LA VIDA DEL MIGRANTE, ENTRE LOS VAGONES DE TREN Y RIDES
En Nuevo León hay alrededor de cinco mil migrantes, algunos con dirección a Estados Unidos y otros que buscan asentarse en la entidad; sin embargo, activista señala los regios no ofrecen su ayuda cuando se organizan brigadas
Han pasado cerca de dos meses desde que Julio, acompañado de su esposa e hija, salió de Honduras con rumbo a Estados Unidos, viajando en los vagones del tren y pidiendo aventones en la carretera.
Una gran herida en el pie, producto de una de las caídas al saltar del tren en movimiento, le dificulta el andar, pero eso no lo detiene.
Ahora, se encuentra en Nuevo León, específicamente en el municipio de Santa Catarina, viviendo en las vías del tren o en cualquier árbol que encuentre para resguardar a su familia del sofocante sol, solo para recuperar fuerzas y volver al tren y acercarse a la frontera.
“Llegué en la madrugada y casi me corta el pie el tren cuando me aventé, por bajarme, por ir a buscar agua. Nos pusimos a pedir comida aquí en este cruce para comer algo”, cuenta Julio.
Decidió salir de Honduras por varias razones, entre ellas, la precaria situación económica, pero sobre todo, la inseguridad que representan las pandillas. Julio tiene 24 años y una bebé de año y medio que viaja con él y su madre.
“La situación que vivimos, la pobreza y la inseguridad que vivimos en nuestro país, las pandillas tú sabes, los Maras, te invitan a andar con ellos y si no estás con ellos te andan matando”, dice.
Pero no es el único migrante viviendo en la ciudad,
Otro caso es la historia de Carlos, quien es originario de Comayagua, Honduras, pero a diferencia de Julio, viene solo. En su caso, lleva un mes y medio viajando en el tren y espera llegar en poco tiempo a Piedras Negras, Coahuila, donde conoce a alguien que lo ayudará a cruzar la frontera.
“No tengo un lugar específico, voy lo más al norte que se pueda”, explica.
Su situación es similar a la de Julio, busca el sueño americano pero para darle una mejor vida a su madre, quien se quedó en Honduras.
“Si puedo hacer una vida allá, bien, y no olvidarme de mi madre, ojalá pueda llevármela conmigo en algún momento”, dice.
Vivió de cerca la violencia generada por la Mara Salvatrucha. Sus hermanos mayores, Gerson y Alan, fueron asesinados por las pandillas por “fallarles”.
“Ellos les fallaron, y a la hora de quererte salir, te matan. Mis hermanos les robaron, tomaron droga y dinero y quisieron salir de Honduras, pero no pudieron, y los quebraron”, recuerda.
Estos son solo dos casos de migrantes que pasan por Monterrey en busca del sueño americano, pero diariamente pasan por estas vías, y algunos se quedan en la ciudad.
De acuerdo con Katia Cavazos, licenciada en psicología y desde hace cuatro años, activista en favor de los derechos del migrante centroamericano, en Nuevo León hay alrededor de cinco mil migrantes, algunos con dirección a Estados Unidos y otros que buscan asentarse en Nuevo León.
Katia organiza actividades como brigadas en las que busca ayudar a los migrantes en sus necesidades básicas como comida, agua, o incluso curando heridas que pudieran haber sufrido en el viaje.
“Es un trabajo difícil no por el migrante sino por los regios. Yo siempre me quejo porque, por ejemplo, se hacen estas brigadas, la gente siempre está preguntando cómo le hago para ayudar, se hacen las brigadas y no vienen.
“Venir aquí es venir al sol, es caminar sobre las piedras, sufrirle aquí, teniendo sed, calor, pero por una hora, cuando los migrantes lo hacen por dos meses o más”, cuenta.
Para Katia, uno de los principales objetivos de su activismo, además de ayudar al migrante con sus necesidades básicas, es la de descriminalizar la imagen que tienen.
“Migrar no es un crimen, es un derecho humano que tenemos todos, descriminalizar al migrante, no es un criminal, no viene para matarte, para violarte, mucho menos para quitarte el trabajo”, explica Katia Cavazos.
No tengo un lugar en específico, voy lo más al norte que se pueda” Carlos MIGRANTE