Milenio Monterrey

Antes eran las hordas católicas que nos acusaban de anormales, ahora esa misma chamba la ejecutan algunos gays

- Wenceslao Bruciaga Twitter: @wencesbgay stereowenc­es@hotmail.com

n mitote, desatado gracias a algunos textos recienteme­nte publicados, en los que cuestionan la promoción de estereotip­os homosexual­es, pone en jaque la integridad de algunos, algunos gays. Tendré que repetir esto por aquello de que generaliza­r es causal de demanda en la Conapred. Hombre blanco y mamado y las fantasías y discrimina­ción que de algún modo de esto derivan, como ciertos modelos de masculinid­ad frente a la jotería, que si el machismo, lo femenino, la construcci­ón social. “Lean esto. A ver si aprendemos a ser mejores gays”, leí. ¿A quién le importa ser un mejor gay? No chingar a los que te rodean es inherente al sentido común. Lo cual no quiere decir que uno tenga que involucrar­se con cualquier bato que solo tenga la nariz en su lugar. Cualquier aclaración de gustos es hacerle el caldo gordo a la mentada homonorma, dicen. Y, Dios me perdone por lo que estoy a punto de decir (siento como si me ahogara en mi propio vómito), pero se chingan: he venido escribiend­o al respecto prácticame­nte desde el número cero de este espacio. Pero el reflexiona­rlo constantem­ente no ha afectado mis fetiches, ni he encontrado el camino hacia la luz, como Yuri o la D´Alessio después de no sé cuántos divorcios. O eso creo. La batalla por el suicidio de mi talla 34 es la loca de mi cintura, aún así me he tatuado un Tom of Finland y mi debilidad por la testostero­na a lo Sergio Goyri o Henry Rollins persiste, intacta. Si acaso, soy más huraño, peleonero y terrorista de los lugares comunes de la visibilida­d gay: “Sí, despotrica contra el sistema, pero recuerda que no debes dejar de reír mientras lo haces”, dice Bernard Summer en sus memorias New Order, Joy Division y yo. Por lo que entiendo

no debes dejar de reír es equivalent­e a normalizar la violencia. El debate parte de hechos reales, pero en el fondo la secta de los batos mamados y mamones, que se pavonean como certamen en traje de baño de Señorita Feria del Algodón y la Uva que en efecto excluyen con tremenda soltura, y el contingent­e de gays deseosos de acabar con los estereotip­os institucio­nalizando sus complejos privados y repartiend­o culpas, no son tan distintos desde mi exilio en la esquina del cuadriláte­ro: para empezar, ambos se las dan de pacifistas como argumento para dar la vuelta a los golpes por ejemplo. Tal parece que los gays no somos nada si no nos azotan por ceder a nuestros placeres: antes eran las hordas católicas que nos acusaban de anormales, ahora esa misma chamba la ejecutan algunos gays aspirantes al perfeccion­amiento: los adoradores del estereotip­o occidental y algunos queers que pretenden que nos sintamos culpables por ser coherentes con nuestros propios deseos. Cuando un gay simplement­e ya no puede disimular sus ansias de retocar las buenas formas hasta la inmolación, que de tan extrema acaba por reducirse a la parodia de las buenas intencione­s, me da por sospechar que detrás de su lucha virtual porque el mundo anhele habitar las paradisiac­as portadas del pasquín Atalaya, abundantes en frutas frescas y trigo dorado y un redondel humanoide tan multicultu­ral como spot de United Color of Bennetton, se esconde una bomba de autodespre­cio cuya cuenta regresiva está programada hasta la fe. ¿Una de las caracterís­ticas de la homosexual­idad es la desventaja frente a la rutina buga? Hacemos de las dinámicas de convivenci­a competenci­as olímpicas. Nos deshacemos de la humanidad. Confundimo­s autocrític­a con linchamien­to. Ya sé. No todos desde luego. Y antes que vengan a acusarme de mutilarme la lengua, por supuesto que soy de los que señalan, pero siempre arremangan­do. Gran diferencia. Que mi diagnóstic­o puede ser un normalizad­o error, no lo niego. A mi favor, apunto que gracias a esos deslices me doy el lujo de atentar con mis propios dogmas y hacerme de un pensamient­o propio, aunque éste no goce del “beneplácit­o de los bípedos”, como bien dice Guillermo Fadanelli. Para mí, buena parte de las ideas se construyen en su propia confrontac­ión y no de los aplausos. Es muy fácil, y comodino, decir lo que el resto quiere escuchar. En este caso, que los gays deberíamos dinamitar la homonorma.

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