Antes eran las hordas católicas que nos acusaban de anormales, ahora esa misma chamba la ejecutan algunos gays
n mitote, desatado gracias a algunos textos recientemente publicados, en los que cuestionan la promoción de estereotipos homosexuales, pone en jaque la integridad de algunos, algunos gays. Tendré que repetir esto por aquello de que generalizar es causal de demanda en la Conapred. Hombre blanco y mamado y las fantasías y discriminación que de algún modo de esto derivan, como ciertos modelos de masculinidad frente a la jotería, que si el machismo, lo femenino, la construcción social. “Lean esto. A ver si aprendemos a ser mejores gays”, leí. ¿A quién le importa ser un mejor gay? No chingar a los que te rodean es inherente al sentido común. Lo cual no quiere decir que uno tenga que involucrarse con cualquier bato que solo tenga la nariz en su lugar. Cualquier aclaración de gustos es hacerle el caldo gordo a la mentada homonorma, dicen. Y, Dios me perdone por lo que estoy a punto de decir (siento como si me ahogara en mi propio vómito), pero se chingan: he venido escribiendo al respecto prácticamente desde el número cero de este espacio. Pero el reflexionarlo constantemente no ha afectado mis fetiches, ni he encontrado el camino hacia la luz, como Yuri o la D´Alessio después de no sé cuántos divorcios. O eso creo. La batalla por el suicidio de mi talla 34 es la loca de mi cintura, aún así me he tatuado un Tom of Finland y mi debilidad por la testosterona a lo Sergio Goyri o Henry Rollins persiste, intacta. Si acaso, soy más huraño, peleonero y terrorista de los lugares comunes de la visibilidad gay: “Sí, despotrica contra el sistema, pero recuerda que no debes dejar de reír mientras lo haces”, dice Bernard Summer en sus memorias New Order, Joy Division y yo. Por lo que entiendo
no debes dejar de reír es equivalente a normalizar la violencia. El debate parte de hechos reales, pero en el fondo la secta de los batos mamados y mamones, que se pavonean como certamen en traje de baño de Señorita Feria del Algodón y la Uva que en efecto excluyen con tremenda soltura, y el contingente de gays deseosos de acabar con los estereotipos institucionalizando sus complejos privados y repartiendo culpas, no son tan distintos desde mi exilio en la esquina del cuadrilátero: para empezar, ambos se las dan de pacifistas como argumento para dar la vuelta a los golpes por ejemplo. Tal parece que los gays no somos nada si no nos azotan por ceder a nuestros placeres: antes eran las hordas católicas que nos acusaban de anormales, ahora esa misma chamba la ejecutan algunos gays aspirantes al perfeccionamiento: los adoradores del estereotipo occidental y algunos queers que pretenden que nos sintamos culpables por ser coherentes con nuestros propios deseos. Cuando un gay simplemente ya no puede disimular sus ansias de retocar las buenas formas hasta la inmolación, que de tan extrema acaba por reducirse a la parodia de las buenas intenciones, me da por sospechar que detrás de su lucha virtual porque el mundo anhele habitar las paradisiacas portadas del pasquín Atalaya, abundantes en frutas frescas y trigo dorado y un redondel humanoide tan multicultural como spot de United Color of Bennetton, se esconde una bomba de autodesprecio cuya cuenta regresiva está programada hasta la fe. ¿Una de las características de la homosexualidad es la desventaja frente a la rutina buga? Hacemos de las dinámicas de convivencia competencias olímpicas. Nos deshacemos de la humanidad. Confundimos autocrítica con linchamiento. Ya sé. No todos desde luego. Y antes que vengan a acusarme de mutilarme la lengua, por supuesto que soy de los que señalan, pero siempre arremangando. Gran diferencia. Que mi diagnóstico puede ser un normalizado error, no lo niego. A mi favor, apunto que gracias a esos deslices me doy el lujo de atentar con mis propios dogmas y hacerme de un pensamiento propio, aunque éste no goce del “beneplácito de los bípedos”, como bien dice Guillermo Fadanelli. Para mí, buena parte de las ideas se construyen en su propia confrontación y no de los aplausos. Es muy fácil, y comodino, decir lo que el resto quiere escuchar. En este caso, que los gays deberíamos dinamitar la homonorma.