, para toda interpretación crítica y lectura —aunque ésta no lo perciba así— se muestra como una obra maestra.
Es paradójica, por otra parte, porque siempre ha sido leída de un modo distinto según las épocas y las generaciones. Es mutable, también, y se activa al hacer contacto con el lector, o más bien, con el acto de la lectura. Todas estas virtudes suceden misteriosamente, pero lo importante es que suceden.
En su sobrio proemio a las Obras de Juan Rulfo en el Fondo de Cultura Económica, Jaime García Terrés propone “una breve razón” de la duración literaria del autor de Pedro Páramo, basada en las minuciosas lecturas de Le Clézio sobre el género narrativo desde la Antigüedad hasta nuestros días: en el dominio de las ambigüedades es donde radica el arte supremo del narrador.
Y este es el orden mayor, o uno de ellos, con el que está escrito Pedro Páramo. Mostrar ocultando, o multiplicar, por ejemplo, como resulta ser contado Pedro Páramo: un hombre cruel, un hombre dulce, un hombre altivo, un hombre enamorado y abandonado, un hombre carne y a la vez espíritu, un hombre actuante que está muerto, descrito todo esto y más en la legendaria descripción de “un rencor vivo”.
Son dos los primeros mandamientos de todo hablante hispanoamericano ilustrado: leer el Quijote, leer la obra homérica de Rulfo.
Nada estará concluido al terminarlos, sino que todo comenzará de nuevo. Leer es un acto de libertad mental suprema. La vida de Rulfo fue misteriosa y sus libros lo son, entre otras cosas porque su grandeza literaria excede toda explicación técnica, deconstructiva o formal. Misterio: lo que escapa al escrutinio de la razón y de los críticos.
Dentro de cien años se seguirá hablando de sus libros. La obra maestra es un acercamiento con la permanencia, un pedazo de eternidad.