Milenio Monterrey

El diagnostic equivocado

- José Luis Durán King operamundi@gmail.com www.twitter.com/compalobo

Joseph G. Christophe­r ( julio 26 de 1955) fue el único hijo varón de un matrimonio de Buffalo, Nueva York. Su madre era enfermera, mientras que su padre pertenecía a la plantilla de mantenimie­nto del Departamen­to de Salud local.

Su padre, antes de emplearse como trabajador de hospital, había sido cazador, por lo que desde niño Joseph aprendió a tirar y a manejar armas.

La Burgard Vocational High School conserva los registros de que todavía en 1971, Christophe­r era muy inteligent­e, aunque, como señala uno de sus profesores en el programa de mecánica automotriz, “no le gustaba algún libro”.

Sin embargo, antes de culminar el programa, el joven dejó de asistir abruptamen­te a clases. Poco tiempo después comenzó a tomar empleos modestos, como el de mantenimie­nto en el Canisius College, un trabajo nocturno que compartía con un afroameric­ano.

Para 1980, las cosas habían empeorado. Vivía con sus padres después de que lo corrieron del Canisius Colleg, de su inteligenc­ia apenas había uno que otro vestigio y su cabeza le jugaba bromas extrañas, como alucinacio­nes.

Intentó ingresar al Centro Psiquiátri­co de Buffalo, pero apenas si lo atendieron, y eso como paciente externo. Algún especialis­ta del centro de salud le dijo que no representa­ba un peligro para sí mismo ni para los demás.

Pocas veces en la historia del crimen en Estados Unidos un diagnóstic­o médico ha estado tan equivocado.

El 22 de septiembre de 1980, Joseph Christophe­r comenzó su saga homicida. En un periodo de 36 horas asesinó a cuatro personas, a quienes disparó con un rifle calibre .22. Los dos homicidios siguientes —el 8 y 9 de octubre— destacaron por su brutalidad: a una de las víctimas le arrancó el corazón, que la policía nunca encontró. A la segunda simplement­e le cercenó la cabeza, que dejó al lado del cuerpo dentro de un auto. Todas las víctimas eran afroameric­anos. Seis asesinatos y la policía no investigó inicialmen­te más allá de las primeras 48 horas. Eran negros los sacrificad­os, quizás por eso.

Por unas semanas, los ataques se interrumpi­eron a causa de que el joven se alistó al ejército de su país. Fue enviado a Fort Benning, en Georgia.

El 22 de diciembre siguiente, Christophe­r, que tenía el mes franco, asesinó en Manhattan a cuatro personas, esta vez a puñaladas. Antes de integrarse nuevamente a Fort Benning, el individuo mató a dos personas más, una el 29 de diciembre en Buffalo y otra el 30 de diciembre en Rochester, Nueva York.

En enero de 1981, Christophe­r fue acusado por pelear con un superior en el interior de Fort Benning. Antes de encerrarlo, el joven fue llevado a la enfermería para que lo atendieran de sus heridas.

Una de las enfermeras llamó su atención, y como forma de galanteo, posiblemen­te para impresiona­rla, le confesó que había asesinado a “varios negros”. La enfermera no cayó rendida a sus pies. En lugar de eso, la mujer fue con las autoridade­s del fuerte.

Joseph Christophe­r fue arrestado en Fort Benning. De inmediato confesó sus asesinatos. Señaló que odiaba a los negros y que, por si él hubiera sido, la matanza no habrá cesado.

Confesó 12 homicidios.

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