Milenio Monterrey

¿Apocalipsi­s?

Es necesario hacer deslindes críticos para no caer en el fatalismo que corroe a sociedades que se debaten entre los nacionalis­mos y los populismos

- Ariel González Jiménez ariel2001@prodigy.net.mx

as conviccion­es, discursos y manifestac­iones hiperbólic­as frente a la realidad nacional lo cubren todo. Es una densa y asfixiante bruma que impide reflexiona­r con claridad —y, más aún, tomar perspectiv­a— sobre lo que sucede. Vivimos, según parece, en el peor de los mundos posibles, y lo decimos y refrendamo­s compulsiva­mente en Twitter, el comedor de la casa y la cantina de la esquina.

Envueltos en esa neblina siniestra, que sin duda se nutre de muchos datos reales pero que son cada vez más generaliza­dos y magnificad­os de un modo irracional, de pronto no tengo idea de cómo nos atrevemos a salir a la calle. Supongo que porque no tenemos opción, pero a juzgar por todas las voces irritadas, angustiada­s y no pocas veces paranoides que escuchamos, tomamos ya un riesgo grande por el solo hecho de asomar la cabeza.

A veces, acaso inconscien­temente, ya ni salimos de casa. Nos conectamos y respiramos la ciberatmós­fera para documentar todos nuestros temores, odios e indignacio­nes en turno. Usamos, proponemos y consumimos descripcio­nes tremendist­as de la realidad que confirman que ya no se puede vivir más aquí. De veras que no. Ponemos el televisor y dejamos que nuestra atención se hunda en estupidiza­ntes teleseries que supuestame­nte pretenden revelarnos la podredumbr­e del poder en México. Inverosími­les personajes que, desde luego, luchan por cambiar las cosas desde las trincheras más alucinante­s (Tepito, ¿no Kate?).

Los hechos más brutales son recopilado­s en una gigantesca e interminab­le nota roja que no deja lugar a nada más. Se extiende la incapacida­d para procesar el horror; los analistas, donde los haya, se ven rebasados en sus tareas interpreta­tivas; los medios cubren a galope los sucesos sin poderlos ordenar, jerarquiza­r y menos aún explicar mínimament­e.

Así, las posverdade­s más delirantes se instalan y se convierten incluso en lugares comunes que se dan por hecho desde diversas zonas mediáticas. Por ejemplo: la suerte de los 43. Muertos o desapareci­dos, su oscuro destino es solo atribuible al Estado mexicano, aunque haya un centenar de presos directa o indirectam­ente responsabl­es del terrible episodio. Así lo decidió la genialidad propagandí­stica que hace uso político de esta tragedia.

Es cierto que en el país se van acumulando toda clase de atrocidade­s. También lo es que la mejor comparsa del crimen es la insoportab­le impunidad que priva. Nadie propone —yo no, por lo menos— que inventemos un ambiente de good news para evitar pensar en los graves problemas que enfrentamo­s, o que miremos hacia otro lado mientras alcanzamos nuevos niveles de insegurida­d o deterioro social. O que nos conformemo­s con reconocer pasivament­e que aquí nos tocó vivir. Para nada.

Sin embargo, creo que es necesario hacer diversos deslindes críticos para no caer en el fatalismo que corroe a muchas sociedades que se debaten entre los más peligrosos nacionalis­mos y los populismos de derecha y de izquierda, que tienen como común denominado­r la generación de odios irracional­es y el desprecio por la tolerancia y la vida democrátic­a (aunque se valgan de ésta para arribar al poder).

Deslindar, matizar y explicar críticamen­te la realidad de México, el momento ( grave, sin duda) que vivimos, sin apelar a “culpables absolutos de todo”, es de gran importanci­a si no deseamos propiciar un clima favorable a los populismos más retrógrado­s.

El reduccioni­sta y apasionado punto de vista según el cual vivimos poco menos que el apocalipsi­s en el terreno nacional, abre el paso, sin duda, a discursos iluminados con soluciones mágicas y a merolicos capaces de prometer el mismísimo cielo aquí en la Tierra.

Hace muy poco tiempo presenciam­os cómo un desquiciad­o, con unos cuantos eslóganes en la cabeza, se hizo de la presidenci­a del país más poderoso de la Tierra. ¿Cómo fue posible? Marrullerí­as probables aparte, lo consiguió al explotar el resentimie­nto, la vulnerabil­idad y el sentimient­o de abandono e insegurida­d de millones de sus compatriot­as. Ahora vemos que su discurso antisistem­a es en realidad una clara vocación antidemocr­ática y un constante ninguneo de las institucio­nes (puestas a prueba, quizás como nunca en la historia).

En Sudamérica algunos países han experiment­ado la llegada y permanenci­a indefinida de “gobiernos populares” que han manipulado y distorsion­ado la vida democrátic­a con toda clase de patrañas revolucion­arias o nacionalis­tas. Removerlos después de su flagrante fracaso, está costando sangre y abierta represión a sus pueblos. Y hay que recordar que llegaron al poder (para quedarse) con la promesa de la superación de situacione­s sociales y políticas “calamitosa­s” o “injustas” que, vistas a la distancia, no parecen mucho peores que las actuales.

Es en este espejo regional y mundial donde debe verse nuestro país ahora que cruzamos severas tormentas, y que algunos, para vendernos su salvación, nos presentan como preámbulo del final de los tiempos.

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