En la música me siento en casa: Esperanza Spalding
Bajista, contrabajista y cantante, la compositora ha recibido cuatro Grammy, además de distinciones del Instituto Smithsoniano, Soul Train y otros organismos de renombre
Cuando Esperanza Spalding recibió el Grammy como Mejor Artista Nueva en 2011 sorprendió al mundo por ser la primera mujer jazzista en ganar esta categoría. Pero no son los premios —ha ganado muchos otros— los que han sostenido su carrera, sino su capacidad de moverse en distintos terrenos con una grata frescura.
Bajista, contrabajista y cantante, compositora que además de otros tres Grammy ha recibido distinciones del Instituto Smithsoniano, Soul Train y otras instituciones, considera que “todo mundo puede hacer cualquier cosa, sólo es necesario que te enfoques en algo. En mi caso, el bajo y la voz pueden suceder al mismo tiempo, así que ahí puse mi energía. ¡No era buena en deportes, aunque tampoco traté de hacerlos! Es como el piano: debes tener independencia en la mano izquierda y en la mano derecha, pero luego trabajan juntas. Siento que hay una relación similar. Cualquiera podría hacerlo si practicara como yo lo he hecho”.
Spalding, quien recientemente participó junto con Dianne Reeves y Dee Dee Bridgewater en un homenaje a la cantante y activista Abbey Lincoln, considera que “el espíritu creativo es el espíritu cuestionador. Si permites que tu espíritu cuestionador salga a flote empiezas a cuestionar tu cultura, tu ideología, tal vez tu religión, tu familia, ciertas estructuras económicas, etcétera. Te acostumbras a lo que sabes, a lo que puedes hacer, ya sea tocar, escribir o investigar, pero cualquier persona que elige trabajar con sus facultades creativas abiertas llega el momento en que se pregunta: ¿qué más podría ocurrir?”.
Al aplicar este poder inquisitorio, “pero no a la manera española —agrega con humor—, vas a empezar a hacer preguntas. Abbey Lincoln y Nina Simone, que son nombres que me vienen a la mente, aplicaron ese espíritu cuestionador al mundo que les rodeaba. Y no es que profesaran tener las respuestas, pero sí hacían una invitación a inquirir, a imaginar alternativas. Cualquier infraestructura humana, en cualquier época de la historia, es una expresión de nuestra oscuridad y nuestra esperanza y nuestro potencial. Siempre ha sido así”.
¿Qué es ser músico en la actualidad? El denominador común de ser músico es practicar y estudiar, pero ahora que las formas tradicionales de gestión se están rompiendo, muchos artistas pasan buena parte de su tiempo organizando su profesión. Es más que un trabajo de tiempo completo, pero nunca hay un patrón, así que no sabes si lo que estás invirtiendo va a llegar a buen puerto con un jefe. Tu verdadero jefe son las musas, ¡ pero no te pagan! Sin embargo, eso algo con lo que luchan también los propietarios de negocios pequeños o los trabajadores independientes. Al estar dentro de la música sólo ves una pequeña ventanita, que es lo que se relaciona contigo, pero nadie sabe lo que pasa, nadie, pero fingimos que sabemos.
No hay pausas... No voy a mentir hoy: hay que practicar, mandar correos electrónicos, tratar de mantener amistades y relaciones cuando estás en lugares diferentes todo el tiempo... Además, nunca dejas de pensar en tu arte. Incluso aunque veas la televisión estás pensando en la música, en la edición o en la escritura. No existe el fin… ¿Te sientes parte de un linaje cultural? Siento como si no tuviera un linaje. No siento anclas con una historia cultural trazable, no personalmente. Siento que la práctica de la música me está formando una identidad, está formando mi cultura. No crecí con una comunidad cultural específica y no estoy en contacto con mi herencia cultural, ni por parte de mi padre o de mi madre. Y para nada me identifico con la cultura estadunidense dominante. La música es un lugar en el que me siento como en casa porque con otros músicos en el camino estamos diseñando nuestra identidad. No sé si esa es una ventaja o no, pero así es.
¿Cómo fue tu experiencia en La Habana durante la celebración del Día Internacional del Jazz? Nunca vi tanta música viva en una ciudad, fue algo fenomenal. Cuando regresamos a Newark todos los músicos estadunidenses estábamos en estado de conmoción, como en un shock neurológico. Durante toda una semana no podías saber si estabas ante la directora de la televisión nacional o una chef o una conductora de camión. Al regresar a Estados Unidos se me había olvidado lo tenso que es, especialmente en Nueva York, donde primero debes saber en qué anda la otra persona para poder compararte con ella: “¡Yo soy alguien, tú no eres nadie!” Todas nuestras defensas estaban bajas. Sé que es una generalización, pero en Cuba sentí que el amor se movía de un lado a otro; no es que nos estuviéramos besando todo el tiempo, pero no tenías que resguardar tu corazón al hablar con alguien. Fue sorprendente.