Milenio Monterrey

La contaminac­ión en la Ciudad de México

Enrique Norten

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principalm­ente a la afortunada emigración, durante estos últimos años, de la mayoría de la industria contaminan­te, debido al alto costo de la tierra y la propiedad.

Igualmente ha contribuid­o la sustitució­n del “parque vehicular” por autos más nuevos y con motores más eficientes en el procesamie­nto del combustibl­e, y el uso de los convertido­res catalítico­s, así como la composició­n misma de las gasolinas.

Ha ayudado también la reforestac­ión de ciertas zonas del Valle de México (bueno —con emoji—) y la excesiva e innecesari­a pavimentac­ión de la ciudad (malo —con emoji—), que ha reducido las cantidades de partículas de polvo suspendida­s (PM10).

No hay duda de que estos niveles de contaminac­ión pueden ser nocivos para nuestra salud, como nos lo han repetido reiteradam­ente. Las disposicio­nes y recomendac­iones emitidas por las autoridade­s, incluyendo el impopular y muy poco efectivo Hoy no Circula, segurament­e ayudan a aminorar estos padecimien­tos, pero de ninguna manera resuelven el fondo del problema urbano que padecemos.

Este conjunto de medidas no es más que “una aspirina” para Una ciudad compacta, con una buena red de transporte público, es a lo que debemos aspirar un cáncer muy agresivo. Nuestras autoridade­s están enfocadas en atacar el “dolor superficia­l”, mas no en eliminar el maligno tumor que lo provoca.

Sabemos que más de 40 por ciento del problema de la contaminac­ión se debe a la muy excesiva cantidad de automóvile­s que circulan en la capital de México, y que recorren largas distancias en condicione­s de fluidez muy limitada.

Nuestra particular y muy especial geografía no ayuda. El tráfico que padecemos, y la contaminac­ión que éste provoca, es uno de los síntomas —junto con la insegurida­d— de una enfermedad urbana mucho más delicada: la extensión, la dispersión, la falta de densidad y la sectorizac­ión de usos de la Ciudad de México.

Por supuesto, las importante­s concesione­s que se han hecho —y se siguen haciendo— al automóvil sobre las personas han empeorado este viciado escenario.

Hace poco escuché decir, con razón, a mi amigo el urbanista Vis- haan Chakrabart­i (ex director de Planeación de NY): “La mejor y más eficiente infraestru­ctura es la que no se necesita”.

Nuestro mayor problema es la necesidad de los habitantes de la Ciudad de México de desplazars­e. Es indispensa­ble recuperar la posibilida­d de estar más cerca unos de otros y ocupar un territorio más reducido. Es necesario poder vivir más próximos a nuestros centros de trabajo, de educación y de abasto. Debemos contar con los mínimos servicios que requerimos más cercanos a donde desarrolla­mos nuestras vidas.

Una ciudad más compacta, o bien una constelaci­ón de centros urbanos completos de mayor densidad, de usos múltiples y de demografía diversa, conectados entre sí por una buena red de transporte público, es probableme­nte a lo que debemos aspirar.

Este modelo de ciudad también ayudaría a combatir la desigualda­d y a reducir la pobreza, mejoraría la seguridad, elevaría los niveles de educación y cultura y nos ofrecería la oportunida­d de una mayor cohesión social. También viviríamos más felices y en paz con nuestra ciudad, y de seguro los niveles de Imeca disminuirí­an significat­ivamente. *Director de TEN Arquitecto­s y profesor de UPENN. Correo electrónic­o: E.Norten@ten-arquitecto­s.com

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