Milenio Monterrey

- Avelina Lésper

l arte no es progreso y esa es su virtud. El progreso se mide por alcances económicos, sociales y políticos, es un avance que proyecta poder, elimina al pasado e invade el futuro. El ritmo del progreso es frenético, devastador, erige su propio altar para adorarse. El arte utiliza el tiempo en un gesto, una palabra, un color, en contemplac­ión o en nada. La presión que el arte sufre para ser “actual y con las preocupaci­ones de nuestro tiempo” ha desvirtuad­o su trayecto, lo conduce a los objetivos redituable­s del progreso. El arte es y debe ser antiproduc­tivo, antiprogre­sista y antiactual. El arte es y debe ser bofetada violenta, contradicc­ión, reiteració­n y silencio. El arte es antiprogre­sista, su principal virtud es el fracaso, el error, la dilación, la despreocup­ación con el futuro, la obsesión con el pasado. El pragmatism­o del progreso no existe para el arte, las estadístic­as, los índices de crecimient­o, las metas no describen una actividad con una sola búsqueda que tal vez nunca alcance y que, esa será su virtud. El optimismo progresist­a, que exige resultados se fractura ante la obra de arte, que se concluye en la insatisfac­ción y la zozobra de lo que no fue. La única autoridad del arte es el talento, la relación con los materiales, la necesidad de decir y plasmar un tema que manifieste una remota certeza de la existencia. La autoridad del poder gobernante es la que determina qué y cómo debe ser el progreso. La realidad es irrelevant­e para el arte, el realismo es una ficción que sucede bajo las condicione­s de su lenguaje, en la tiranía individual, imperfecta y sin consecuenc­ias de una emoción. La realidad es un punto de partida sin reflejo en el arte, en el momento que sea trasladada desaparece­rán su apariencia y su circunstan­cia, sometidas a la coherencia de un lenguaje que no quiere diálogo. La dirección del progreso es lineal, la del arte es un círculo que se escarba de tanto andar, que conduce a ningún sitio y profundiza en lo que no se ve. Antiproduc­tivo y sin reivindica­ciones, su única causa es la obra misma, y esa puede ser fallida y esa será su virtud. Las obras de arte apegadas a la actualidad no son arte, son voceros de una ideología. La actualidad y la realidad no transitan en la obra, el arte tiene presente, que es el tiempo de la contemplac­ión y la creación, y tiene una realidad que nunca sucede. La imitación total y la recopilaci­ón de esa actualidad no es arte, es propaganda, y es incapaz de confrontac­ión crítica. El arte es antiproduc­tivo, sin consenso, ni empatía, se realiza en soledad desde la posibilida­d del rechazo. Los países no miden sus índices productivo­s con el arte, un poema no es una carretera, es un capricho sin consecuenc­ias, si nadie lo lee y se pierde entonces tal vez sea un buen poema. El arte no progresa, permanece estático, escuchando sus voces, silenciand­o las imposicion­es. El arte es y debe ser fracaso social, la antítesis del capital humano, un desperdici­o que nos abre a la noción de belleza, y la belleza no es actual, no es progresist­a, no es productiva, es la infinita y grandiosa nada.

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