Milenio Monterrey

El espejo mexiquense

- hector.aguilarcam­in@milenio.com HÉCTOR AGUILAR CAMÍN

No sé si las elecciones mexiquense­s del próximo domingo son un punto terminal de la baja calidad de la democracia mexicana o solo una casilla más de su degradació­n institucio­nal en curso. Tiendo a pensar lo segundo. Las elecciones mexiquense­s exhiben el menú de los males acumulados por nuestra legislació­n electoral, en esperpénti­ca cruza con nuestras costumbres políticas.

El Estado de México es uno de los cinco de las 32 entidades de la República que, luego de 20 años de vida democrátic­a, no han tenido alternanci­a en el poder.

La alternanci­a en el poder es la prueba del ácido de toda democracia verdadera. Es la prueba de que los votantes pueden cambiar a la persona y al partido que los gobierna.

Donde los electores no han ejercido el derecho a la alternanci­a hay una anomalía: gobiernos extraordin­arios o simulacion­es democrátic­as.

Es claro que la democracia mexicana aterrizó pobremente en los estados de la República.

A todos ha traído corrupción, impunidad, dinero ilegal para las elecciones, clientelis­mo, uso de inversión federal y programas sociales para atraer el voto. Hay un video en internet llamado Tina

cocracia. Es una foto que muestra a todos los partidos que compiten en el Estado de México, Morena incluida, regalando tinacos a la gente para ganar su voto.

El video dice bien lo que hacen todos los partidos y todos los candidatos en el Estado de México, es la costumbre de clientelis­mo y corrupción que guía la competenci­a por el voto en la democracia mexicana.

Las encuestas han dejado de ser confiables en el Estado de México. La intención de voto es opaca, temerosa, cosa personal. También será opaco el resultado.

Todos tendremos razones para creer el día de la elección que las cifras oficiales no son las verdaderas. Todos los contendien­tes habrán hecho trampa para tratar de empatar las trampas del PRI que los gobierna.

El resultado de todo esto no es la legitimida­d democrátic­a que buscamos, sino la democracia contrahech­a que hemos inventado, que cojea cada vez más.

Hay que empezar de nuevo, tratando de aprovechar la pierna buena.

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